Cuando descolgó, pensé que se había equivocado de botón; me tenía tan acostumbrada a ignorar mis llamadas, que escuchar su respuesta me sonó a anomalía, el mundo estaría rodando al revés.
Me pilló tan desprevenida, que no tenía palabras preparadas para hablar, y con la escopeta sin cargar, engrasé mi mandíbula que crujía en el intento de saludar, y mientras trataba de ocultar mi desconcierto con frases sorprendidas, tomé un cuchillo y aprovechaba sus respuestas para ir afilando con premura la torpe ironía que tenía echada en agua desde hacía tiempo.
(c) Hergé, Las aventuras de Tintín: Las siete bolas de cristal
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