Hoy he mirado largo rato tu foto. Desde la primera vez que la vi, percibí que era tan intrigante como todo lo que te rodea, que lejos de despejar preguntas, iba a colapsarme de enigmas. Las fotografías suelen ser un corte de la realidad, una verdad que dura un instante. Pues nunca una imagen dio tanto lugar a la duda. Era tu expresión una faceta de la ambigüedad, de la serenidad de un volcán, de una mirada nómada del tiempo estancada en un infinito momento, y sobretodo, una boca entre comedida y una leve, no, ligerísima insinuación de algo que hoy, sólo hoy, he leído como sonrisa. Será que así quiero verte, o que la foto se actualizó, que la tecnología tardó en revelar el secreto de tu gesto, o que hasta ahora no supe leer entre tus labios.
No, no me importa quién te acompañaba. Hoy sólo me preocupa saber cómo se conjugan tus músculos en una sonrisa sin dudas, una contracción sin contradicciones, y… [venga, díselo] y en la más absoluta intimidad, mirando pero sin mirar, mordiéndome el labio con reprobación, en el más huidizo de los actos, en la caricia menos sentida, menos segura, más descafeinada, la pantalla me da un chispazo en un intento por rozarte las dos escasas dimensiones de tus labios.
No, no me importa quién te acompañaba. Hoy sólo me preocupa saber cómo se conjugan tus músculos en una sonrisa sin dudas, una contracción sin contradicciones, y… [venga, díselo] y en la más absoluta intimidad, mirando pero sin mirar, mordiéndome el labio con reprobación, en el más huidizo de los actos, en la caricia menos sentida, menos segura, más descafeinada, la pantalla me da un chispazo en un intento por rozarte las dos escasas dimensiones de tus labios.
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