- Allí estaré

La situación no daba para más, pero ya no se podía volver atrás. Una llamada descolgada, una mirada perdida y lejana a la voz procedente del teléfono… [SILENCIO] ¿Dudas? Miles. Tantas como inconvenientes, tantas como razones en contra; que si aceptaba, miles serían las promesas rotas.

- Allí estaré.

Nervios. El remolino en el estómago… mariposas volando, o murciélagos chocando… qué más da. Lo recordaba… pero, dios, cuánto lo había echado de menos, su sensualidad escondida en la chulería de saber dominar la conversación. Apenas con unas breves indicaciones, el mismo lugar. Tras un par de curvas, no tuvo que decir nada más. Rápido… al asiento de atrás, ¿para qué esperar? Era justo lo que parecía, no había otros temas que tratar; ¿algo pendiente?… Sí, porque eso, el sexo, siempre estaba pendiente, eternamente sin saciar.
Quizá algo ya no era igual, algo en su vida, que había cambiado de trabajo, o de piso, o que se había pasado del yoga al pilates, de ideología política… no, eso no habría cambiado.
La violencia con que se desencadenó todo no permitía preguntas; por cada beso, una batalla, en una guerra de movimientos, una tormenta de descargas eléctricas, la impotencia de las manos por querer abarcar más; que la ropa estorba y mucho, que arrancar queda mejor que desabrochar. El litigio por mandar, por hacer y provocar, como el que acciona un botón, los efectos inmediatos de los actos.
Sin avanzar mucho más, el deseo ya se vertía al mar de ambos cuerpos; el ardor, como anhelo, se evaporaba y se aspiraba; el calor se desprendía como llamaradas en cada mirada, cerraba los ojos por no ver la propia conciencia reflejada en los otros. El brillo. Las manos retozaban por su espalda, y callaba con besos los gritos que provocaba, convertía en suspiros lo que ahogaba como dolor y placer unidos. La fiera española, sí, mira que es patriota, que con la pasión se desborda. Cuánto había echado de menos su dualidad. Maldita pulcritud la de sus palabras, que como código se reinventaban en el idioma carnal, mordiscos, arañazos, saliva por doquier, gemidos en los oídos, quemazón en las manos, cuerpos apretándose sin atender a motivos, sólo uno… el más primitivo.
Violencia implícita en un abrazo, química conjugándose con fórmulas alentadas por el fuego, que todo con calor se funde, hasta la Razón, hasta la oposición; que los polos se están derritiendo, mi vida, colaboremos en el desastre natural, que el mundo está ardiendo, y no nos vamos a quedar atrás, ¿verdad? Se ríe. Ays… No hagas eso, que así se enamora cualquiera, y de ti, diablo enmascarado, yo la primera.
NO. Estamos aquí para lo que estamos.
En un arrebato, cambian las tornas, tú aquí, yo aquí, esto por allí, espera que me da un tirón, que tengo lo otro doblado, ays, ahora sí.
Ahora… ahora se ven mejor las caras, las miradas se cruzan y se funden por el camino de mirarse…
[Estamos aquí para lo que estamos…]
Lo que debiera ser un rasguño, pierde fuerza por la senda de la caricia, se deshilacha en suavidad extrema. Había olvidado lo mucho que luchamos por algo.
Ahora… ahora no se alteran las respiraciones, por más que lo intente, ya no se puede acabar lo que había iniciado; quisiera acelerar el natural desarrollo de las cosas, pero esto vuelve a apestar a amor. Entre el frío y el calor, nos quedamos a medio hacer, con la calidez, abrigándonos los corazones que despuntaban en su desnudez.
Ahora… yo, sí, Yo, caigo en la cuenta de soy Yo la que acudí, que en ti volví a caer, que todo consistía en escucharte hablar una última vez…
- ¿Quieres venir? Me apetece verte…
- […]
- ¿Donde siempre?
- Allí estaré.

miércoles, 28 de octubre de 2009 a las 11:16 a. m.

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