Miles Davis - Kind of Blue


Siempre he pensado, y así se me ha ido manifestando con diversos discos, que toda música buena tiene su momento. Quito lo de “buena”, toda música tiene su momento. Me pasó con la clásica, con el jazz en general, con el flamenco. Que no los tragaba, o me ponía alguna pieza pero no me convencía y me pasaba el tiempo sin volverla a escuchar. Me sucedió con artistas como los Doors, Love of Lesbian, Sabina, y muchos más, y ahora con Miles. Podían ser todo lo buenos que quisieran, me los recomendaron a rabiar, yo misma los probé, pero no era mi momento, no captaba lo que tenían que decirme.
Decían de Miles Davis que fue un revolucionario del jazz. Toma ya. Pero a mí me patinaba todo lo que hizo. Sin ir más lejos, el sonido de la trompeta ya de entrada no me gusta. Reconozco que no empecé bien con su Bitches Brew, estratosférica oda al caos y desorden rítmico, una obra que no hay por dónde cogerla. Pero como era un delito no tener su Kind of Blue, el disco más vendido en la historia del jazz, el mejor valorado, el más importante, un antes y un después… Total, que me lo compré (muy raro en mí eso de comprar discos…), me lo puse, y… me quedé como estaba. Nada, no me aportaba nada. Cada vez que lo escuchaba, iba entrando mejor, pero no penetró en mí hasta anoche, porque fue anoche cuando se convirtió en necesario, especial. Estaba en tal estado de susceptibilidad que más que beber, absorbí el disco entero. Y no fue mi disco legalmente adquirido reproduciéndose, sino el que me llegaba por las ondas del Bulevar del Jazz, y solté una carcajada cuando mi buen amigo Javier Domínguez dijo eso de – qué hijo de puta -, y en su voz, con su experiencia jazzística, ese calificativo sonó a un – qué grande eres – que colmaba la boca. Sí, señor, qué grandísimo hijo de puta el Miles Davis, por hacer lo que hizo. Una bestial reproducción de lo que puede ser la vida en un día cualquiera, tanto para el día fatigoso, decepcionante, para el mierda de día que nada sale bien, para calmar los ánimos, para escucharse dentro, o para no pensar. Y también para ese día normal, simplemente para despejar. Y para querer, para anhelar… para soñar. Es el cajón de sastre de los sonidos, pues en realidad no puede describirse ni concretarse, una trompeta muy vaga en All blues, un estimulante So what, la compañía del Flamenco sketches, triste es Blue in green, y el swing del bajo en Freddie Freeloader. Y por supuesto, no es exclusivamente su logro, de hecho, sus acompañantes (Julian Cannonball Adderley al saxo alto, Paul Chambers al bajo, Jimmy Cobb con la batería, el saxo tenor de John Coltrane, Bill Evans y Wynton Kelly al piano) hicieron distinto el sonido de Davis, marcaron la diferencia con los otros trabajos del maestro, por eso me gusta este disco y no otros.
En realidad, no es nada extraordinario, pero se viste de especial cuando se hace necesario. Sigo sin comprender cómo pudo vender más que otros, quizá por distinto, o porque dentro de su ritmo débil e inseguro, suena muy redondo; y que hay algo bello e inexplicable, que lo inexplicable es bello…

miércoles, 30 de diciembre de 2009 a las 6:40 p. m.

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