Me sentí débil, al comprobar que el frío no congelaba la ambición negra de la pluma por escribir. Qué tonta fui al pensar que era el calor lo que la derretía de gusto literario, pues llevaba un invierno espléndido de líquido placer, sin un ademán de timidez, sin un mal gesto al mirarle sus intimidades, lo que se llama una relación agradable. Cada estación es una novedad en su comportamiento, el tanteo aún se prolongará por la primavera. Quién sabe cómo reaccionará a la disminución de la humedad, sin estos papeles blandos y con mis hormonas dirigiendo su camino. Quizás no tolere mi cursilada anual, y que los adjetivos se me escapen por los bajos. Mientras disfrutaré de su buen humor y diligencia, sólo que es una lástima que precisamente ahora no tenga nada que contar, ¿verdad, mi metalizada compañera?
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