A punto de derribarme la paciencia, inicio la cuenta atrás: diez, nueve…
Me duele la boca de no soltar las lindezas que se me ocurren. Pero he de intentar filtrar toda la ira por la cuadrícula, como el rallador de huevo duro, como la trituradora de papel. Queda la misma materia, pero ya no forma esa burrada que iba a soltar; la brutalidad de la expresión se ha deshecho en letras sueltas, apenas murmuradas, inteligibles, mal pronunciadas a regañadientes. Se evaporan como pequeñas partículas.
cinco, cuatro…
Me como los trozos de papel en que ha quedado la nota, borro el mensaje que iba a enviar, corto la llamada que iba envenenada, detengo mi mano a un centímetro de su cara.
tres, dos…
Meto primera, y hago sufrir a la rueda, tanto como están rechinando mis dientes, siento el numerito, pero no sé contenerme de otra manera. Huyo…
En la cuneta de la carretera, mi estómago habla por mí, y vomito cada una de las palabras no dichas; en la pastosa mezcla se adivinan los trozos de papel, el mensaje, la llamada, el tortazo sin tarta, todo sin digerir aún. Es asqueroso… pero no pensaba aguantar el dolor de barriga, por tragarme todo lo que no digo, por ahorrarle al mundo mi mala imagen, por este maldito contrato indefinido con el respeto y el prójimo. Me mata fingir, callar, reprimir mis impulsos, esconderme los gestos sucios, poner buena cara, atender a la sensibilidad del que hiere, aguantarme.
… cero.
Me duele la boca de no soltar las lindezas que se me ocurren. Pero he de intentar filtrar toda la ira por la cuadrícula, como el rallador de huevo duro, como la trituradora de papel. Queda la misma materia, pero ya no forma esa burrada que iba a soltar; la brutalidad de la expresión se ha deshecho en letras sueltas, apenas murmuradas, inteligibles, mal pronunciadas a regañadientes. Se evaporan como pequeñas partículas.
cinco, cuatro…
Me como los trozos de papel en que ha quedado la nota, borro el mensaje que iba a enviar, corto la llamada que iba envenenada, detengo mi mano a un centímetro de su cara.
tres, dos…
Meto primera, y hago sufrir a la rueda, tanto como están rechinando mis dientes, siento el numerito, pero no sé contenerme de otra manera. Huyo…
En la cuneta de la carretera, mi estómago habla por mí, y vomito cada una de las palabras no dichas; en la pastosa mezcla se adivinan los trozos de papel, el mensaje, la llamada, el tortazo sin tarta, todo sin digerir aún. Es asqueroso… pero no pensaba aguantar el dolor de barriga, por tragarme todo lo que no digo, por ahorrarle al mundo mi mala imagen, por este maldito contrato indefinido con el respeto y el prójimo. Me mata fingir, callar, reprimir mis impulsos, esconderme los gestos sucios, poner buena cara, atender a la sensibilidad del que hiere, aguantarme.
… cero.
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