Calor abstracto

En la delicada frontera ante el sueño, me sacuden instintos del pasado. Inducidos por la inexcusable soledad de una cama individual, sin más olor y ruidos que los míos. Cierro los ojos y veo venir su mano, rodando en un descenso vertiginoso, en un ascenso tierno. Nada puede pagar ese momento, ni sustituir, ni con nada consolarme de no tenerlo, nadie puede saldarme todos los que no tuve.
Justo ahí, giro la cara y veo que quien me rodea como yo tanto he deseado es la autocompasión; toma la sábana blanca y nos envuelve a ambas de un mismo calor abstracto, me busca el cuello y la esperanza me susurra – pronto -.

Al día siguiente, amanezco con gana de batalla, y como todas las mañanas, me deshago de la sábana con urgencia, como de la compasión; podría decirse que me compadezco de mi Yo Compasiva, me burlo de mis deseos nocturnos, y miro con desdén la debilidad que me invade al final del día. Siempre alego lo mismo – Será el cansancio-. A lo largo del día, ese empuje matutino de superhéroe se va desvaneciendo, los pulmones se desinflan a expensas de la barriga, se entorna la mirada, y los gestos son menos enérgicos, las frases pierden vehemencia.
Todos necesitamos, al término de la jornada, algo que nos anime a ver los resultados como buenos, que nos convenza de que el esfuerzo valió la pena. Lo sé, eso no es debilidad, y si lo fuera… bueno, somos seres frágiles: nos filtramos si nos derretimos, nos rompemos si nos congelamos.

sábado, 3 de octubre de 2009 a las 6:52 p. m.

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