Luna llena

Hace algunas jornadas eras tú quién participaba de mi noche, y te convertiste en el tema perfecto de conversación cuando dos personas descubren que los silencios son incómodos. Te miraba, deseando que virases a antimateria, y que por tu agujero negro me secuestraras o me rescataras de allí, es lo mismo.
Reflexionaba; al lado tenía lo que tanto había codiciado, y sin embargo, sabía que tú me pertenecías mucho más que el cuerpo que me acompañaba.
De vuelta, simplemente estabas.
Yo, simplemente venía.
El tiempo había pasado inútil, irrecuperable, sentencioso.
Maldije la distancia que nos separa, o que tengas siempre razón, que estuvieras tan llena que no me pudieras abrazar (tan llena que en ti no cabía mi desazón…) que tu calor sólo sea prestado, que yo necesite tanto.

Hiere el blanco nuclear con que te iluminan esta noche, como obligándote a mostrar lo más íntimo de ti. Siento que te hayan desnudado con tanto ahínco, que no puedes ocultar nada de lo que has sido ni has vivido. Tan desprovista de sutilezas y verdades a medias, que todos pueden leer en ti las huellas de tu pasado, todos te señalan las cicatrices, todos nombran tus entrañas, como si cualquier cosa fueran; escudriñan cada rasguño en tu cara, con ojos de curiosidad, yo… que los acaricio con benevolencia. Hoy te miran muchos, y todos pueden ver lo que yo quería sólo para mí.
¿Envidia? No. Celos. No te enteras, mil veces te dije “envidia”, cuando sentía celos.
[Hoy, que la Parker no se resistió a hablar de ti; hoy, que la tinta fluía como la verdad, decidí pasar la mano por mis palabras, y difuminar las confesiones, suavizar contornos, hacerlo todo más confuso, ensuciarme los dedos si es que no te puedo tocar.]

sábado, 3 de octubre de 2009 a las 6:42 p. m.

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