Aprisa y corriendo, selló la cubierta con mortero, y sin dejar secar, tapó la puerta de la única manera que se puede hacer desde dentro. El silencio inicial dio paso a la respiración más pausada y el crujir lento de la empalizada secándose, de igual forma que la primera oscuridad total se transformó en una tenue penumbra séptica, que brotaba del interior. Gracias a aquella cavidad, aislados de la aerobiosis ellos, aislados el resto de la anaerobiosis, convivieron tiempo los buenos y malos deseos. Los hipócritas del no me siento a tu lado pero no quiero paredes, se sentían ocultamente a gusto, los Baares eran libres de respirar su propia mierda. Los guetos no eran solo una herramienta social, sino una forma simbiótica de coexistir, menos literaria, más cerda, pero más cómoda.
Mucho después, rompió a toser y arrancó lo que con tanto esmero se construyó. Escupió sangre, que es lo de menos, y difuminó sus baares como rayos en una tormenta de verano. No sé quien estaba dentro de quien, ni si esa caverna tuberculosa aguantaría de por vida. Pero deseaba ese lodo, hasta la asfixia.
Mucho después, rompió a toser y arrancó lo que con tanto esmero se construyó. Escupió sangre, que es lo de menos, y difuminó sus baares como rayos en una tormenta de verano. No sé quien estaba dentro de quien, ni si esa caverna tuberculosa aguantaría de por vida. Pero deseaba ese lodo, hasta la asfixia.
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