- Todo es mentira.
Creo que salió del coche pensando que soy una de las tantas personas que la toman por una chiflada. Y ahora, en este momento, no hay nada de lo que me arrepienta más que no haberle contestado acertadamente, lo justo para que se diera cuenta de que entendí las reminiscencias de sus escasas expresiones, que hablo en su mismo idioma. Porque ahora soy una más de los que la evitaron, o que callaron, que no se opusieron, que no le replicaron. Que ese minuto de trayecto sólo fue para soltarme retazos de su infelicidad, intentó quitarme esperanzas por la vida, y sé que lo hizo sin maldad, sólo habló de su experiencia. Unas palabras como abreviaturas de un lamento, leves, quejosas; colmaron mi concepto de dramatismo con la veracidad del tono con que las pronunciaba. En un minuto me habló de desencanto, de frustración, rendición. Nada, muy breve todo. Se despidió con un Felices fiestas sin sentido ni credibilidad, vacío de estructura, como los ajos vanos; se lo devolví, aun sabiendo su respuesta, la cortesía pudo a la comprensión.
Su soledad era mucho más que la nula compañía que la rodeaba en su caminar solitario, a la hora en que el sol más fuerte daba, en un día en que el frío desestimaba al sol; y con eso bastaba para no hacer lo que hice, asentir a sus quejidos y tomarla por una autostopista más.
No le vi el rostro, llevaba unas gafas oscurecidas por el tímido sol de diciembre, y un pañuelo a la tradición musulmana. Y un bastón.
Por un instante, he imaginado que era yo dentro de bastantes años, y que todo fue fruto de cruzar su presente con el mío en una curva imposible de traducir en las coordenadas del continuo espacio-tiempo. Que todo lo que me dijo sólo eran advertencias, y que ella, o yo, o quien fuera, tenía la certeza de que sólo las escucharía, y que no las tendría en cuenta. Lógicamente, debe ser así, puesto que entonces ni siquiera escribiría estas líneas, y habría abocado su presente a la inexistencia.
Y sin embargo, dijo que Todo es mentira, y yo la creí.
Creo que salió del coche pensando que soy una de las tantas personas que la toman por una chiflada. Y ahora, en este momento, no hay nada de lo que me arrepienta más que no haberle contestado acertadamente, lo justo para que se diera cuenta de que entendí las reminiscencias de sus escasas expresiones, que hablo en su mismo idioma. Porque ahora soy una más de los que la evitaron, o que callaron, que no se opusieron, que no le replicaron. Que ese minuto de trayecto sólo fue para soltarme retazos de su infelicidad, intentó quitarme esperanzas por la vida, y sé que lo hizo sin maldad, sólo habló de su experiencia. Unas palabras como abreviaturas de un lamento, leves, quejosas; colmaron mi concepto de dramatismo con la veracidad del tono con que las pronunciaba. En un minuto me habló de desencanto, de frustración, rendición. Nada, muy breve todo. Se despidió con un Felices fiestas sin sentido ni credibilidad, vacío de estructura, como los ajos vanos; se lo devolví, aun sabiendo su respuesta, la cortesía pudo a la comprensión.
Su soledad era mucho más que la nula compañía que la rodeaba en su caminar solitario, a la hora en que el sol más fuerte daba, en un día en que el frío desestimaba al sol; y con eso bastaba para no hacer lo que hice, asentir a sus quejidos y tomarla por una autostopista más.
No le vi el rostro, llevaba unas gafas oscurecidas por el tímido sol de diciembre, y un pañuelo a la tradición musulmana. Y un bastón.
Por un instante, he imaginado que era yo dentro de bastantes años, y que todo fue fruto de cruzar su presente con el mío en una curva imposible de traducir en las coordenadas del continuo espacio-tiempo. Que todo lo que me dijo sólo eran advertencias, y que ella, o yo, o quien fuera, tenía la certeza de que sólo las escucharía, y que no las tendría en cuenta. Lógicamente, debe ser así, puesto que entonces ni siquiera escribiría estas líneas, y habría abocado su presente a la inexistencia.
Y sin embargo, dijo que Todo es mentira, y yo la creí.
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