La explosión se ha quedado en un liviano gemido de cansancio, porque los suspiros son otra cosa; ni es bufido de disconformidad, ni un gruñido para ahuyentar. Ha sido como disfrutar la horizontalidad extrema, no sólo la de la cama, sino hasta rodar por un EEG de lo más plano, sin alteraciones hemodinámicas, con un registro cardiográfico sin apenas ondas… hibernando en un verano ya estacionado.
Escribí, sí, a pesar del silencio. Por puro desfogue. Lloré sin emitir sonido, sin exhalar ni un poco del aliento de la desesperanza, porque ésa me la quedé sólo para mí. Fumé, para poder toser y así hacer ruido, para echar algo al exterior, para soltar lágrimas irritadas de quien no sabe fumar.
Ahora no importa la cronología de dos meses de decadencia espiritual. Me perdí. Eso es todo, sin esculcar en las fases. Me perdí. Y ella no estaba allí. No es circunstancial. Es que nunca estuvo. Los fantasmas son así de abstractos y evasivos, no hay por dónde cogerlos.
Inventé fotos, frases, genialidades de la locura, anécdotas épicas para mi vuelta. Pero la explosión ha sonado a bluff.
La música suena mejor.
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