Reconciliación

Eran desconocidos, extraños. Nombres que no me decían nada, imposibles de pronunciar. Pero a las horas intempestivas de la siesta, con la calidez del sol a través del cristal del bus, un día tras otro, fueron acariciándome el corazón cerrado, con sus suaves voces, exóticos sonidos, en la tranquilidad de esos momentos, en el no-mirar-nada-en-concreto de los desplazamientos con el bus urbano.

Había pasado un año y ya lo había superado. Pero quedaba yo, tenía que solucionarme a mí misma, el intrincado modo de haberlo dispuesto todo, de tal manera que sí había olvidado; pero… quedaba yo, con un interior enrevesado, inhóspito para cualquier sentimiento, hostil hacia cualquier intento de mirar atrás, por el agresivo modo en que prendí fuego a todo, apenas quedaron unos cascotes que llamaba ruinas. Tras las primeras lluvias, creció la avena, cebada y trigo, cubriendo de verde los antiguos cimientos; pero volvió a llover y se inundó todo. Cómo convivir con mi trigal embarrado.

Ellos me allanaron el terreno de la reconciliación conmigo misma, acercaron posturas, relajaron expresiones, suavizaron argumentos puntiagudos, hirientes. Me rozaban de esa forma con la que no se pretende nada, sólo un roce. Al día siguiente, a la misma hora, Ramón Trecet colocaba más canciones de gentes foráneas; y allá, lejos, muy lejos, se vive distinto, pero se siente igual. Estar perdido tiene otras palabras, diferentes fonemas, pero la misma desazón. Estar perdido en el desierto, sin referencias; embarrada en mi trigal me recordaba al desierto en el que nunca estuve, y comparaba el concepto de estar atascada en arenas secas o húmedas, no importa, la consecuencia es no avanzar. Pero en una sensación lejana, la que me traía Haig Yazdjian, intuía algo positivo, y si él había podido encontrar la salida, ¿por qué no yo?

En sus nostálgicos acordes hallé el calor y el temple para lamerme las heridas. Las heridas ya sólo eran cicatrices; éstas hacen que el tiempo se haya llevado la identidad de quien rasgó la piel, sólo consistían en un montón de carne unida para cerrar, amorfa, sin nombre ni apellidos, y pasado más tiempo aún, perderían su fecha de nacimiento, y se disolverían con el resto del cuerpo, quedando una mera señal de que hubo algo que hizo daño, y el recuerdo inolvidable, perenne, protector y eterno, de que el amor puede convertirse en el peor de los puñales. Nada más.

Con la calidez de vientos del desierto, traté de secarme un poco el barro de los pies, y darme toques de autocompasión por las noches, como la que se peina y perfuma para dormir. Pero… con Trecet y todo Radio 3 (José Miguel Domínguez, Carlos Galilea, Diego Manrique, Juan de Pablos, Cifuentes, Carlos Farazo, Antonio Fernández), comenzó la revolución, y el verdadero cambio fue el conceptual, como el descubrimiento de las Américas, o que hay algo más allá del Sistema Solar; y no sólo hacia el exterior, sino que en mi interior tenía todo un mundo por destapar. Hoy, a pesar de ser mucho más inmenso mi mundo que el que tenía hace ya unos años, no me siento perdida, echo mano a mi Brújula para encontrar los últimos pasos y empezar a andar de nuevo.

miércoles, 28 de octubre de 2009 a las 11:41 a. m.

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