Apenas hechas las presentaciones, su perfume se me ha colado por dentro, colapsa los receptores olfatorios y siguiendo la vía olfatoria (I par craneal) ha desbordado de placer el tálamo… el caso es que me tiene desconcentrada, de tal manera, que no atendí a su nombre. Así que me hayo jugando con las apariencias – a ver, si fuera su madre, ¿qué nombre le habría puesto? -.
Uno detrás de otro, los momentos se van sucediendo como los peores para preguntarle cómo se llama… Mis agallas están entretenidas con el revuelo que forman las mariposas en el estómago, pero ahora que lo pienso, si sólo comí un par de canapés con boquerones… ¿Ya hizo la metamorfosis el anisakis? En estos instantes que tanta concentración requiero, el corazón me bombardea tan fuerte que allá donde lo piense, me resuena el latido, ahora podría encontrarme el pulso femoral, el poplíteo, el pedio (utópicos en mis prácticas de medicina), hasta un potente zumbido intermitente me palpo en el abdomen (¿será un aneurisma de aorta?). Veo que me está poniendo cara rara, al palparme la carótida, mejor ingurgito la yugular para compensar un poco.
Aún sigo sin controlar bien la mano talámica, y si me la agarro, me sale el movimiento por el pie tembloroso. Sé que es salirme por peteneras, pero me marco unas sevillanas que relajan la situación.
Después de una agradable charla, le propongo dar un paseo por un lugar menos concurrido, y acompaño la intención con cara de cordero degollado, pero se me desvía la comisura hacia el lado afecto en una monstruosa mueca, así que para arreglarlo un poco le hago ojitos, pero lo que consigo es un ojo midriático y otro miótico, con una desviación de la mirada, primero conjugada al lado de la lesión, después convergente y luego divergente. Sin saber a dónde mirar, cierro los ojos, y en una breve pero acalorada discusión con los músculos rectos y oblicuos del ojo, pongo orden y abro los ojos de nuevo. En la aparente normalidad, termino la propuesta con un guiño, pero la ptosis palpebral izquierda prolonga eternamente el gesto. Finalmente, me disculpo un momento y voy al servicio, simulando un pizco en el ojo.
Cuando regreso, ya no está. Me quedo con la cara desencajada, pero lo que nadie ve es cómo se me encoge el corazón, con el QRS abigarrado, colapso en el sistema de conducción… Hij… - Pu… , perdón, His-Purkinje. Poco a poco, una reentrada anómala, primero con bloqueo, después sin bloqueo… taquicardia ventricular… asistolia. Piiiiiiiiiiii
- ¿Te encuentras bien?
- Eh… sí, sí. Oye, ¿sabes dónde está…? Mierda, si no sé su nombre…
- Si te refieres a quien estaba hablando contigo (sí sí sí sí), acaba de irse con su pareja (no no no no) que le ha dado un síncope (sí sí, digo, no no) por lo visto no es grave. Y a ti ¿cómo te ha ido la noche? Por cierto, te has manchado un poco aquí, ¿no?
- Ehm… mira, dentro de todo lo que podría ocurrirme, es lo más inofensivo, no sabes lo perjudiciales pueden llegar a ser estas recepciones. Que te iba a preguntar… ¿mañana podrías hacerme una revisión completa? Es que siento algunas molestias…
Uno detrás de otro, los momentos se van sucediendo como los peores para preguntarle cómo se llama… Mis agallas están entretenidas con el revuelo que forman las mariposas en el estómago, pero ahora que lo pienso, si sólo comí un par de canapés con boquerones… ¿Ya hizo la metamorfosis el anisakis? En estos instantes que tanta concentración requiero, el corazón me bombardea tan fuerte que allá donde lo piense, me resuena el latido, ahora podría encontrarme el pulso femoral, el poplíteo, el pedio (utópicos en mis prácticas de medicina), hasta un potente zumbido intermitente me palpo en el abdomen (¿será un aneurisma de aorta?). Veo que me está poniendo cara rara, al palparme la carótida, mejor ingurgito la yugular para compensar un poco.
Aún sigo sin controlar bien la mano talámica, y si me la agarro, me sale el movimiento por el pie tembloroso. Sé que es salirme por peteneras, pero me marco unas sevillanas que relajan la situación.
Después de una agradable charla, le propongo dar un paseo por un lugar menos concurrido, y acompaño la intención con cara de cordero degollado, pero se me desvía la comisura hacia el lado afecto en una monstruosa mueca, así que para arreglarlo un poco le hago ojitos, pero lo que consigo es un ojo midriático y otro miótico, con una desviación de la mirada, primero conjugada al lado de la lesión, después convergente y luego divergente. Sin saber a dónde mirar, cierro los ojos, y en una breve pero acalorada discusión con los músculos rectos y oblicuos del ojo, pongo orden y abro los ojos de nuevo. En la aparente normalidad, termino la propuesta con un guiño, pero la ptosis palpebral izquierda prolonga eternamente el gesto. Finalmente, me disculpo un momento y voy al servicio, simulando un pizco en el ojo.
Cuando regreso, ya no está. Me quedo con la cara desencajada, pero lo que nadie ve es cómo se me encoge el corazón, con el QRS abigarrado, colapso en el sistema de conducción… Hij… - Pu… , perdón, His-Purkinje. Poco a poco, una reentrada anómala, primero con bloqueo, después sin bloqueo… taquicardia ventricular… asistolia. Piiiiiiiiiiii
- ¿Te encuentras bien?
- Eh… sí, sí. Oye, ¿sabes dónde está…? Mierda, si no sé su nombre…
- Si te refieres a quien estaba hablando contigo (sí sí sí sí), acaba de irse con su pareja (no no no no) que le ha dado un síncope (sí sí, digo, no no) por lo visto no es grave. Y a ti ¿cómo te ha ido la noche? Por cierto, te has manchado un poco aquí, ¿no?
- Ehm… mira, dentro de todo lo que podría ocurrirme, es lo más inofensivo, no sabes lo perjudiciales pueden llegar a ser estas recepciones. Que te iba a preguntar… ¿mañana podrías hacerme una revisión completa? Es que siento algunas molestias…
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