Stan Getz

Imagino que, como el que reconoce la exquisitez en un buen plato, o el que saborea un licor bien madurado, ese suspiro que se le escapa al que se siente colapsado por el placer de probar algo sale también de mí cuando vuelvo a Stan Getz. Pone el punto de clase a las, a veces, desordenadas notas del jazz, no formal, sino atractivo y valioso. Y a pesar de ser obras concebidas en el ambiente cargado de un antro, creadas a partir de dedos grasientos, que en el intermedio tontean con el alcohol y tabaco, incluso con el escondrijo de alguna mujer, nace la melodía y si él la interpreta, se limpia por su suave sonido (The Sound)… suavidad extrema, como un ronroneo débil en el cuello durante un baile de los de bailar pegados.
Stan Getz es el tipo que todos quisiéramos al lado, para hacernos sencilla la tarea de traer a nuestro territorio a quien se sienta justo enfrente en la mesa; es el que hace el trueque, una cena corriente por “algo más”, porque él suena, y quien lo escucha ya sabe que en dos besos no se quedará. Hay músicas, en sus distintos estilos e interpretes, que quieren liderar el momento… pero hay momentos que sólo tienen dos protagonistas, lo demás sobra, y en ese pequeño espacio que queda para ambientar, sin perder identidad, se cuela Getz y su pedazo de tenor, de refilón pero bien cómodo en su función. Hay quienes en espacios pequeños se hacen grandes.

jueves, 5 de noviembre de 2009 a las 5:37 p. m.

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