Ennio Morricone - A heart beats in space
Como si alguien hubiera indicado eso de – ¡Música y acción! – y Morricone, detrás de no sé dónde comenzase a maniobrar una orquesta de fantasía. En mis auriculares los latidos de mi corazón inquieto daban paso a un sonido tranquilo, esperanzador, en el ambiente relajado, pero siempre misterioso de una noche de verano. De fondo, grillos murmurando, algún llanto de un chiquillo, aleatorios ladridos, el vaivén de camiones por la carretera.
Como si alguien la hubiera colocado, con prisas, así, como recién salida de su escondrijo, la luna me sonreía con la naturalidad de llevar ahí todo el día. Demasiado brillante, luminosa, expectante. Tan llena, a punto de desbordarse de luz.
Alguien debió accionar unos potentes, pero suaves ventiladores, quizás un abanico gigante que con calma ondeaba árboles, mi pelo, mi camiseta; creando una brisa que acariciaba un vello que ya estaba de punta, y sobre la que espolvoreaban esencias del verano: semillas secas, el olor de campos recién segados, de frutales a pleno rendimiento, el aroma dulzón de la fruta madura. Y todo mezclado con la frescura de la noche, de la ausencia de un pesado y asfixiante sol… Frente a un valle que se abre, vagamente interrumpido por romas colinas de campos con cereales, algún árbol salpicado.
Allá, al fondo, alguien encendió el Castillo de Almodóvar, mientras que las últimas casas terminaban de trasnochar, las ventanas iban apagándose progresivamente. Y la oscuridad manchaba de su tinta las formas, quedándose en simples siluetas.
Sin sobresaltos, el verano me daba la bienvenida con los momentos más especiales, diarios, duraderos…Alguien, tras el escenario, o allá arriba, tal vez el mismo que derramara las estrellas, daba instrucciones para hacerme sentir… [¿cómo se dice cuando no falta de nada?]
Pienso que detalles así hacen latir el corazón por un tiempo más.
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