Mi vida en moderato (abstenerse equilibrados mentales)

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Ya he encontrado la suficiente saturación de gris en el cielo como para poder hablar abiertamente de Rachmaninov. Ni de noche ni de día, sólo al 50% de negro y blanco. El frío que me invadió al quitarme la mortaja de mantas al levantarme, en mi cerebro se continuó rápidamente por sinapsis entre dendritas y axones cubiertos por polvo y telarañas, hasta ese lugar pobremente visitado, sistema límbico o dícese del ente estructural de las emociones. Y no me detuve en escuchar las noticias, el mundo me daba igual; fui directa hacia Lang Lang y el Concierto para piano nº2, aunque he de decir que me pone más la versión de Leif Ove Andsnes. [Y me sonrío, porque pienso en cierta persona y en su – joder, navarro, qué repelente eres -. Qué razón tienes, pero es que no puedo evitarlo; así me va, socia, la mariconería no me deja vivir.]

Frío. Sintetiza, resuelve, estabiliza, conserva, conserva demasiado… Mata… En una operación a corazón abierto, para poder maniobrar con tranquilidad, hacen circulación extracorpórea (pasan la sangre de los grandes vasos a una máquina que lo suple temporalmente) y paran al corazón, inyectándole potasio con suero muy muy frío. Prácticamente le inducen una congelación. Y dicen que se ve morir al corazón poco a poco. Cardioplejia. Otro supuesto es cuando un corazón sufre un infarto, por obstrucción de los vasitos que lo riegan y alimentan, como músculo que es, se ve afectado; hay un concepto, corazón hibernado, cuando esa parte de corazón no muere del todo por falta de oxígeno, sino que queda latente, herido pero disponible en caso de restablecer la circulación. De nuevo, el frío y sus consecuencias, la hibernación.
En un intento por confirmar en qué estado de congelación me latía el corazón, me fondeé el aletargado sonido que producen los ciclos sístole-diástole… latidos… Qué sensación tan extraña escribir esto: Auscultación Cardíaca: rítmico a 75 lpm, sin roces ni soplos ni extratonos audibles. Y como una psicofonía, mi respiración de fondo ambiental… miré el Littman y me asusté de tener conciencia de mí misma, y me retiré veloz los cuernos del fonendoscopio.
Frío… No me llevó a Rachmaninov por buscar calor. Sólo quería romperme las partes congeladas, y apuesto que no sangraría. Y como en sueños, como Picolo, por gemación surgirían las nuevas.
- Romperme por sensibilidad externa, por la caricia de sus tranquilos Adagios, olvidarme del mundo, de sus noticias, de mis ansiedades, de objetivos, de mis subjuntivos, de sus imperativos, del pluscuamperfecto que me tienta a mirar atrás… del condicional que domina mi futuro inminente, de predicados sin sujeto, de sujetos sin género…
- Romperme en un final llamado Allegro scherzando, resumen y recuento de pedazos esparcidos, conminuta de lo que antes fue unidad. Rota. Como por acción de los ultrasonidos del profesor Tornasol, como el Habbib en las resecciones hepáticas, como destruir sin escucharlo caer.
- Romperme por intensidad, a tropecientos ohmnios (¿o eran amperios? La física nunca fue lo mío), nunca un Moderato fue tan excitante, rocambolesco en su complejidad rítmica, asaltante de la diligencia donde viaja la Indiferencia, desvalijada de todo su soslayo e ignorancia enmascarada, un gran ¡DESPIERTA! en un día muy perro de sábanas pegadas a primera hora de la mañana, Morse en las ventanas™, en un corazón auscultado, sencillos toques de atención: ¡VIVE! Miles de señales fulgurantes, electrizantes… púas en un estado de hipersensibilidad, números expuestos al infinito exponente escritos en la piel por dermografismo… cómo decir… Grande, Enorme, Descomunal (con un acento catalán que lo magnifique aún más). Sí, señor, qué grande eres, Sergei.
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Eres la bofetada que necesitaba por tener esta cara de niñata, no consentida, ni egoísta, pero sí molto soberbia, con un orgullo in crescendo. Pero… que sepas que ya no caeré al fondo, me quedo en un escalón intermedio que me he construido mientras dormía, me descarnaba del sueño compartido con mi inconsciencia, y con toda premeditación y alevosía, me hice este reservorio de Ego, para tiempos de prolongada decadencia, un búnker de armazón ególatra a prueba de ataques nucleares, de críticas de personajes estelares, del peor de los días más autolíticos.
Aquí me tienes, pues, riéndome de los trozos, que sin sangrados ni quejas, se me desprenden de un cuerpo mordido e infecto, séptico y con púrpura que tatúa un epitafio que comenzaba por Réquiem, y terminaba con un Esto-aún-no-ha-acabado. Se me han caído todos los dedos, ya no sé si previamente fracturados, luxados, desplazados… la trauma me está volviendo loca, la oftalmo me desquicia, mi mente enferma se resiente, y yo sólo quería decir que sin dedos he podido escribir esto… lloro con Rachmaninov, en una emoción pura donde se proyecta lo más profundo, sin influencias contemporáneas, sin letras que alteren un mensaje, en forma de papel en blanco donde el receptor vuelca su desazón. En sus notas no hay mensaje. El contenido lo enfoca el que escucha, como sucede con las manchas de Rocha.
Soy lo que al compositor le dio la gana hace ya tanto tiempo, durante los evacuativos minutos de sus piano concertos. Y… rememorando lo que es El Amor, montaña rusa de sentimientos… en sus rusos movimientos me dejo llevar, de arriba abajo, despedazar, comprimir y estirar, al antojo de bruscos cambios de ritmo, retorcida por bucles de emociones, como la emoción de verse involucrada en una ruleta rusa, a punto de morir, sin saberlo, pero intuyéndolo. En la verticalidad, con un doble tirabuzón, caigo, y como mosquitos en un viaje al descubierto, las notas me acribillan la cara, se me incrustan en terminaciones nerviosas, tengo que… Hay un momento en que debo cerrar los ojos, pues nada reciente es comparable al extático mundo de sus intensas precipitaciones, qué digo precipitaciones… ¡temporales! Tormentosos pasajes de pasión y melancolía… qué unidas ambas con el paso del tiempo en una misma historia… que todo lo que empieza con pasión, acaba con melancolía. Arrecia el envite, como miura, cornea en mi costado, el vendaval de fuertes aires blasfemando en gerundio; aúlla por los entresijos, él, viento, o Rachmaninov, y yo también, de dolor.

Lo sé, se me va la olla, estoy en época de exámenes, y en mis ratos libres me dedico a escribir en modo Moderato. Si tu deseo más ferviente es que no cuelgue más paridas, no lo dudes, envía “Muerte a la del brote psicótico por abuso de estimulantes” y yo prolongaré mi Réquiem. Suerte a los suicidas de los diciembres-última-oportunidad.

jueves, 26 de noviembre de 2009 a las 11:58 a. m.

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