Incongruencias

Cuando estoy sola, hablo. Cuando hay silencio, escucho. Cuando debo, no cumplo. Cuando cumplo, es tarde. Los grises me confunden cuando más segura he de estar. Y mi verdad está rebotando entre el negro y el blanco. Sin conocimiento de causa, pienso. Sin correspondencia, siento. Con fuerzas, me esfuerzo por no luchar.

miércoles, 30 de diciembre de 2009 a las 6:47 p. m. , 0 Comments

Transparencia

La transparencia de la ventana se tragó toda mi sinceridad, sólo el vaho de mi intermitente y pausado aliento le daba sentido a unas palabras escritas con mi dedo firme sobre el frío cristal, describiendo movimientos en un pequeño espacio en que se amontonaban unas sobre otras mis verdades, palabra sobre palabra, la del presente sobre la pasada, así con todas las partes de lo que quería hacer enmudecer en la claridad de un día que no estaba para profundidades. Una verdad tan verdadera que se fundía con la realidad, tanto que se perdía por el aire… algo verdadero y que no vemos, sin forma ni cuerpo. Al final, sólo quedó en el cristal el sucio rastro de mi cobardía, la de no ser capaz de escribir sobre tinta lo que allí decía.

a las 6:45 p. m. , 0 Comments

Miles Davis - Kind of Blue


Siempre he pensado, y así se me ha ido manifestando con diversos discos, que toda música buena tiene su momento. Quito lo de “buena”, toda música tiene su momento. Me pasó con la clásica, con el jazz en general, con el flamenco. Que no los tragaba, o me ponía alguna pieza pero no me convencía y me pasaba el tiempo sin volverla a escuchar. Me sucedió con artistas como los Doors, Love of Lesbian, Sabina, y muchos más, y ahora con Miles. Podían ser todo lo buenos que quisieran, me los recomendaron a rabiar, yo misma los probé, pero no era mi momento, no captaba lo que tenían que decirme.
Decían de Miles Davis que fue un revolucionario del jazz. Toma ya. Pero a mí me patinaba todo lo que hizo. Sin ir más lejos, el sonido de la trompeta ya de entrada no me gusta. Reconozco que no empecé bien con su Bitches Brew, estratosférica oda al caos y desorden rítmico, una obra que no hay por dónde cogerla. Pero como era un delito no tener su Kind of Blue, el disco más vendido en la historia del jazz, el mejor valorado, el más importante, un antes y un después… Total, que me lo compré (muy raro en mí eso de comprar discos…), me lo puse, y… me quedé como estaba. Nada, no me aportaba nada. Cada vez que lo escuchaba, iba entrando mejor, pero no penetró en mí hasta anoche, porque fue anoche cuando se convirtió en necesario, especial. Estaba en tal estado de susceptibilidad que más que beber, absorbí el disco entero. Y no fue mi disco legalmente adquirido reproduciéndose, sino el que me llegaba por las ondas del Bulevar del Jazz, y solté una carcajada cuando mi buen amigo Javier Domínguez dijo eso de – qué hijo de puta -, y en su voz, con su experiencia jazzística, ese calificativo sonó a un – qué grande eres – que colmaba la boca. Sí, señor, qué grandísimo hijo de puta el Miles Davis, por hacer lo que hizo. Una bestial reproducción de lo que puede ser la vida en un día cualquiera, tanto para el día fatigoso, decepcionante, para el mierda de día que nada sale bien, para calmar los ánimos, para escucharse dentro, o para no pensar. Y también para ese día normal, simplemente para despejar. Y para querer, para anhelar… para soñar. Es el cajón de sastre de los sonidos, pues en realidad no puede describirse ni concretarse, una trompeta muy vaga en All blues, un estimulante So what, la compañía del Flamenco sketches, triste es Blue in green, y el swing del bajo en Freddie Freeloader. Y por supuesto, no es exclusivamente su logro, de hecho, sus acompañantes (Julian Cannonball Adderley al saxo alto, Paul Chambers al bajo, Jimmy Cobb con la batería, el saxo tenor de John Coltrane, Bill Evans y Wynton Kelly al piano) hicieron distinto el sonido de Davis, marcaron la diferencia con los otros trabajos del maestro, por eso me gusta este disco y no otros.
En realidad, no es nada extraordinario, pero se viste de especial cuando se hace necesario. Sigo sin comprender cómo pudo vender más que otros, quizá por distinto, o porque dentro de su ritmo débil e inseguro, suena muy redondo; y que hay algo bello e inexplicable, que lo inexplicable es bello…

a las 6:40 p. m. , 0 Comments

USSR

Me dijo en la USSR, y volviendo al antiguo mapamundi me perdí en su inmensidad. Pensé que era improbable que tanta gente estuviera de acuerdo bajo un mismo signo, a no ser que… fuera por la fuerza, claro.
Dijo que haría frío y calor, y comprendí que habría de todo en tal extensión de territorio. Pensé que pasarían kilómetros sin ver un árbol, y que la línea que separa el cielo y la tierra sería tragada por una eterna pradera. Luego habría una elevación, y de nuevo, la vasta estepa, con tantas margaritas que alguna repetiría información genética con otra, las posibilidades se agotaban antes que las flores en la llana meseta.
- ¿Y allí fue lo del romanticismo ruso?
- No, eso fue antes de la USSR.
La decepción salió en mi cara en forma de puchero. Intentó consolarme con Khatchaturian, Stravinsky, y los últimos coletazos de Rachmaninov.
De repente, yo tenía pocos años, menos dientes, y no sabía pronunciar Tchaikovsky. Por eso no le repliqué. Era rubita, los mismos ojos y piel clara. Pasaría inadvertida.
La visita era una revisión sobre los tópicos que tenía en mi mente, validando prejuicios. Me divertía imaginar retorcer aquellos grandes y congelados bigotes estalinistas, a menudo me veía con ellos en la mano. Y frío, dios, qué frío. No me figuraba los tormentosos adagios, livianos allegros con aquel clima. Cavilaba sobre la fluidez de la sangre a aquellas temperaturas. De qué manera vivirían el amor mis adorados compositores, quizá como lo único que abrigara la vida en el devastador paisaje helado. Una de las veces que cenamos en el vagón restaurante, el camarero nos ofreció de manera natural unos tragos de vodka. Mi compañero me animó; yo, escandalizada, balbuceé que era una niña, y él parecía no comprender. Que ya fuera mayor de edad no había que comprenderlo, era una realidad, el pelo que me caía por la cara era un castaño veteado, además de un par de evidencias añadidas. El primero quemó y arrastró a su paso la sensibilidad, de los demás chupitos sólo me quedaba un calor profundo. Dijo que se perdería un rato. Intercambié algunas palabras en inglés con el camarero, el idioma fluía mejor que mi sangre. En sueños siempre me defiendo bien en inglés. Con el vodka como único combustible, trataba de regresar al habitáculo. Iba tan ebria que de haberme fumado un cigarro habría prendido mi cuerpo entero. De todos los pasajeros cuantos me crucé, fue en quien menos me fijé. Amablemente, decliné su fuego. Creo que le dí lástima por llevar un cigarro apagado entre dos dedos cianóticos. Lo que no se veía era lo azulado de mi corazón. Para eso no había fósforos. Por gestos, sin intentar pronunciar una palabra, le ofrecí un trago.
Tardamos mucho tiempo en darnos cuenta de que hablábamos el mismo idioma. Tal vez dimos por hecho que pertenecíamos a la USSR que estaba soñando, o que después de aquel mundo onírico no habría más. Su sílaba me dio taquicardia. Para entonces ya nos habíamos mirado, y supe que había llegado a mi destino… pero que era hora de despertar.
Y como tras una pesadilla, me seguía latiendo rápido el corazón. Pero la pesadilla era haber despertado.

jueves, 24 de diciembre de 2009 a las 3:53 p. m. , 0 Comments

Jorge Drexler - Oh qué será

miércoles, 23 de diciembre de 2009 a las 6:42 p. m. , 0 Comments

Últimas crónicas de lo oscuro (textos incompletos may09)

Prometo alargar todo lo posible mi mirada oscura. Pero presiento el fin de una etapa de libertinaje y desenfreno improductivo, en él he visto lo que hay al otro lado del muro de la bondad, he conocido la diversión que no se asocia al buen hacer. De la mano de nadie, sola con el diablo que todos llevamos dentro, despertando uno a uno infinitos deseos y disfrutarlos en soledad. Pupilas dilatadas, con el colmo que produce el placer. Sin miedo a bautizar malos pensamientos, reconocerlos como míos. Explotarlos, cultivarlos y hacerlos más dañinos y dolientes, armas de doble filo. El dolor, ajeno y propio, ligado a la sonrisa. Las tinieblas endiabladas ocultando lo bucólico de una vida desperdiciada, o al menos, desconocida.
Ver un cuerpo y adivinar sus formas curvilíneas bajo las ropas. El deseo. EL DESEO. Por destriparte los principios. Saber lo que eres y piensas, y observar cómo se caen como fichas de dominó, uno a uno, todos los pilares de tu castidad, cómo te chorrea el deseo por la comisura, desbordarte de besos en la boca, boca como herida abierta que rezuma necesidad.
Parecen los últimos momentos de mi alianza con el mal, sabrosa, ardiente acidez, rojo y negro unidos. Velocidad e inconsciencia. Placer y necesidad observados sin recelos. Disposición y ganas por inventar. Hedonismo como principio y fin de mis objetivos. De patadas con los miedos, y bienvenidas sugerencias. Actitudes renovadas y ganas de dar qué hablar.
Escuchar eso de “no te reconozco” me produce una corriente de satisfacción enorme. Tu dolor no me interesa, tu felicidad menos aún. Descubrí que no hacer nada es más que suficiente para joderte. Gracias por darme tanto placer.Y pensar que todo está en mi mente enferma, y que de lo que hablo es sólo la mitad de la mentira, inclina aún más mi cursiva, y me regodeo en bucles fantasmas, tan ajenos a mí. Si tanto te escandalizan mis maneras de pasarlo bien, cámbiate de religión, o continúa siendo el borrego más aleatorio del rebaño. Y si no te gustan mis principios… tengo otros.

martes, 22 de diciembre de 2009 a las 3:56 p. m. , 0 Comments

Otro minuto

- Todo es mentira.
Creo que salió del coche pensando que soy una de las tantas personas que la toman por una chiflada. Y ahora, en este momento, no hay nada de lo que me arrepienta más que no haberle contestado acertadamente, lo justo para que se diera cuenta de que entendí las reminiscencias de sus escasas expresiones, que hablo en su mismo idioma. Porque ahora soy una más de los que la evitaron, o que callaron, que no se opusieron, que no le replicaron. Que ese minuto de trayecto sólo fue para soltarme retazos de su infelicidad, intentó quitarme esperanzas por la vida, y sé que lo hizo sin maldad, sólo habló de su experiencia. Unas palabras como abreviaturas de un lamento, leves, quejosas; colmaron mi concepto de dramatismo con la veracidad del tono con que las pronunciaba. En un minuto me habló de desencanto, de frustración, rendición. Nada, muy breve todo. Se despidió con un Felices fiestas sin sentido ni credibilidad, vacío de estructura, como los ajos vanos; se lo devolví, aun sabiendo su respuesta, la cortesía pudo a la comprensión.
Su soledad era mucho más que la nula compañía que la rodeaba en su caminar solitario, a la hora en que el sol más fuerte daba, en un día en que el frío desestimaba al sol; y con eso bastaba para no hacer lo que hice, asentir a sus quejidos y tomarla por una autostopista más.
No le vi el rostro, llevaba unas gafas oscurecidas por el tímido sol de diciembre, y un pañuelo a la tradición musulmana. Y un bastón.
Por un instante, he imaginado que era yo dentro de bastantes años, y que todo fue fruto de cruzar su presente con el mío en una curva imposible de traducir en las coordenadas del continuo espacio-tiempo. Que todo lo que me dijo sólo eran advertencias, y que ella, o yo, o quien fuera, tenía la certeza de que sólo las escucharía, y que no las tendría en cuenta. Lógicamente, debe ser así, puesto que entonces ni siquiera escribiría estas líneas, y habría abocado su presente a la inexistencia.
Y sin embargo, dijo que Todo es mentira, y yo la creí.

lunes, 21 de diciembre de 2009 a las 1:14 p. m. , 0 Comments

Un minuto

El primer día llovió. El segundo hizo viento. El tercero llovió e hizo viento. Las gotas de agua no caían, sino que impactaban. Las suicidas que se toparon con mi ventana tendrán larga vida, pues en mi memoria quedarán, lejos de la fosa común del charco. Algunas quedaron colgando de la barra horizontal de la reja, como el que burla la gravedad, mientras el viento las estiraba en sus duros envites, hasta que se rendían y se las llevaba hacia donde no las pudiera observar. A la última superviviente quise darle indulto, abrí la ventana e inclinándome hice por besarla. Como el metal al imán, como la gota de agua a los labios… ella se aferró a mí, la besé como si fuera el último de sus besos, la saboreé como si fuera la última que tragara, y murió dentro de mí, diluida entre mis componentes, y al hacerlo, nació en mí la responsabilidad de darle honor a su valentía y resistencia. Me dio su vida, frescura y transparencia. Yo sólo podía colaborar con darle sentido a la vida, su vida, ahora la mía, aunque sólo fuera en un minuto, y en ese minuto te dije, con su valentía y resistencia, […] Todo, te lo dije todo. El resto lo desconozco. Hoy me desperté y aún seguían resistiendo las gotas de agua frente al viento.

a las 1:10 p. m. , 0 Comments

Un banco de niebla II

El temporal sólo trajo niebla. Y todo lo cambió. La gente ya no sabía si mirar arriba o al frente, todo estaba englobado en la misma espesura, el cielo había bajado a la tierra, desmoronándose en bruma. El luminoso letrero rosa chillón del burdel no vendía placer, esa noche la hombría no ensartaría al escuálido cuerpo de la necesidad con el voluminoso miembro de su dinero. Todos los reclamos navideños fueron ahogados por la invisibilidad, y esa noche toda navidad sería la del espíritu verdadero, la sentida desde dentro, la del recogimiento. Los coches se quedarían en casa, dado lo peligroso de conducir. Y en casa, todos harían por mirarse un poco a la cara, y sentirse desde el alma. La niebla nos igualó a todos en miopía, y convirtió en superfluo todo lo lejano, eliminó el decorado, nos dejó unas sillas, la mesa y el brasero, y comenzaron a fluir las ganas por conocernos de nuevo.

a las 1:07 p. m. , 0 Comments

Un banco de niebla

Estaba sumida en una profunda reflexión sobre lo sucedido, cuando un banco de niebla espesó más mi pensamiento. Absorbida por la confusión, me sentía perdida sin sentidos, pues la derrota daba sabor a mi momento, y sólo olía la fétida fragancia de ilusiones podridas, con el tacto atrofiado de no acariciar, silencio por todo sonido ambiental, y la vista anulada, pues nada era lo que se veía. Los metros que había avanzado me alejaban de dar marcha atrás. Lo imposible de saber dónde estaba el final, alargaba el tiempo hasta neutralizar su dimensión, y de esa manera fueron abandonándome las dimensiones de mi viaje, desestructurando el concepto de camino; y mi versión rebotando sobre el futuro, como la luz de cruce contra la densa cortina de niebla. Sólo tenía la certeza del transcurso de los metros recorridos por el cuentakilómetros, pero sin saber que eran por tierra, mar o aire, el coche no interpretaba más allá del movimiento de las ruedas, y yo sabía que ésa sólo era una mínima parte de la verdad que me rodeaba, aislada por la niebla del resto de la realidad. Qué inútiles entonces los recuerdos, que nada podían hacer por llevarme a lo conocido. Sin saber lo que quería, avanzaba, incapaz de detener el vehículo de la vida a través del tiempo, el gerundino presente siempre caminando, siempre yendo; sin referencias, y qué decepción descubrir que el árbol, junto a la piedra y el arbusto, se repetían cada medio kilómetro, como el decorado fútil de una película barata. Bajé las ventanillas, y nada se escuchaba, nada más que el motor a medio gas, a medio camino entre el miedo y el querer continuar. Sobre mi piel se añadía la del capitán de un barco inmerso en las mismas circunstancias, aferrada al volante como él a su timón, y con su alma puesta en el ningún sonido de olas reventando en la costa. Al rato indeterminado de mi camino invisible, me pregunté cuánto más duraría aquello, y me respondí lo absurdo de saber cuánto, pues el tiempo definía un momento, pero la vida daba cuenta de muchos momentos. Lo siguiente en la secuencia de ideas, fue caer en la cuenta de que, sin poder especificar el tiempo, había pasado el suficiente para preguntarme cómo recórcholis no me había salido de la carretera. Fue entonces, y no antes, cuando vi conscientemente las líneas blancas, obviadas en mi ansiedad por querer verlo todo y hacer un trayecto perfecto. Amé, con devoción y necesidad, las dos líneas blancas entre las que dirigía mi vida, por ellas fluía mi vida cuando no sabía si merecería la pena. Más tarde, es decir, hace unos minutos, les puse nombre a cada una de ellas.
Llegar fue lo de menos. En algún momento, la niebla se quedó atrás, pero amaba tanto lo que tenía, que ni me di cuenta cuándo, dónde ni cómo fue que se esclareció todo.

viernes, 18 de diciembre de 2009 a las 11:57 a. m. , 0 Comments

Casuales descubrimientos

El Aleph que Borges descubrió en el decimonoveno escalón del sótano de aquella casa, no me llevó a nada conocido, ni me infundió el deseo de encontrar ese punto que todo lo reúne, principio y fin de todo lo que existe. Triste sería que todo lo supiéramos, y que nada quedara por descubrir, porque si el futuro nos alimenta con ilusiones es por todo lo que desconocemos, y por lo tanto, da sentido útil al tiempo que nos queda por vivir.
Reflexiones aparte, la precisión con que debía de acomodarse para observar tal prodigio sí que me resultó familiar. Me recordó al concreto momento que interrumpió una mirada perdida de una pesada tarde tirada en la cama; en aquella posición arbitraria se sumaron varios factores, mi cabeza a los pies de la cama, la persiana plenamente alzada, los huecos de la abarrotada estantería perfectamente coincidentes, el edificio de enfrente en su justa altura. Todos los elementos interpuestos entre mis ojos y el objeto se conjugaban en un sudoku en que todo encajaba para regalarme un callejón de visión, permitiéndome ver muchos metros allá los últimos centímetros de una muy elevada torre de repetidores, en que se alojaba el fruto del trabajo y del amor: el nido y los arrumacos de una pareja de cigüeñas.
Ese descubrimiento me devolvió mi sensibilidad por las cosas pequeñas, mi pasión por el miope mundo de las miniaturas; pero también me abofeteó una soledad vestida de Gilda, con el guante blanco de las ausencias, y mi cara enrojeció, no de ira o vergüenza, sino por las terribles ganas de encontrar una pizca de lo que las cigüeñas me restregaban sin importarles quien las viera.

miércoles, 16 de diciembre de 2009 a las 3:46 p. m. , 0 Comments

La sala de observación VI

VI. Médico-paciente.
Dicen que durante la carrera se produce un cambio en la visión del alumno, pues todos hemos sido pacientes alguna vez, o familiar de paciente; para convertirnos en el médico debemos revertir ese punto de vista, para sentarnos al otro lado de la mesa hemos de sentirnos al otro lado de la mesa. Con todas las consecuencias, deberes y derechos, a todos los efectos.
Después de todo, y a pesar de estar culminando mi escalada, sigo sintiéndome más paciente que médico. Sé que aún no he rodeado la mesa, pues en ellos veo menos virtudes que defectos. Aún no me ha llegado la empatía.
Quizás el buen médico es el que no depara en estas conclusiones, y de un modo eficiente da salida a todos los problemas que se le presentan, sin más cuestiones personales o sociales. Problemas con un historial médico, una cifra que representa a cada paciente, mucho más tratable que a la persona misma. Sí, ese médico que se plantea cada caso como un misterio por resolver ¿qué le sucede al paciente? Y una vez diagnosticado, pensar el tratamiento protocolizado, el más adecuado, el más barato, el más cómodo, el menos perjudicial, con menos efectos adversos, mejor controlado… Y siendo así este médico, ya sería un gran profesional. Pero yo no he dicho, en este supuesto, nada de naturalidad, ni de calidez, no nombré la humanidad o calidad humana del licenciado, nada sobre su respeto y tolerancia, del trato, de la confianza. Y sin nombrar todo eso, ya era un buen médico. Médico. Pero nada dije de persona. Cualidades que no son exigibles, pero que se agradecen enormemente. Le da otro cariz a las relaciones médico-paciente, un ambiente tranquilo y que fomenta la fluidez de información… Resuena en mi cabeza la voz del catedrático, el profesor asociado:
el paciente siempre miente. Y mientras lo pronunciaba, yo pensaba: yo también mentiría, si es usted el que me pregunta.
Por otro lado, comprendo la apatía en la que caen muchos compañeros; el contacto personal desgasta el ánimo con que se inicia el camino. Ese empuje se va desinflando, los roces y tensiones cansan, las superficies pierden lubricante y ya no se deslizan como antes, aparecen asperezas, y finalmente se decide por esconder el lado humano que todos llevamos, poner cara de máquina expendedora de medicamentos, y que la jornada acabe lo antes posible. Totalmente plausible.
Es un tema delicado, puesto que es un hecho que los pacientes de hoy no tienen el mismo respeto que antaño. Hacerse respetar no es autoritarismo. Respeto no es dejarse dominar. Pero sí acatar el criterio del profesional, y confiar en su buen hacer. Hoy los enfermos discuten todas las medidas a tomar, todo está abierto a debate, y la voz del médico es simplemente portadora de opciones. Es el enfermo quien decide. Aunque por otra parte, muchos médicos se han dejado llevar por esta corriente, y hoy lo ven ventajoso… menos decisiones, menos peso, pero también menos responsabilidad. Y así pues, se amparan bajo protocolos y guías clínicas, la ley como un paraguas, y la medicina como burocracia.
Todo ha cambiado. Y yo insisto en que todo puede mejorar.

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Después de todo, no deja de ser un trabajo. En mis veintidós días allí sólo pude ver lo más palpable, por lo tanto, el médico gracioso me hacía gracia, el psiquiatra me cayó gordo, al facha lo calé enseguida, la huidiza sólo me huyó, y el inútil no llegó a explicarme nada, como yo esperaba. Las enfermeras me parecían todas la misma, pelo arreglado de peluquería, el mismo color rubio tostado con mechas casuales, amables conmigo, relativamente amables con los pacientes. No, no juzgo, yo no trabajo allí. Sólo observé. Era la sala de observación. Auxiliares, celadores, policías nacionales, limpiadoras, técnicos informáticos, representantes de las farmacéuticas, los de la morgue… vendedores varios. Sólo lo más superficial, apenas unas pinceladas de lo que allí se cuece cada día. Ha pasado un año. Nadie se aprendió mi nombre, yo ya no me acuerdo de los suyos. Pero no deja de intrigarme la sombra literaria que se desprende al fijar la vista, como un foco de luz, sobre cada bulto, en aquellas camas. Y sin constancia, puedo ver los adornos navideños de este año, las cartulinas de abetos pendiendo de un hilo, dando vueltas con las corrientes de aire, materializando los vaivenes de la muerte y el fino hilo que sustenta la vida.

a las 3:34 p. m. , 0 Comments

La sala de observación V

V. La cama treinta y uno.
La cama treinta y uno está aparte, es como una habitación independiente, un cubículo relativamente amplio dentro de la sala común, a la que se accede desde la misma. Fue tras algunos días ya de prácticas cuando la visité por primera vez, para entonces ya me recomía la curiosidad por saber qué la hacía diferente, a quién alojaba, qué requisitos habría que reunir para tal lujo, una habitación para un solo paciente. Me encontré a un hombre que no parecía ser consciente del privilegio que yo le dotaba por tener tanta intimidad, además de estar acompañado de un familiar todo el día. Por el contrario, era su mirada la más perdida de todas, la menos necesitada de compañía, desvalijada de vida, con una intimidad implícita, incrustada, imposible de arrebatar. Como si le diera igual estar o no en tal habitación, acompañado o solo… vivo o muerto. No, eso último no le daba igual, de hecho, tras observar mejor su mirada, reconocí algo familiar… tremendamente familiar. Sin hablar ni conocerlo, supe de su abulia, desesperanza, desarraigo. Algo se me encogió dentro. Y… a pesar de no requerir de aquel detalle para confirmar la honda verdad que sentía como mía, miré sus muñecas atadas a los laterales de la cama. No, no le daba igual estar vivo o muerto. Es más, era lo único que le importaba.
Sólo le hacíamos el seguimiento, una mera observación, todo bien, el antídoto haría su trabajo, más tarde pasaría el encantador psiquiatra para evaluarlo, darle el alta y citarlo al par de días en consulta de la unidad ambulatoria. Protocolo. Con el paso de las jornadas, me daría cuenta de a qué hacían referencia con Intoxicación Medicamentosa, y la historia, siempre con reminiscencias amorosas y/o sociales, contada en sesión conjunta por el médico que le tocó escribir la primera exploración en la historia clínica de la cama treinta y uno. Historias de desengaños, sorpresas desagradables, enfermedades incurables, vacíos interiores, infelicidad constante, tristezas vitales, soledades, infiernos familiares… motivos todos, sólidamente validados, razonables, lógicos… pero nunca suficientes, o al menos eso mantiene la medicina, la sociedad, la vida.
Pero la sala de observación es una estación de paso, y su nombre se perdió al día siguiente, sustituido por otra historia de desencanto con la vida. O con la mente. Como alguien me dijo… desajustes con el mundo™. Y los demás nos dedicamos, unos a criticarlo, otros a solucionarlo.
Me sorprendió que fuera la cama más renovada, cada día era alguien distinto quien la ocupaba. Y aunque casi todos eran intentos autolíticos, alguno se colaba por un brote psicótico adornado de atraco a mano armada… la mente trastornada jugando con delitos, rompiendo las reglas, policía en la puerta. La locura y sus consecuencias. Dentro, algún personaje iracundo adormecido por benzodiacepinas, incapaz de construir una frase inteligible, murmullo lejano de estados agitados, adormecido, adormilado. Balbuceos, sin poder contar su verdad. Los polis no nos saben decir mucho, algún navajazo de por medio, frases extrañas; ansiedades descubiertas y en la mano un arma blanca.
El que le pegó a su mujer; la que avisó justo antes de tomar aquella tableta de tranquilizantes; la que avisó justo después; el hombre abandonado; el mendigo del centro emborrachado de vino; la despechada; el cornudo; el chico empastillado; el yonqui cronificado.
Con tanta “miseria humana” que rodaba en aquellas sábanas, me pregunto el verdadero motivo de tenerlos aparte, si por ellos mismos, para darles la tranquilidad que necesitaban en su alma; o por los demás en sano juicio, para evitarnos la hiriente verdad de ver una persona que realmente no está.
Todo queda por juzgar.
Desajustes con el mundo… cama treinta y uno.

martes, 15 de diciembre de 2009 a las 4:26 p. m. , 0 Comments

Luz Casal - Entre mis recuerdos

... cuando la pena cae sobre mí, quiero encontrar aquello que fui, miro hacia atrás y busco entre mis recuerdos...

Para quien la tenía olvidada, o para quien nunca la escuchó. Para quien la necesite. Me sirvió y la devuelvo.

domingo, 13 de diciembre de 2009 a las 9:28 p. m. , 0 Comments

La sala de observación IV

IV. Punto de No Retorno.
Hay un punto, en el vasto campo de posibles estados intermedios entre vida y muerte, un punto en la sección de la enfermedad, ése que aquí decimos “está más allá que pa´cá”, es el punto de no retorno.
En su delgada línea de separación con la esperanza se tambalean muchos enfermos, equilibristas experimentados, personas mayores cargadas con las talegas de medicinas, múltiples patologías conjugándose en su organismo, subastándose cachos de su cuerpo, comiéndose la vitalidad. Pastillas aniquilándose unas a otras, compitiendo por una misma ruta de metabolización, friendo al estómago, acorchando al hígado, aletargando, perdón, alargando su vida… un poco más. Y súbitamente, esa estabilidad frágil, disfrazada de milagro, se derrumba cual castillo de naipes por una leve brisa, una brisa como lo puede ser una fibrilación auricular rápida, FAR. Cae todo. Se descompensa la insuficiencia cardíaca, ICD, empeora la insuficiencia renal, IRC, cae en insuficiencia respiratoria, IRA, se obnubila, y un puñetero émbolo se forma en el corazón, con destino directo al cerebro, donde impactará en un pequeño vasito que quedará obstruido… isquemia cerebral, accidente cerebrovascular agudo… ACVA o ictus… abuelictus.
Cronología de la decadencia, múltiples caminos posibles, y todos llevan a la descompensación del sistema, fallo multiorgánico, sinónimo de No retorno. Como caer en un estanque, y destapar el desagüe, la vida fugándose, final pronosticado, remolino convergente, embudo hacia la muerte, vueltas y vueltas, pedir más pruebas, y La Verdad no se esconde tras ninguna de ellas, todo es hacer tiempo, lanzarnos al aire y describir volteretas, quitar los líquidos y poner diuréticos, quitar la comida, sondar el cuerpo, concebido como un tubo, todo es meter y sacar, alteración de los estados fisiológicos, numerosos ojos, manos palpando, corazón escuchado, cifras de creatinina aumentando, agitación del organismo, y un alma despegando. […]
La Verdad es que nada se puede hacer. La Verdad es que la muerte se presenta, nosotros queremos escalonarla, desmenuzar cada momento en que ella avanza algo más, luchar por cada posición en el tiempo. Dame un minuto más, sólo un minuto más. Pero La Verdad es que nada se puede hacer.
La impotencia es resultado de no haber asimilado antes. Pero dejarse ganar es querer perder. Y toda lucha es humana, y más que humana, muy animal.
Y en medio de todo, el familiar. He deducido que es muy chungo cuando un médico te hace llamar, cuando el horario de visitas todavía no ha llegado. Es indescriptible el juego de miradas, comunicación mucho más intensa que la retahíla de palabras, diminutivos de lo que no se puede achicar, sutilidad extrema, parsimonia en palabras Grave o Severa, adjetivos ambiguos de este vasto idioma que es el nuestro. Palabras dichas por el médico, recibidas por nadie, porque el familiar o acompañante sólo ve una verdad impresa en las pupilas del bata blanca, lo demás son adornos, ruidos insonorizados frente a la muerte, campana extractora de humos superfluos.
Unas lágrimas se insinúan en la vertiente más próxima del llorar, enjugadas antes de dejarse vencer por la debilidad. Yo no sabía dónde esconderme en aquel momento tan íntimo, pero tan frío, y también me emocioné. Y justo en aquel instante pedí encontrarme en su pellejo mucho, mucho, mucho tiempo después.
Se terminó la conversación y la médico y yo echamos unos pasos juntas, con suspiros que querían espirar más que aire, y en todo caso, consternación, de no ser dios, de no tener solución. No le hice preguntas, no cabían las dudas.
El No Retorno lo simplifica todo.

miércoles, 9 de diciembre de 2009 a las 5:08 p. m. , 0 Comments

La sala de observación III

III. Minimalismo en el sentimiento.
Más que en la decoración, o en la música de Erik Satie o Ludovico Einaudi, hallé la acepción más acertada de minimalismo en la sala de observación, el que envolvía los sentimientos que deambulaban por las calles que formaban las camas, a través de la corriente de abrir una puerta y abrir otra, comunicación de espacios, el fluir de afectos inherentes a cada individuo circulante. Como un sistema sujeto al orden… y sin embargo, siempre está el calor como explosión, exponente del desorden, pequeñas partículas adquiriendo energía, y por tanto, movimiento, mayor temperatura y volumen en un cuerpo. Entropía. Así, como entropía, los sentimientos alteraban la organización ideal de la sala. Pero no eran explosivas muestras de cariño, sólo gestos. Minimalismo en el sentimiento. Algo sutil y puro en las sonrisas, pequeñas charlas de ánimo, conversaciones cargadas de emoción retenida, las ganas de aparentar y no manifestar desfallecimiento, la caricia ansiosa de la virgencita que cuelga del cuello, rezos silenciados, lágrimas contenidas. Incertidumbre temblorosa en el labio inferior de un familiar. Intensidad disfrazada de serenidad, en el último apretón de manos entre una madre y una hija.
No es sentimentalismo barato. Es el ser humano asustado.
Susto de no poder controlar algo, perder el timón sobre lo que nos afecta. La desazón de esperar cualquier final. Todo nos hace menguar en nuestra soberbia. Que no somos nadie. Ni familiares, ni profesionales. Pero de esto ya hablaré otro día.
Me he ido dando cuenta de que la amabilidad rebota de distinta manera conforme pasa el tiempo por la persona. Al principio, de niños, basta con una sonrisa para crear otra sonrisa; para ellos, eso y tener el detalle de calentar el fonendo antes de auscultarlos, ya es otra dimensión. Transcurridos unos años, de adultos, la cara de buena gente no es suficiente, y debe acompañarse de otros artilugios, como gestos, una mano en el hombro, en el brazo, o en la mano, también calma en las palabras, calidez en la mirada, un tono natural en las formas, una pizca de buen humor, uno poco de allí, otro tanto de allá… Todo es mucho más complejo. ¿Y qué tiene un adulto que lo distinga de un niño? Experiencia. La experiencia mata la inocencia, la creencia pura de que con sólo una sonrisa sale a la luz el alma de la persona. Los abuelillos regresan un poco a esos años de infancia, tal vez porque llegado un momento nos conformamos con lo mínimo, aunque también lo más bonito y sencillo. Para ellos, una sonrisa del exterior no es un minuto más de vida, sino un minuto vivido. En la coyuntura con la muerte, no interesa la cantidad de tiempo, sino su calidad. Y creo que podríamos aprender a darle toques de calidad a nuestro tiempo, darle vida a los minutos vividos, y no minutos a la vida.

lunes, 7 de diciembre de 2009 a las 11:42 a. m. , 0 Comments

La sala de observación II

II. Adaptación al blanco nuclear.
Debido al corto periodo de permanencia, y que en una sola sala se hacinan 31 camas; cuando toda la intimidad es una cortina blanca, cuando toda evasión es rodearse frente a la pared, de espalda al mundo…, no hay hueco para personalizar el reducido espacio habitable, no hay hueco para un familiar de cabecera, ni de compañía, no teléfonos, no zumitos ni donuts a escondidas, no televisor.
Debido a ese limitado tiempo, una identidad sirve de poco, mañana ese bulto será otro. Tiempo… sólo para observar el incipiente camino que tomará la enfermedad, con qué cualidad se instaura en la persona, un leve brote con el que clasificar el caso. Lo justo para derivarlo a otra especialidad, lo suficiente para quitárnoslo del medio… Y al siguiente día, una lista nueva de nombres, ventipico nuevas historias, sexo, edad, nombre y apellido seguidos de unos acrónimos que en el enfermo se traduce en malestar, en pronóstico, en triste mirada, en dolor, en angustia, incertidumbre, descalabro familiar, pérdida económica, un consumidor menos, una cita perdida, una entrega retrasada, un beso sin dar.
Se agarra algo al alma, cuando unos ojos desorientados atrapan la mirada de una joven bata blanca. ¿Qué buscan, qué piden? Un vaso de agua, una información, un analgésico, otro pañal, un pronóstico, su familiar, una respuesta, la verdad… o más frecuentemente, una verdad que se pueda escuchar. – Espere un momento, que voy a llamar al médico -. ¿Y usted? – No, yo sólo soy estudiante -. Los primeros días no miraba a nadie, pensé que todos estaban locos, o al menos algo trastornados, y que sería incapaz de resolver nada que me pidieran. Pero fui descubriendo, por miradas esquivas y a hurtadillas, en el gran arte de observar, el letargo impotente del no saber, del no poder. El trastorno como adaptación a una situación impuesta. Estar anclado a una cama, sin más contacto que el de la auxiliar a primera hora de la mañana, en un rápido aseo… sin más personalidad que la que llevamos dentro, despojados de su fuerza, revestidos por un camisón sin ajustar, templanza estandarizada, ánimo circulando en o bajo su línea basal, valium al que habla demasiado,… sin más conversación que la del escueto médico acompañado por caras jóvenes, mentes susceptibles, corazones ignorantes. No preguntes, mejor no preguntar. Quizá no queramos saber la respuesta. Todo terriblemente higienizado. Blanco nuclear (verdades insultando). Olor hospitalario, de hospital, no de hospitalidad. Así, yo también giraría la mirada hacia la claridad, y daría gracias por tener ventana y no pasillo. Y que el viaje dure lo menos posible.
A esa ruptura con la normalidad que supone una enfermedad, en su empeoramiento, recidiva, o súbita aparición, se añade el extravío de estar en otro entorno, desconocido, raro, ajeno a la rutina de la que tanto nos quejamos. Se revelan distintas maneras de manifestar el miedo e inconformidad por los continuos cambios. De esta guisa, unos se quejan por todo, o piden lo imposible… hay quien aún se atreve a pedir un cigarro, y en ocasiones estuve tentada a indicarles el cuartucho del que los profesionales de la medicina y enfermería hacen de cenicero comunitario en un hospital de tercer nivel, pero… sólo soy estudiante, y cuando sea médico, seré residente, y para cuando sea adjunta, quizás yo también fume. A veces, esa inseguridad de encontrarse en un lugar inexplorado, se suple con taparse hasta las cejas. Sin embargo, la mayoría optan por no hacer nada, y callar. Silencio apenas roto por débiles quejidos, o un nombre muy repetido, pueden estar horas llamando a alguien que quizás esté muerto. La desorientación es profunda, cuando nada es lo familiar, perdidos y sin referencias. Lo que antes era su vida guardado en una bolsa blanca camuflada en la omnipresente blancura. Comportamientos extraños, tics emergentes, descompensación del caprichoso equilibrio de las deficiencias a edades ancianas. Energía fugándose como adaptación geriátrica.
Cuando todo esto está arrugado por el paso del tiempo, cubierto por cabello canoso, pronunciado en voz áspera, gestos torpes, sólo ademanes, nada de acciones… cuando la vejez es la que se expresa, si algo no era agradable, directamente es indiferente. Ésa es nuestra adaptación a ellos, nuestros viejos.

domingo, 6 de diciembre de 2009 a las 1:23 p. m. , 0 Comments

Blue

El camarero me ha invitado a una ronda de pesimismo, y yo no encuentro pasta con que pagarle, ni razones para no aceptarle el detalle. Pero… es más triste todavía, porque ni siquiera tengo esa barra para ahogar penas, ni un cigarro que emane el humo de un denso ambiente culminado por el sabor de una copa, que tampoco tengo. Me lo invento todo. Los ingleses dicen blue, y yo digo que sí, que todo el azul que quieras, pero que es mu triste. ¿Sabe usted? – me dirijo al fantasma del camarero - Que los ojos azules no hacen las buenas bazas, que los triunfos no se consiguen en estas noches nostálgicas, y que las chicas como yo nunca logran nada. No, no me intente replicar para animarme; es así, nos pasamos la vida persiguiendo sueños, correteando fantasías, y de todo sólo nos quedamos con un puñado de plumas en las manos, el olor de gallinas despavoridas, y el férreo sabor de habernos mordido la lengua, o el orgullo, o qué sé yo. Es igual, usted me pone un trago más de compasión, y no le vuelvo a dar la brasa en lo que queda de noche, no me gusta molestar a nadie con mis esperanzas marchitas, ni mis utopías.

sábado, 5 de diciembre de 2009 a las 1:24 p. m. , 0 Comments

La Copulación, según San Telecinco

Sólo esta vez, porque anoche llegaron a tocarme la moral.
Es realmente asqueroso el sucio espectáculo que dieron los del Sálvame en Telecinco en prime time, carnaza pútrida de la miseria humana. Mis preguntas son ¿hay que acostar a las 21:30 a un niño un viernes noche? ¿Hay que ponerle un televisor aparte, y fomentar desde tan pequeño la segunda tele? ¿Dejamos que el niño escuche y vea la porquería, y se insensibilice sobre el sexo? ¿Es esa la imagen certera del sexo que debe captar el niño? ¿Se puede hacer televisión sin usar pornográficamente el sexo? ¿Se puede hacer televisión sin usar la imagen vaginista de la mujer, copuladora y reproductora? Después de asistir a tal clase de sociología ¿sirve la mujer para algo más que para joder y contarlo después? Y por meter más la pata, ¿no se manifiesta la iglesia, autoridad moral, en las calles por el deterioro en las relaciones que se muestra en la televisión? ¿Un gobierno progresista va a cancelar webs por compartir música y demás arte; y no cierra esta cadena de televisión por proporcionar imágenes explícitamente machistas y dominantes de las relaciones sexuales? ¿El próximo reality show de Telecinco será “Las 120 jornadas en Sodoma”? ¿La campaña doce meses/doce causas es un lavado de conciencia de la propia cadena para salvar estos errores insalvables?

a las 1:21 p. m. , 2 Comments

Camarón y su leyenda del tiempo


Escuchaba su nombre y pensaba en esa cara decrépita, consumida, precozmente vieja, la tantas veces estampada como logo, al estilo del Ché. Alrededor suyo, estigmatizados gitanos, ladroneo y drogas. Y de su boca, salía un arte que no entendía, y consecuentemente, no conseguía razonar su éxito, ni el mito, ni el dios que representaba. Políticamente incorrecta mi visión, lo sé, pero era así.
Camarón nunca fue de mi gusto y pensé que jamás llegaría a aportarme algo. Que no sería admitido en mi selecto club de artistas americanos… afortunadamente, esa visión añeja y fundamentalista de la música cambió. Lo que no cambia es el concepto que tengo de los artistas. No son dioses, tienen vida, son mortales y potencialmente imperfectos, como los demás. Por lo tanto, nunca he investigado las cuestiones meramente personales de alguno de ellos. Pero sí lo que concierne al contexto de cuando surge un fenómeno en forma de disco, que rompe con lo anterior, que abre mundos.
Desde hace muchos años, la única canción de Camarón que había logrado colarse en mi vida, por puro empeño de tenerla, fue La leyenda del tiempo. Y cada vez que sonaba, no podía ubicarla en esa imagen racial y drogadicta del artista, ni en el flamenco, en nada de antes, en nada posterior. Después supe que la letra era de Federico García Lorca, otro que nunca he podido entender. Yo no sé cuánto de flamenco tenía la canción, ni logré encuadrarla en un estilo. Pero con disfrutarla me bastaba, era evasión, como un viaje a lomos de un caballo veloz, como volar durante un sueño, como vivir rápido.
Hace poco se cumplieron los treinta años del lanzamiento del disco homónimo, La leyenda del tiempo. Dejo por aquí el enlace del reportaje que documenta la coincidencia de grandes artistas en aquel proyecto, la rareza de una idea rompedora en el tradicional mundo gitano, con el intocable flamenco, curiosidades, y todo respecto a la grabación en el estudio. La historia de un álbum que, como muchos, fue trascendental conforme pasó el tiempo, y la gente pudo ir paladeando todo lo que significaba. Los cambios se valoran mejor desde la distancia que proporciona hablar en pasado.
No soy muy aficionada al flamenco, pero he escuchado lo suficiente para saber que no todo es igual, y que este disco es distinto. Camarón lo hizo así, valiente, por no tener miedo a incorporar instrumentos antes incompatibles, y por crear un ambiente de trabajo en que muchas versiones cabían. Hoy, muchos de los acompañantes (Tomatito, Jorge Pardo) están adosados a la fusión del jazz con el flamenco, ahora comprendo de dónde nacieron sus caminos.
Dejo aquí la canción que más me sobrecoge del disco, es la que menos instrumentación tiene, la voz suena como un eco, y… no sé porqué me gusta, pero eso es lo más bello.



viernes, 4 de diciembre de 2009 a las 12:36 p. m. , 0 Comments

La sala de observación I

I. Navidad en una estación de paso.
Creo que a nadie alegraba aquellos adornos navideños. Sólo la ilusión de quien los puso, un par de enfermeras que resistían a fundirse en el magma rutinario de aquella amplia sala de camas amontonadas. Casi la misma luz la que había de día o de noche, como única ley real la claridad (que no luz) traspasando unos cristales traslúcidos, lo suficientemente natural como para que los pacientes de las camas 8, 10 y algunos pares sucesivos tomaran una sola postura durante su estancia, que por definición no era mayor de 48 horas. O mejoras, o ingresas, o mueres. Tú eliges.
La sala de observación es una estación de paso, y el curso de la enfermedad es el vehículo que nos lleva por el camino de protocolos, hojas de consulta, te ve el cardiólogo, el digestivo, el cirujano cardiovascular, el endocrino, el autodefinido como español-conservador-heterosexual-rico de casta-católico del psiquiatra, el neurólogo… y sobre todas las cosas, el internista, señor/señora de amplios conocimientos, poseedor de concentrados manuales, ediciones bolsillo-de-bata de grandes tratados de medicina, y múltiples reglillas, tablas y algoritmos entremezclados entre sus numerosos bolígrafos, y en medio de todo, el fonendo. Si dijéramos de pesar su uniforme completo, de los cinco kilos no bajaba.
Estación de paso, para profesionales y pacientes.
No. Nadie miraba los adornos. La mayoría de los abuelillos permanecían durmiendo el día, al atardecer se espabilaban, empezaban a inquietarse, preguntaban por sus hijas, nombraban al difunto de su marido, o… en gran parte de las ocasiones, a su madre. Yo ponía en duda que, con los 80 años que calzaban muchos, su madre les viviera; y si la pobre vivía, cómo es que no estaba allí, en la cama de al lado también, con alguna probable hipoglucemia, o insuficiencia cardíaca descompensada, o un ictus. Llegados a una edad, todos tendremos algo. No sanos. Eso es la vejez, consecuencias amontonadas paulatinamente, efecto directo de no haber muerto antes, con sus efectos indirectos de un final inexorable, por todo eso que dicen de los radicales libres, demasiado libres, demasiado radicales.
Los que no dormitaban, en un estado de sopor diurno, enfocaban su mirada a algún lugar del techo, y allí la dejaban todo el día, como el que deja al niño en la guardería y lo recoge al finalizar la jornada. Inalterable continuidad de 48 horas. Pero nadie se fijaba en los adornos navideños. La navidad era un espíritu que muchos llevaban dentro, como un vago recuerdo, porque allí era lo de menos. De hecho, para mí aquella navidad pasaría inadvertida, sin catar sus dulces y cócteles variados, por unos calamitosos cuadros gastrointestinales.
Allí no había navidad. ¿Cómo va a haberla? En un sitio en que no se sabe si es noche o día, jueves o domingo, invierno o verano. En esa línea homogénea que era el tiempo en aquel lugar, comprendo la necesidad de colgar abetos, estrellas y guirnaldas, fotocopias del billete de lotería por el que apostaban, cestitas con mantecados, y unos vasitos de plástico pequeños del que cantaba un olor sospechosamente anisado. Son esos pequeños detalles los que orientan a los que allí trabajan, pero también lo que atormenta al que pasa allí un día y medio, recordándole que son días de fiesta y no los está disfrutando como los demás. Navidad robada, atraco a nuestra normalidad, disconformidad, situación de estrés, y posterior adaptación.

jueves, 3 de diciembre de 2009 a las 11:29 a. m. , 0 Comments

Dire Straits - On every street

adoro esta canción. Me comería todos los kilómetros nocturnos del mundo con ella de fondo. Es prestada, o heredada, como lo que pasa de hermano a hermano.

martes, 1 de diciembre de 2009 a las 12:20 p. m. , 0 Comments

Muse en España

no se me ven las lágrimas, pero es muy triste... nadie me pisoteó los pies, ningún dedo de los que ahí aparecen se me coló en el ojo, no me quedé afónica, ni trasnoché en el autobús de vuelta... es muy triste, es un drama, que no fui. En fin, la próxima vez será.

domingo, 29 de noviembre de 2009 a las 5:23 p. m. , 0 Comments

Mi vida en moderato (abstenerse equilibrados mentales)

http://www.goear.com/listen/1af16ea/Moderato-rachmaninov

Ya he encontrado la suficiente saturación de gris en el cielo como para poder hablar abiertamente de Rachmaninov. Ni de noche ni de día, sólo al 50% de negro y blanco. El frío que me invadió al quitarme la mortaja de mantas al levantarme, en mi cerebro se continuó rápidamente por sinapsis entre dendritas y axones cubiertos por polvo y telarañas, hasta ese lugar pobremente visitado, sistema límbico o dícese del ente estructural de las emociones. Y no me detuve en escuchar las noticias, el mundo me daba igual; fui directa hacia Lang Lang y el Concierto para piano nº2, aunque he de decir que me pone más la versión de Leif Ove Andsnes. [Y me sonrío, porque pienso en cierta persona y en su – joder, navarro, qué repelente eres -. Qué razón tienes, pero es que no puedo evitarlo; así me va, socia, la mariconería no me deja vivir.]

Frío. Sintetiza, resuelve, estabiliza, conserva, conserva demasiado… Mata… En una operación a corazón abierto, para poder maniobrar con tranquilidad, hacen circulación extracorpórea (pasan la sangre de los grandes vasos a una máquina que lo suple temporalmente) y paran al corazón, inyectándole potasio con suero muy muy frío. Prácticamente le inducen una congelación. Y dicen que se ve morir al corazón poco a poco. Cardioplejia. Otro supuesto es cuando un corazón sufre un infarto, por obstrucción de los vasitos que lo riegan y alimentan, como músculo que es, se ve afectado; hay un concepto, corazón hibernado, cuando esa parte de corazón no muere del todo por falta de oxígeno, sino que queda latente, herido pero disponible en caso de restablecer la circulación. De nuevo, el frío y sus consecuencias, la hibernación.
En un intento por confirmar en qué estado de congelación me latía el corazón, me fondeé el aletargado sonido que producen los ciclos sístole-diástole… latidos… Qué sensación tan extraña escribir esto: Auscultación Cardíaca: rítmico a 75 lpm, sin roces ni soplos ni extratonos audibles. Y como una psicofonía, mi respiración de fondo ambiental… miré el Littman y me asusté de tener conciencia de mí misma, y me retiré veloz los cuernos del fonendoscopio.
Frío… No me llevó a Rachmaninov por buscar calor. Sólo quería romperme las partes congeladas, y apuesto que no sangraría. Y como en sueños, como Picolo, por gemación surgirían las nuevas.
- Romperme por sensibilidad externa, por la caricia de sus tranquilos Adagios, olvidarme del mundo, de sus noticias, de mis ansiedades, de objetivos, de mis subjuntivos, de sus imperativos, del pluscuamperfecto que me tienta a mirar atrás… del condicional que domina mi futuro inminente, de predicados sin sujeto, de sujetos sin género…
- Romperme en un final llamado Allegro scherzando, resumen y recuento de pedazos esparcidos, conminuta de lo que antes fue unidad. Rota. Como por acción de los ultrasonidos del profesor Tornasol, como el Habbib en las resecciones hepáticas, como destruir sin escucharlo caer.
- Romperme por intensidad, a tropecientos ohmnios (¿o eran amperios? La física nunca fue lo mío), nunca un Moderato fue tan excitante, rocambolesco en su complejidad rítmica, asaltante de la diligencia donde viaja la Indiferencia, desvalijada de todo su soslayo e ignorancia enmascarada, un gran ¡DESPIERTA! en un día muy perro de sábanas pegadas a primera hora de la mañana, Morse en las ventanas™, en un corazón auscultado, sencillos toques de atención: ¡VIVE! Miles de señales fulgurantes, electrizantes… púas en un estado de hipersensibilidad, números expuestos al infinito exponente escritos en la piel por dermografismo… cómo decir… Grande, Enorme, Descomunal (con un acento catalán que lo magnifique aún más). Sí, señor, qué grande eres, Sergei.
//
Eres la bofetada que necesitaba por tener esta cara de niñata, no consentida, ni egoísta, pero sí molto soberbia, con un orgullo in crescendo. Pero… que sepas que ya no caeré al fondo, me quedo en un escalón intermedio que me he construido mientras dormía, me descarnaba del sueño compartido con mi inconsciencia, y con toda premeditación y alevosía, me hice este reservorio de Ego, para tiempos de prolongada decadencia, un búnker de armazón ególatra a prueba de ataques nucleares, de críticas de personajes estelares, del peor de los días más autolíticos.
Aquí me tienes, pues, riéndome de los trozos, que sin sangrados ni quejas, se me desprenden de un cuerpo mordido e infecto, séptico y con púrpura que tatúa un epitafio que comenzaba por Réquiem, y terminaba con un Esto-aún-no-ha-acabado. Se me han caído todos los dedos, ya no sé si previamente fracturados, luxados, desplazados… la trauma me está volviendo loca, la oftalmo me desquicia, mi mente enferma se resiente, y yo sólo quería decir que sin dedos he podido escribir esto… lloro con Rachmaninov, en una emoción pura donde se proyecta lo más profundo, sin influencias contemporáneas, sin letras que alteren un mensaje, en forma de papel en blanco donde el receptor vuelca su desazón. En sus notas no hay mensaje. El contenido lo enfoca el que escucha, como sucede con las manchas de Rocha.
Soy lo que al compositor le dio la gana hace ya tanto tiempo, durante los evacuativos minutos de sus piano concertos. Y… rememorando lo que es El Amor, montaña rusa de sentimientos… en sus rusos movimientos me dejo llevar, de arriba abajo, despedazar, comprimir y estirar, al antojo de bruscos cambios de ritmo, retorcida por bucles de emociones, como la emoción de verse involucrada en una ruleta rusa, a punto de morir, sin saberlo, pero intuyéndolo. En la verticalidad, con un doble tirabuzón, caigo, y como mosquitos en un viaje al descubierto, las notas me acribillan la cara, se me incrustan en terminaciones nerviosas, tengo que… Hay un momento en que debo cerrar los ojos, pues nada reciente es comparable al extático mundo de sus intensas precipitaciones, qué digo precipitaciones… ¡temporales! Tormentosos pasajes de pasión y melancolía… qué unidas ambas con el paso del tiempo en una misma historia… que todo lo que empieza con pasión, acaba con melancolía. Arrecia el envite, como miura, cornea en mi costado, el vendaval de fuertes aires blasfemando en gerundio; aúlla por los entresijos, él, viento, o Rachmaninov, y yo también, de dolor.

Lo sé, se me va la olla, estoy en época de exámenes, y en mis ratos libres me dedico a escribir en modo Moderato. Si tu deseo más ferviente es que no cuelgue más paridas, no lo dudes, envía “Muerte a la del brote psicótico por abuso de estimulantes” y yo prolongaré mi Réquiem. Suerte a los suicidas de los diciembres-última-oportunidad.

jueves, 26 de noviembre de 2009 a las 11:58 a. m. , 0 Comments

Réquiem

RÉQUIEM
Me quedo con los cobrizos y amarillos otoñales. Me han enseñado la necesidad de caer, requisito indispensable, para brotar de nuevo en otros tiempos. Desprenderse la piel añeja, que tapa una cobertura impecable, impoluta, inmaculada, intocable… No lucho para no decirlo: estoy triste. Lucharé por no estarlo y poder sacar otra verdad de mí. A pesar de todo, sigo arrastrando mis harapientas experiencias, mi piel marcada, adherida sólo en ciertas zonas, despegada en tantas otras. A punto de caerse, sin caer aún.
Observo por el retrovisor las volteretas que deja el remolino de viento por el paso de coche sobre un manto de hojas caídas. Y tanto tiempo permanezco mirando el pasado, que en el chispeante presente, a muchos kilómetros/hora, me como oportunidades, la valla, la cuneta, el campo, árboles, animales… se me va el presente, o yo me voy de él, y todo por mirar por el retrovisor largo tiempo, a través del tiempo. Ya lo decía Machado… lo precioso es el instante que se va.

domingo, 22 de noviembre de 2009 a las 12:11 p. m. , 0 Comments

La sonrisa de Monaluisa

Hoy he mirado largo rato tu foto. Desde la primera vez que la vi, percibí que era tan intrigante como todo lo que te rodea, que lejos de despejar preguntas, iba a colapsarme de enigmas. Las fotografías suelen ser un corte de la realidad, una verdad que dura un instante. Pues nunca una imagen dio tanto lugar a la duda. Era tu expresión una faceta de la ambigüedad, de la serenidad de un volcán, de una mirada nómada del tiempo estancada en un infinito momento, y sobretodo, una boca entre comedida y una leve, no, ligerísima insinuación de algo que hoy, sólo hoy, he leído como sonrisa. Será que así quiero verte, o que la foto se actualizó, que la tecnología tardó en revelar el secreto de tu gesto, o que hasta ahora no supe leer entre tus labios.
No, no me importa quién te acompañaba. Hoy sólo me preocupa saber cómo se conjugan tus músculos en una sonrisa sin dudas, una contracción sin contradicciones, y… [venga, díselo] y en la más absoluta intimidad, mirando pero sin mirar, mordiéndome el labio con reprobación, en el más huidizo de los actos, en la caricia menos sentida, menos segura, más descafeinada, la pantalla me da un chispazo en un intento por rozarte las dos escasas dimensiones de tus labios.

viernes, 20 de noviembre de 2009 a las 7:30 p. m. , 0 Comments

Sólo lo que el foco alumbra

Bailando un vals, a la cortina
sorprendí con la leve brisa,
en esa noche que era especial,
en que el vampiro prisionero
encontraba su libertad
en las alas del murciélago.
La Luna, harta de ser mirada
sólo cuando luz rebosaba…
Yo, cansada de que miraran
sólo lo que el foco alumbraba.
Que ellos nunca se preguntaran
por qué esto de descubrirme,
dónde nace esa necesidad…
Qué lejano me queda aquello
que yo llamaba “visceral”.
Qué noche, en que me topé
con su superficialidad.
Decepción, qué seco su pozo,
qué efímero el viaje a su fondo
qué próximo al mundo normal.
Qué manía la mía, de escribirlo
[todo.

jueves, 12 de noviembre de 2009 a las 11:59 a. m. , 0 Comments

Brain storm

Adagio de la Sinfonía nº 2 Opus 27 de Rachmaninov. Cansancio. Desconfianza. Egoísmo. Esperanza. Estabilidad. Frío. Herida. Incertidumbre. Magia. Miedo. Misterio. Prioridades. Proyectos. Silencio. Soledad. Tiempo. Tranquilidad. Turbulencias. Vals de la Suite Masquerade de Khatchaturian.

miércoles, 11 de noviembre de 2009 a las 5:23 p. m. , 0 Comments

conferencia con la soledad

Hoy el niño llegó diciendo que la seño de religión les había dicho que podían hablar con jesús cuando quisieran, cada vez que lo necesitaran.
… Qué pronto les instigan a necesitar, a sentirse vacíos, como si por sí mismos no valieran nada. ¿Qué puede requerir de dios un chiquillo de cuatro años? Afortunadamente, si de cuentos se tratase, ya escribieron los suyos los hermanos Grimm, o Hans Christian Andersen; de ahí, que fábulas e leyendas ya hay para reponer la devoradora imaginación de un niño. La vida misma es la historia más maravillosa que puede observar un chavalín, la naturaleza, la evolución de un cachorro día a día, aprender a perdonar las trastadas de su hermano pequeño, la magia que chisporrotea en los relámpagos de una tormenta… Sólo debemos tener nosotros mismos la ilusión de mostrarle el mundo así, flipando con cada detalle; y que vale, jesús es el superhéroe más famoso con sotana, pero su padre o su madre son los héroes anónimos de cada día, y esos no salen en ningunos cromos, ni en ningún santo libro.
Hay tantas enseñanzas que pueden fascinar a una mente joven, que es muy triste que comiencen a sentir miedo (de que todo es pecado) y necesidad desde tan pequeños. Porque enseñarles a necesitar de alguien es empujarlos a la soledad.

a las 5:16 p. m. , 0 Comments

error

Quizás porque no tengo nada que celebrar. Que los medios de comunicación nos venden cada día una razón para dejar el asqueroso mundo que toleramos. Que lo que siento, desgraciadamente para la actividad económica, no se puede comercializar, ni tributo, ni exijo. No consta como derecho ni como deber. De un modo incuestionable, debe tratarse de un error. Pero… es que soy feliz.

martes, 10 de noviembre de 2009 a las 6:14 p. m. , 0 Comments

Antonio Machado - XXIX (Proverbios y cantares)

Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.


- Antonio Machado -

a las 11:55 a. m. , 0 Comments

Redes - Punset y Wiseman

http://www.rtve.es/alacarta/#613754

teorías sobre la felicidad... La veo más que aceptable. Punset es enorme.
Creo que el reportaje dura una media hora. Da qué pensar.

lunes, 9 de noviembre de 2009 a las 6:44 p. m. , 0 Comments

Ani DiFranco - You had time

http://www.goear.com/listen/a72bb30/You-had-time-ani-difranco

domingo, 8 de noviembre de 2009 a las 4:48 p. m. , 0 Comments

Manuel Machado - Soledades

…] Dadme,
aguas, vuestro limpio espejo
para que yo al fin me vea,
que he vivido siempre huyendo
de mí mismo, y ya no sé
lo que soy ni lo que quiero…
Ayudad a que me encuentre,
que me he perdido, disperso
en la vida de los otros,
sin vivir… Dadme mi cuerpo,
que gasté en brazos de tantas
que no amé. Mis pobres nervios,
al placer y los dolores
de los demás siempre tensos…
Mis manos, que acariciaron
con afán todo lo bello,
sin hacer jamás su presa…
Mis pies, que al azar corrieron
por travesías sin rumbo
y callejas de un momento…
Pero dadme antes mi alma,
que hasta aquí fue sólo un eco
de otras almas, ebria siempre
de músicas y de besos.
[…

- Manuel Machado – Ars Moriendi (1921)

a las 3:49 p. m. , 0 Comments

Por defecto... Perfecto

Por defecto, una Times New Roman 12 puntos, negro sobre blanco, sin cursiva ni negrita ni subrayado, alineado a la izquierda, tu izquierda, la derecha del paciente, digo, del papel, digo, de la pantalla. Mi grafía encorsetada en símbolos que no reconozco como míos, espacios exactamente iguales entre sí, de los que no se puede deducir dudas ni pensamientos… espacios que no son silencios, silencios que no dicen nada, silencios que no callan, sólo ausencia de sonido… espacios como vacío rellenado de blanco… En la cuadrícula estandarizada del no-te-salgas-de-ahí, escritura limpia sin añadidos, carente de los remolinos que pinto durante mis lapsus inspirativos, sin tachones, corchetes, llamadas, anotaciones, inclusiones. Unos puntos suspensivos como regalo de algo que ni siquiera insinúa. Por defecto, una página que no expele olor ninguno, que no se palpa, con ese blanco neutro y nuclear de la pantalla del ordenador, sin ser blanco roto, marfil, sucio por el paso de mi mano sobre letras ya escritas y aún frescas… Nada de frescura en el inexistente sonido que produce rozar letras escritas, ninguna palabra más presionada que otra, sin hendiduras ni depresiones en su superficie, homogénea en toda su extensión, exenta de alteraciones,…de humanidad. Por defecto… sin defectos.


© Uderzo & Goscinny - Asterix y los laureles del César

viernes, 6 de noviembre de 2009 a las 5:53 p. m. , 0 Comments

Gal y Matías

Sin quererlo pretender, de mínima voluntad esta acción, la de cometer con premeditación el delito inconsciente de desear lo prohibido, sin más intención que la de poseer lo que el otro no ha de tener, con la total pretensión de joder, fastidiar, molestar, importunar los objetivos de quien no se le tiene buena estima; con el corazón en un puño bien cerrado, asfixiando la verdad, que por mentir, se oculta tras la boca del que por ella se equivoca, hablo tocando en el alma y moral del absurdo lector que no tiene narices para tocárselas, peloteando los huevos que pone la gallina, sin que se toquen entre ellos, cuidado que entre juegos se rompen los huevos, las ilusiones y hasta las esperanzas de encontrar algo bueno entre lo que mucho se cuelga en la red, y puestos en el tema, cerremos filas y líneas, ablogando que cualquiera puede ponerse a escribir, soltar párrafos, copiar y pegar, sin tener la valentía de borrar, vendiendo tachones y borrones de lo que ni él repasará, conjugando frases, y dentro de las frases vacías de encanto, palabras espolvoreadas sin ton ni son, que ni son ni dejan de ser hijas de un vasto idioma que se da a estos juegos de malabares entre letras… y equilibristas de las emociones, magos de decepciones, payasos de la literatura, bienaventurados domadores de líricas figuras, que hacen una rima igual que provocan la sonrisa, que en definitiva viven por este circo de escribir para encantar, existir, desahogar y no morir.

a las 12:18 p. m. , 0 Comments

Romanticismo

¡Qué ira! La que padezco de contemplarte y no poseerte. Sólo de lejos, mirarte en la lejanía, en la distancia que suponen los setenta centímetros mínimos de máximo acercamiento en este salón del Guardar las Formas. Vente al ropero, mi vida, que yo quisiera acortar ese espacio en un impulso, y después alegaría Enajenación Mental Transitoria. Tres palabras maravillosas, concepción protectora en que nos amparamos los delincuentes. Y en esa locura temporal, mmm, perdóname el romanticismo, pero es romanticismo vivir como el último de los míos, el momento de poder hacerte lo que me exigen las entrañas, en un vil movimiento forzarte a lo que tú también ansías, trascender más allá de lo importante, dotar de todo mi cariño a un solo gesto, hacerlo fuerte, único e irrepetible, Romanticismo, porque… qué somos, tú y yo, nada en mitad de la ausencia, si nada es lo que sentimos; sólo quedará de Nos el detalle que nace y muere mientras nos amamos, eso que recordaremos, que podremos contar; qué somos tú y yo sin eso, si eso es lo que somos.
Disculpa este lenguaje arcaico, pero estoy perdida en el espacio atemporal de no saber cuándo eso sucederá, que el tiempo se detiene cuando provocas un silencio en la maldad de esta puñetera vida, sí, cuando te ríes, y del mundo se evaporan las tinieblas, se rompe la continuidad del cielo nublado, y por una brecha se cuela la luz de la alegría, rayos de tu vitalidad, o sole mío.

a las 12:13 p. m. , 0 Comments

Gato Barbieri

http://www.goear.com/listen/c0fcddb/Encontros-gato-barbieri

Tras una introducción en la que se van añadiendo uno a uno, todos los instrumentos, bailándole como homenaje al último que hace su entrada. Y ahí, casi en el olvido de que falta alguien más, entra él. Como una bestia sin contener la furia, loco, plenamente loco, como un chorro de ácido que todo lo corroe, enmarañando la mente, dándose patadas con todos los objetos de la habitación, proyectándose con ira contra todos, exhalando su sonido sucio y desgarrado a los cuatro vientos, manchando de esencia sudamericana al jazz. Ahí queda, para los restos, sus manchas de agresividad latina, de emoción servida a la fusión, al mal denominado género World.
Cuando lo latinoamericano era ignorado, o como mucho, olía mal a los impecables productores musicales estadounidenses, él se lanzó a la piscina. Y sin cambiar un ápice, logró que esos individuos supiesen que el mundo no se acababa en sus pies, en la frontera con Méjico, que América tenía un sur, intenso, rabiosamente intenso.
… Es la otra cara del sonido del saxo tenor. Uno, Getz, confinado en la suavidad y tersura; otro, Barbieri, tremendamente complicado, rabioso, sucio, escandaloso, desgarrador. Dos maneras de sacarle lo mejor a tal armatoste como el tenor.

a las 12:07 p. m. , 0 Comments

Dejadme soñar

Sí, artificial, pero arco iris. Pequeño, que tan sólo abordaba metro y medio, pero para qué más grande, si poco más soy yo. Artificial, sin el encanto de la lluvia y su repiquetear. Pero sólo para mí, sólo para mis ojos, nadie más en un paseo de una mañana de un día de otoño, mi perra y yo. Ella me miró extrañada, como intuyendo que para mí ese momento no era uno más, o yo queriendo dotarle de esa humana capacidad. Pero en mi mundo mágico ella intuye, ese mundo es lo poco que tengo, y es hasta prestado. Dejadme soñar… Ese arco iris era para mí. Ella intuye. Y yo puedo salir de mis tinieblas. Y yo sé sonreír. Y yo sabré amar. Y perdonar. Y te encontraré… nos encontraremos.

a las 11:49 a. m. , 0 Comments

Stan Getz

Imagino que, como el que reconoce la exquisitez en un buen plato, o el que saborea un licor bien madurado, ese suspiro que se le escapa al que se siente colapsado por el placer de probar algo sale también de mí cuando vuelvo a Stan Getz. Pone el punto de clase a las, a veces, desordenadas notas del jazz, no formal, sino atractivo y valioso. Y a pesar de ser obras concebidas en el ambiente cargado de un antro, creadas a partir de dedos grasientos, que en el intermedio tontean con el alcohol y tabaco, incluso con el escondrijo de alguna mujer, nace la melodía y si él la interpreta, se limpia por su suave sonido (The Sound)… suavidad extrema, como un ronroneo débil en el cuello durante un baile de los de bailar pegados.
Stan Getz es el tipo que todos quisiéramos al lado, para hacernos sencilla la tarea de traer a nuestro territorio a quien se sienta justo enfrente en la mesa; es el que hace el trueque, una cena corriente por “algo más”, porque él suena, y quien lo escucha ya sabe que en dos besos no se quedará. Hay músicas, en sus distintos estilos e interpretes, que quieren liderar el momento… pero hay momentos que sólo tienen dos protagonistas, lo demás sobra, y en ese pequeño espacio que queda para ambientar, sin perder identidad, se cuela Getz y su pedazo de tenor, de refilón pero bien cómodo en su función. Hay quienes en espacios pequeños se hacen grandes.

jueves, 5 de noviembre de 2009 a las 5:37 p. m. , 0 Comments

Vetusta Morla - Un día en el mundo

mírame... soy feliz, tu juego me ha dejado así...

miércoles, 4 de noviembre de 2009 a las 5:29 p. m. , 0 Comments

Invisible como el viento (o La Trapecista Cobarde)

En los inamovibles surcos de la rima
quisiera yo tejerte letras
que sólo tú entendieras,
que provoquen tu invisible sonrisa.

No, las sílabas no empieces a contar,
que la métrica me aprisiona
para describirte la boca
labios, comisura, lengua, ¡y ya no más!

Palabras tontas, insultantemente
escasas e incompletas, sosas,
en las que entretengo el coma,
sopor de estar inerte, por no tenerte.

Que cómo transcurren mis días…
los invierto en adivinarte,
abracadabra, y es martes.
Viernes, vienen tus letras, esencia mía.

¿Lo ves? Amoldarme a la consonancia
rebaja todo lo que quería decir
limita lo que sale para ti,
se queda dentro, y tú en la ignorancia.

Que de saltar de verso a estrofa
se me escapa el empuje
por decirte lo que huye
y… ¡voilá! voltereta caprichosa,

de un brinco, de estrofa a párrafo,
se estira el bucle
la magia se diluye
como ilusión, como en un ocaso

se desvanece la tarde, en la levedad,
donde se deshilacha
lo que yo creo y mata
el sentido común; lo que la realidad

niega, reprime, maltrata… que de noche
estás demasiado ausente,
y aunque nunca presente,
de noche la Verdad es un derroche

de franqueza, sí, QUE NO ESTÁS,
mayúsculo tu vacío,
y hace mucho frío
ahí fuera, pero aquí, sin ti, más.

Perdóname este atrevimiento,
de quererte impresionar
sé que ha quedado fatal…
…sshhh sigamos escuchando
[el viento.

martes, 3 de noviembre de 2009 a las 5:58 p. m. , 0 Comments

Sempre libera - La Traviata (Verdi)

VIOLETTA:
Siempre libre, quiero
retozar de alegría en alegría,
quiero que mi vida discurra
por los senderos del placer.
Nazca o muera el día,
que siempre me encuentre feliz;
a placeres siempre nuevos
debe volar mi pensamiento.

ALFREDO: El amor que es latido…
VIOLETTA: ¡Oh!
ALFREDO: … del universo entero…
VIOLETTA: ¡Oh! ¡Amor!
ALFREDO: Misterioso, altivo,
cruz y delicia para el corazón.

VIOLETTA:
¡Locuras!
¡Divertirme!
Siempre libre, quiero
retozar de alegría en alegría,
quiero que mi vida discurra
por los senderos del placer.
Nazca o muera el día,
que siempre me encuentre feliz;
a placeres siempre nuevos
debe volar mi pensamiento.

a las 5:52 p. m. , 0 Comments

Flores en el campo... santo

En el decrépito retrato que eres hoy; reflejo, hoy sí funesto, de la algarabía exuberante con la que ayer te engalanaron; hoy sí me recuerdas a lo que representas, la muerte y el olvido. Una suave brisa se va llevando poco a poco la esencia con la que te perfumaron; las calles están coloridas de blancos, rojos, rosas, naranjas y morados estandartes del infiel cariño que te deben los que sólo ayer fueron. Sólo ayer. Y todo me abstrae al más arraigado carácter del andaluz, español por antonomasia: la hipocresía.
Con tanto aroma floral y colores vivos… entonces ¿por qué decrépito? Porque hoy vuelves al sentencioso silencio en que enmudecieron todos los que en ti habitan, la visita se acabó, y la aplastante soledad, con el sol y el aire como únicos visitantes, te devuelven a la rutina. Y las gentes saben que permanecerás en el mismo sitio, impasible, verdadero, hasta que la falsedad pasee de nuevo unos días antes del que hoy corre.
Sigue, pues, blanco e impoluto, donde los vivos guardamos los recuerdos, y más que guardarlos, aprisionarlos tras unas lápidas para que no nos duelan, para rehacer nuestras vidas de vivos, que con el dolor continuo de vuestra pérdida no hay vida que merezca la pena.
Dormid, pues… morid.

a las 5:48 p. m. , 0 Comments

Lo siento mucho

Perdón. A todos pido perdón. Por ser como soy, por no ser de otra manera, por no ser como quisieran. Perdón por mi escaso don de la oportunidad, por no estar a punto cuando debiera, por excederme cuando no era el momento, por insistir cuando no había nada que lograr, por no acceder a peticiones complejas. Perdón, por no cumplir las expectativas. Por rendirme antes de tiempo, o por tirarme a la piscina vacía, por ser valiente cuando nadie lo era. Perdón, a todos, y a mí misma, por imaginar un mundo bonito que luego no he conseguido, por hablar de lo que no creía. Perdón, por castigarme. Por no haber huido antes, o por ser ahora la cobarde. Por no ser mejor; ni peor para los que destruirme quieren. Perdón, por no saber ceder, ni avanzar cuando tenía que avanzar.
Sé que me prefieren débil, pero perdón por no dejarme vencer. Porque pido perdón por el pasado y para el futuro, porque no cambiaré mi forma de ser.

a las 5:47 p. m. , 0 Comments

..."El día no queriendo morir"...


lunes, 2 de noviembre de 2009 a las 10:20 a. m. , 0 Comments

Lucha interna

El violín, delicado y frágil en su imagen más íntima, se me enfrenta desafiante, y yo más, que le aguanto el pulso, tanto que sus cuerdas terminan por saltar, cuatro latigazos que se me insertan en el costado, como cuatro hojas limpias de cuchillos penetrando en mis carnes.

Sí, confieso. He vuelto a Tchaikovsky.

Y no quiero. Pero otra vez me inundo en su Concierto para violín. Acudo a él como la basura a la destructora, como el muerto ante san pedro a las puertas del cielo (san Pyotr), como el presunto ante su juicio. Para lastimarme, hacer penitencia, dolerme de lo que no me suelo quejar. Confesarme y someterme a su sonido purificador. Esperar veredicto y absolución.
Necesito reciclarme, he llegado hasta aquí cubierta de sanguijuelas, apenas puedo tirar de mí misma, caigo…
Y así, ante el sonido hiriente del violín, lacerándome las esperanzas, yo le animo, aclamo y vitoreo, hiéreme más, destrózame lo más bonito que albergué, que sus trozos rotos se me claven y se me incluyan como espinas, como una parte más de mí.
Hace ya unos minutos que dejé de enfrentarme contra el violín y su séquito de cuerdas mercenarias; hace unos momentos soy yo misma mi peor atacante, y como en un brote de locura, la primera alucinación que al asumirla será delirio, se me dobla en dos el ser que me domina, una, eres tú, el Cuerpo, que soy yo desplomada sobre mis rodillas; y yo soy mi Alma, la que se ha lanzado como objeto arrojadizo, me rompí en… palabras singulares y femeninas, todos aquellos calificativos que a mí me adjudican. Me abofetea la orquesta con sinceridad y realidad, qué estúpida por creer e ilusionarte, mendiga de sentimientos, tú, la que yace desplomada, yo, que no quiero mirarme el reflejo en ti. Tú, tercera persona, no me escuches… no me cures la manera en que soy, porque esto no tiene cura… qué paradoja, habla quien quiere dedicarse a solucionar la vida de los demás. Estúpida. Caes en los mismos errores y te dignas a dar consejos. No, no quieras saber la verdad después de leer esto. Esto es carnaza para los carroñeros. Coman, disfruten de este festín, que hoy invito yo con mis penas en bandeja. Come, cébate más con mi debacle. Mírame, soy lo débil que quisieras encontrarme para pisotearme. Aquí tienes mi cuerpo con hondas cicatrices reventadas de tanto hurgar en ellas, y todo por vender lo más lastimoso de mí, yo que me vendo… por una ilusión.
En esta calma aparente del Segundo Movimiento, me doy cuenta de las cosas, observo el desastre, y me consuelo porque… porque los lánguidos somos así de penosos, nos compadecemos nosotros mismos, nos acurrucamos en un oscuro rincón si tenemos miedo, y nos emborrachamos de romanticismo ruso cuando queremos eludir la lucha final. Así de cobardes e insulsos.
Pero la Canzonetta ya acaba y comienza el Allegro Vivacíssimo, de repente, sin avisar, bruscamente me abofetea el sentido, las lágrimas se desperdigan, que no se vayan, que no quiero perder nada, que ya me disolví demasiado, queda tan poco de mí… Que soy ya la que permanece tendida en el suelo. ¿Y mi Alma, que hicisteis con ella? Ella permanece virgen, pura, pero lo sé… anémica. Estas notas torpedeantes del pizzicato arremeten contra mi alma, tan desprovista de algo, que no le queda nada. NADA… qué es la nada, pues… es mi alma. El violín suena algo más grave. Y estas notas caprichosas y seductoras, se rozan tanto con esto que es mi Nada, que casi se mueven en un vals, se abrazan, y yo desde el suelo, desplomada, rodeada de mi propia vida licuada en líquido rojo vertido de la herida, miro cómo mi Nada se embelesa con la energía de las notas, se enredan las muy zorras, se hipnotiza… Ya lo comprendo. Putas notas antojosas, que la quieren impregnar de vida, que si sufre se retuerza, que insulte, se queje. No… no le hagáis eso, que ella nadaba en el lago de la indiferencia, y si se helaba, patinaba sobre su costra de hielo. Congelada, así, cada vez que no se conformaba, sus quejidos se transformaban en escarcha, y todos contentos. O tú, tercera persona, me vas a decir que no es más cómodo así, teniéndome callada, dímelo ¡hipócrita!
No, mi querida Nada, no vivas, que te dañas; no mires, que duele; no existas, que sientes; no hagas, ni digas, ni pienses… todo es mentira, te equivocas y no me caben más errores de esta vez, no…no no no, dame un respiro, un halo de espacio y tiempo, permite que me recupere.
No… dejadla en paz, que no sabe lo que se hace, que vive y sufre; que no me puedo levantar sin recuperar mi Nada. Dejádmela; que la quiero sin sufrir, yo… Con la boca seca, con una sordera, como metida en una campana, con el sudor frío recorriendo la espalda, ahora veo doble, las líneas me engañan, y se me dobla el cuerpo de nuevo, acaso es esto otra batalla, se me va la cabeza… dios, mi Nada, creo que me desmayo, huye de la emoción, que no te desvirguen la estabilidad, apriétate fuerte contra mí, aléjate del amor, que penetren en ti éstas mis últimas palabras, que… uf, no hagas caso a la ilusión, mantén tu escudo y espada… como yo te enseñé.

Y en esos últimos instantes de lucidez, el espasmo comenzaba de cabeza a pies, el remolino de sensaciones fundía causas y efectos, frente a frente actos y consecuencias; ahora ya sí, Cuerpo y Alma desmayábanse juntos en Una, el cansancio de disputas y encontronazos había podido con el discurso agónico de un Yo siempre callado, de labios sellados, de corazón parado. Que contener la furia pasaba factura. Y después de la tormenta, más allá de la vorágine, terremotos de emociones, mucho más que todo eso…
De nuevo, Pyotr Ilyich Tchaikovsky.

jueves, 29 de octubre de 2009 a las 6:14 p. m. , 0 Comments

Exactamente

Levanté demasiado la mirada y me topé con el sol. Por hacerle frente con mi soberbia, me cegué. Ahora no veo nada. Nada.
Eso es lo que veo.

Somos números primos. Sin composición compartida, sin mínimo común múltiplo, como el 11 y el 13; 17 y 19; 29 y 31; 41 y 43… somos dos números sin poderse descomponer, que cuando se rompen no queda nada con sentido, sin origen… y separados por un par.
Eso es lo que somos.

Quizás es hora de que agache la cabeza y prosiga mi camino, ése que recorro con la mirada plantada en el suelo, intentando pisar las baldosas impares, distraída eventualmente con sumar, restar, multiplicar y dividir las cifras de las matrículas de coches. Dejándome decimales en cada operación, el redondeo me ha comido terreno, perdí unidades enteras, y de mis números naturales queda poco. Esto es lo que queda.
Eso es todo.

miércoles, 28 de octubre de 2009 a las 12:04 p. m. , 0 Comments

Deluxe - Que no

no intentes hacerme cambiar...

que no, que no, que no, que no....

a las 12:00 p. m. , 0 Comments

YO

minúscula,
pequeña,
imperceptible
miniatura
microscópica
insignificante
menuda
liliputiense
mínima
diminuta.
pequeña… muy pequeña

a las 11:53 a. m. , 0 Comments

Un bello atardecer

Pensé que morirme era una buena opción, tras presenciar tal obra de arte, porque me invadió la profunda convicción de que aquel atardecer no se volvería a repetir jamás. Pues… ¿para qué vivir?
Pensé que como alternativa, lo mejor sería quedarme ciega, porque ya todo lo que viera después sería un insulto para lo que mis ojos observaron.
O, en su defecto, otra posibilidad pudiera ser darme un fuerte golpe en la cabeza y provocarme una amnesia anterógrada, que después de aquel momento ya ninguna imagen se instaurara en mi mente, y como único recuerdo aquello último que vi, un magnífico atardecer.
Finalmente, no hice nada de eso, sino que me enamoré (de esa manera en que se enamora la gente, sin quererlo ni beberlo) y consecuentemente, me quedé alelá perdía, perdí mi gusto por lo exquisito y para mí ya TODO era maravilloso.

a las 11:51 a. m. , 0 Comments

Anatomía forense de un fracaso

Cuando descubrí a The Cure con Bloodflowers, me provocaba tal estado de consternación, que ni se lo confesé a la persona a la que más estaba unida. Era como un remolino de decadencia que me arrastraba, su esencia como un agujero negro de antimateria, que atraía a todo lo demás, irreversiblemente a la debacle, y una vez instaurada esa oscuridad en mí, alojada en alguna parte de mi ser, permaneció latente, esperando el momento oportuno para crecer y extenderse.
Se prolongó lo que no tenía salida, lo que me aprisionaba como espíritu, un engaño para mis sentidos, un placebo ante la soledad, cuando una relación exhala un aliento extraño… sin vida.
Durante un tiempo no quise ver el cadáver. Sé que los buitres comían tras mi espalda porque los podía oír en su afanosa tarea de despedazar, convirtieron en despojos todo lo que alguna vez adoré. Yo, en silencio, les agradecía que aceleraran la fase de descomposición, porque mi único deseo era mirar cuando ya no quedara nada.
Cuando esto sucedió, me encontré huesos desordenados, que no guardaban la configuración de lo que había sido, que no recordaba a nada de lo que fue. A pesar de su carencia de carne que pudiera pensar, sentir o bramar, le espeté todo lo que tenía dentro… sí, a un montón de huesos. Y en esa decrepitud volqué mi crueldad naciente, sintiéndome con todo el derecho del mundo; hueso a hueso (recuerdo a recuerdo) los fui arrojando a la hoguera del olvido; la prematura satisfacción dio paso a la calma. El calor del fuego fue templando la parte de mí que había estado congelada e inerte, dándole vida a lo que ya podía volver a sentir, pero en otra versión algo más oscura. Antes de salir del crematorio, yo ya vivía otra vez, pero sin deberle nada a nadie.

a las 11:47 a. m. , 0 Comments

Reconciliación

Eran desconocidos, extraños. Nombres que no me decían nada, imposibles de pronunciar. Pero a las horas intempestivas de la siesta, con la calidez del sol a través del cristal del bus, un día tras otro, fueron acariciándome el corazón cerrado, con sus suaves voces, exóticos sonidos, en la tranquilidad de esos momentos, en el no-mirar-nada-en-concreto de los desplazamientos con el bus urbano.

Había pasado un año y ya lo había superado. Pero quedaba yo, tenía que solucionarme a mí misma, el intrincado modo de haberlo dispuesto todo, de tal manera que sí había olvidado; pero… quedaba yo, con un interior enrevesado, inhóspito para cualquier sentimiento, hostil hacia cualquier intento de mirar atrás, por el agresivo modo en que prendí fuego a todo, apenas quedaron unos cascotes que llamaba ruinas. Tras las primeras lluvias, creció la avena, cebada y trigo, cubriendo de verde los antiguos cimientos; pero volvió a llover y se inundó todo. Cómo convivir con mi trigal embarrado.

Ellos me allanaron el terreno de la reconciliación conmigo misma, acercaron posturas, relajaron expresiones, suavizaron argumentos puntiagudos, hirientes. Me rozaban de esa forma con la que no se pretende nada, sólo un roce. Al día siguiente, a la misma hora, Ramón Trecet colocaba más canciones de gentes foráneas; y allá, lejos, muy lejos, se vive distinto, pero se siente igual. Estar perdido tiene otras palabras, diferentes fonemas, pero la misma desazón. Estar perdido en el desierto, sin referencias; embarrada en mi trigal me recordaba al desierto en el que nunca estuve, y comparaba el concepto de estar atascada en arenas secas o húmedas, no importa, la consecuencia es no avanzar. Pero en una sensación lejana, la que me traía Haig Yazdjian, intuía algo positivo, y si él había podido encontrar la salida, ¿por qué no yo?

En sus nostálgicos acordes hallé el calor y el temple para lamerme las heridas. Las heridas ya sólo eran cicatrices; éstas hacen que el tiempo se haya llevado la identidad de quien rasgó la piel, sólo consistían en un montón de carne unida para cerrar, amorfa, sin nombre ni apellidos, y pasado más tiempo aún, perderían su fecha de nacimiento, y se disolverían con el resto del cuerpo, quedando una mera señal de que hubo algo que hizo daño, y el recuerdo inolvidable, perenne, protector y eterno, de que el amor puede convertirse en el peor de los puñales. Nada más.

Con la calidez de vientos del desierto, traté de secarme un poco el barro de los pies, y darme toques de autocompasión por las noches, como la que se peina y perfuma para dormir. Pero… con Trecet y todo Radio 3 (José Miguel Domínguez, Carlos Galilea, Diego Manrique, Juan de Pablos, Cifuentes, Carlos Farazo, Antonio Fernández), comenzó la revolución, y el verdadero cambio fue el conceptual, como el descubrimiento de las Américas, o que hay algo más allá del Sistema Solar; y no sólo hacia el exterior, sino que en mi interior tenía todo un mundo por destapar. Hoy, a pesar de ser mucho más inmenso mi mundo que el que tenía hace ya unos años, no me siento perdida, echo mano a mi Brújula para encontrar los últimos pasos y empezar a andar de nuevo.

a las 11:41 a. m. , 0 Comments

Silencio

En el silencio no absoluto, sino el que está contenido entre dos paréntesis, cada uno de ellos representando a un cuerpo. En el silencio, pues, creado a conciencia, con premeditación y alevosía, ideado para escuchar el palpitar de corazones. Un silencio impuro, claro está, porque en él caben los pequeños susurros, los roces, el minúsculo decibelio producido por una caricia, o esa ausencia de todo lo que molesta, pero no de lo que acompaña… un silencio recogido por una suave melodía de fondo, una voz que habla de amor, que no pretende ser protagonista de lo que presencia, sino una buena compañera de reparto, entre suspiros acotados por el amor. Hay un silencio que el ruido no lo altera, si son todos los sonidos provocados por el amor. Sonidos íntimos, que tanto apuro me da sacarlos a la luz… mejor dejémoslos en esa oscuridad en la que se refugian, la de la noche, sobrenadando en la tranquilidad de los que tienen toda una madrugada por delante para disfrutarse. Ronroneos de placer, besos, palabras que apremian, que abrazan. El silencio que más que enmudecer, alienta a dialogar intensamente con las miradas. El silencio más implacable, ése que nos hace callar.
Sé que no debería excusarme por escribir así, pero llevo tanto tiempo sin hablar de amor, que no sé si el propio Amor se sentirá ultrajado por atreverme yo a nombrarlo con sus silencios.

a las 11:39 a. m. , 0 Comments

El cigarro de mis palabras

Quiero concentrar todo lo que me provoca y escribirlo en un pequeño trozo de papel, enrollarlo y fumármelo, que todo lo suyo quede dentro de mí, por intimidad o… por no tener que verlo más. Que sus palabras se las lleva el viento, pero las mías ni siquiera salieron. Me fumo mis palabras, porque es la manera más agradable de tragarme todo lo que no le dije, porque es lo único que me falta en esta noche de jazz, un cigarro con el licor amargo de recuerdos que ya sólo serán eso.
El humo sale fuera, como señal de que algo hubo, fumata negra, por eso de que nunca nos pusimos de acuerdo; fumata blanca, ahora que coincidimos en el silencio.
Que disfrute mi desazón, porque hasta aquí llega el lamento de no tener ya lo poco que me dio.
Ahora sí, mis palabras por fin acompañan a las suyas por los aires, las suyas degradadas por el tiempo, las mías como cenizas vertidas a lo eterno.

a las 11:31 a. m. , 0 Comments

Porrinos vs. Cosmopolitas

No quisiera acabar de escribir esto, y quedarme con mal sabor de boca, porque toda mi intención es ofender y mucho, a un selecto club de cosmopolitas y chic@s de la “capi”, ignorantes de todo lo que está fuera de su maravilloso mundo de la ciudad. Se darán por aludidos los que alguna vez despreciaron la vida en el Pueblo, insultaron el estereotipado campesino y trabajador del campo, los que miraron con desdén a las gentes que nombran su pueblo sin pretender que todo el mundo lo conozca (¿y eso dónde coño está?).
Sepan ustedes, urbanitas, que nosotros, los “porrinos”, somos por lo general gentes humildes, sin alardes de conocimientos, sabemos y quisiéramos saber más, tenemos el don de la adaptación, y todo a expensas del tiempo podemos lograrlo.
En nuestras casas suelen haber muchas sillas por todos lados, porque nos gusta que todo el que venga esté bien acogido, porque tiene las puertas abiertas el vecino, el primo, el cartero, y el pariente del pueblo. Y no nos andamos con mirillas ni preguntas enrevesadas, que ya nos conocemos, que si les hablamos con el acento del pueblo, se hacen los suecos, nosotros les dejamos los productos del huerto a cargo del portero y nos volvemos sin haberles apestado el piso a como huelen los de pueblo…
Sepan que sí hay agua caliente, que las vacas no pastan por las calles porque en las calles no hay pasto, que el burro lo aparcamos en los sitios señalizados, que las noticias del pueblo vienen por boca del panadero, y así el papel de periódico lo reservamos para limpiarnos el…
Desgraciadamente, casi ningún núcleo urbano se libra de vicios ni delincuencia, en todas partes cuecen habas, que por si no lo saben, es que estos inconvenientes no son exclusivos de la ciudad. Es lo que pasa, que lo malo se difunde con mayor facilidad que los buenos valores. Por eso mismo, quiero recalcar que ambas localizaciones (ciudad y pueblo) tienen mucho que decirse, que contarse, siempre desde el respeto, porque son dos maneras distintas de hacer vida, aunque cada vez más parecidas. Hoy día, resultaría estúpido querer permanecer independiente, la ciudad sin pueblo, o el pueblo sin ciudad, porque está claro que las mil relaciones que nos unen (a nivel comercial, turístico, estructural…) nos hacen hermanos unos de los otros. Ambos tenemos mucho que ofrecernos. Pero parece ser que un reducto de los cosmopolitas, y a veces diría que conforma un sentimiento general, muestran sin tapujos la indiferencia de la ciudad hacia el pueblo, se regodean en nuestras deficiencias, y menosprecian nuestras características. Luego van a pueblos de otras provincias, se alojan en sus casas rurales, y toman fotos de las costumbres allí extendidas, de sus platos pintados y colgados de la pared, de sus botijos mohosos, de las vigas de madera carcomidas por el tiempo, de las arrugas de los parroquianos, y se maravillan con sus historias de pobreza.
Otra mítica operación del cosmopolita es acudir a casa de los parientes de pueblo, disfrutar de una buena mesa con comida casera, no poner reparos en todo lo que les ofrezcan los pueblerinos (chacinas, hortalizas, frutas, vino del terreno…) y ya con las bolsas llenas en las manos, se dedican a recrearse en los numerosos favores que nos hace la ciudad a la gente de pueblo, que no podemos vivir sin sus fabulosos centros comerciales, sin sus restaurantes de comida rápida, sin sus franquicias de firmas nacionales e internacionales, sus cines y hospitales… ¿qué haríamos nosotros sin ellos? Parece que así nos recuerdan que les debemos mucho, que eso que se llevan (nuestros mejores productos) son un pequeño detalle por la magna hospitalidad que nos brinda la ciudad, algo así como un impuesto cosmopolita. Gracias, chica o chico de ciudad, por perfumar con Lamcoste mi mugrosa casa.

a las 11:25 a. m. , 0 Comments