Romanticismo

¡Qué ira! La que padezco de contemplarte y no poseerte. Sólo de lejos, mirarte en la lejanía, en la distancia que suponen los setenta centímetros mínimos de máximo acercamiento en este salón del Guardar las Formas. Vente al ropero, mi vida, que yo quisiera acortar ese espacio en un impulso, y después alegaría Enajenación Mental Transitoria. Tres palabras maravillosas, concepción protectora en que nos amparamos los delincuentes. Y en esa locura temporal, mmm, perdóname el romanticismo, pero es romanticismo vivir como el último de los míos, el momento de poder hacerte lo que me exigen las entrañas, en un vil movimiento forzarte a lo que tú también ansías, trascender más allá de lo importante, dotar de todo mi cariño a un solo gesto, hacerlo fuerte, único e irrepetible, Romanticismo, porque… qué somos, tú y yo, nada en mitad de la ausencia, si nada es lo que sentimos; sólo quedará de Nos el detalle que nace y muere mientras nos amamos, eso que recordaremos, que podremos contar; qué somos tú y yo sin eso, si eso es lo que somos.
Disculpa este lenguaje arcaico, pero estoy perdida en el espacio atemporal de no saber cuándo eso sucederá, que el tiempo se detiene cuando provocas un silencio en la maldad de esta puñetera vida, sí, cuando te ríes, y del mundo se evaporan las tinieblas, se rompe la continuidad del cielo nublado, y por una brecha se cuela la luz de la alegría, rayos de tu vitalidad, o sole mío.

viernes, 6 de noviembre de 2009 a las 12:13 p. m.

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