Emociones imantadas




Comencé a concienciarme de estar en esta ciudad hace diez días, cuando la observé de noche aún, abriéndose el nuevo día quebrando el Este. El casco histórico iluminado de manera simple, farolas cual antorchas rodeando la ciudad amurallada, oscuridad entre sus calles... me recordó a tiempos pasados nunca vividos. Época medieval sin penicilina. Imagino la grandeza de una urbe que hoy sólo es la migaja de la adyacente. El jinete a lomo del caballo cansado, suspirando aliento caliente de sus enormes orificios nasales, atravesando la nieblina del meandro que la rodea, tras él, sólo el traqueteo de las herraduras en la piedra de la calzada.
Hoy, el jinete vive a caballo entre dos ciudades, el amor flamea el combustible cada día, el dinero no importa, la salud es mi trabajo, y trabajo desnudando cuerpos de los sentimientos. Ésa es nuestra manera de hacer medicina. Pros y contras de reanimar, las cartas boca arriba, conveniencias del Vivir, ancianidad a debate.
¿Qué preferimos... vivir bien... o vivir más?
De vuelta del hospital al mediodía, la ciudad se muestra señorial... pero no impone. Son piedras bien amontonadas. La oscuridad le aporta todo su misticismo. La silueta dignifica su porte. La apariencia lo es todo.
A mitad de la tarde voy de camino a otra ciudad, se me ocurren hilaridades para escribir, del rodaje frenético de mi coche lento brotan chispas de inspiración e imanta mis emociones, bipolarizo la realidad, camino hacia el paradise según el sentido del tráfico, según vaya hacia o venga desde el amor caliente e íntimo de todo lo que ocurre bajo el nórdico... de murallas a dentro, fuera del foco, barrotes externos, mi rugido a la ciudad, los suspiros menos reivindicativos, el aliento tras el orgasmo... la libertad está en la felicidad.

miércoles, 23 de noviembre de 2011 a las 6:45 p. m. , 1 Comment