IV. Punto de No Retorno.
Hay un punto, en el vasto campo de posibles estados intermedios entre vida y muerte, un punto en la sección de la enfermedad, ése que aquí decimos “está más allá que pa´cá”, es el punto de no retorno.
En su delgada línea de separación con la esperanza se tambalean muchos enfermos, equilibristas experimentados, personas mayores cargadas con las talegas de medicinas, múltiples patologías conjugándose en su organismo, subastándose cachos de su cuerpo, comiéndose la vitalidad. Pastillas aniquilándose unas a otras, compitiendo por una misma ruta de metabolización, friendo al estómago, acorchando al hígado, aletargando, perdón, alargando su vida… un poco más. Y súbitamente, esa estabilidad frágil, disfrazada de milagro, se derrumba cual castillo de naipes por una leve brisa, una brisa como lo puede ser una fibrilación auricular rápida, FAR. Cae todo. Se descompensa la insuficiencia cardíaca, ICD, empeora la insuficiencia renal, IRC, cae en insuficiencia respiratoria, IRA, se obnubila, y un puñetero émbolo se forma en el corazón, con destino directo al cerebro, donde impactará en un pequeño vasito que quedará obstruido… isquemia cerebral, accidente cerebrovascular agudo… ACVA o ictus… abuelictus.
Cronología de la decadencia, múltiples caminos posibles, y todos llevan a la descompensación del sistema, fallo multiorgánico, sinónimo de No retorno. Como caer en un estanque, y destapar el desagüe, la vida fugándose, final pronosticado, remolino convergente, embudo hacia la muerte, vueltas y vueltas, pedir más pruebas, y La Verdad no se esconde tras ninguna de ellas, todo es hacer tiempo, lanzarnos al aire y describir volteretas, quitar los líquidos y poner diuréticos, quitar la comida, sondar el cuerpo, concebido como un tubo, todo es meter y sacar, alteración de los estados fisiológicos, numerosos ojos, manos palpando, corazón escuchado, cifras de creatinina aumentando, agitación del organismo, y un alma despegando. […]
La Verdad es que nada se puede hacer. La Verdad es que la muerte se presenta, nosotros queremos escalonarla, desmenuzar cada momento en que ella avanza algo más, luchar por cada posición en el tiempo. Dame un minuto más, sólo un minuto más. Pero La Verdad es que nada se puede hacer.
La impotencia es resultado de no haber asimilado antes. Pero dejarse ganar es querer perder. Y toda lucha es humana, y más que humana, muy animal.
Y en medio de todo, el familiar. He deducido que es muy chungo cuando un médico te hace llamar, cuando el horario de visitas todavía no ha llegado. Es indescriptible el juego de miradas, comunicación mucho más intensa que la retahíla de palabras, diminutivos de lo que no se puede achicar, sutilidad extrema, parsimonia en palabras Grave o Severa, adjetivos ambiguos de este vasto idioma que es el nuestro. Palabras dichas por el médico, recibidas por nadie, porque el familiar o acompañante sólo ve una verdad impresa en las pupilas del bata blanca, lo demás son adornos, ruidos insonorizados frente a la muerte, campana extractora de humos superfluos.
Unas lágrimas se insinúan en la vertiente más próxima del llorar, enjugadas antes de dejarse vencer por la debilidad. Yo no sabía dónde esconderme en aquel momento tan íntimo, pero tan frío, y también me emocioné. Y justo en aquel instante pedí encontrarme en su pellejo mucho, mucho, mucho tiempo después.
Se terminó la conversación y la médico y yo echamos unos pasos juntas, con suspiros que querían espirar más que aire, y en todo caso, consternación, de no ser dios, de no tener solución. No le hice preguntas, no cabían las dudas.
El No Retorno lo simplifica todo.
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