A esas horas únicas a lo largo del día en que uno puede existir, tener actividad y no morir de calor en el intento, es decir, a primeras horas de la mañana, podemos observar a la extraña subespecie del homo sapiens sapiens, el apuraorzas ibericus, que sale de sus cuevas urbanas durante el periodo estival para adentrarse en todos los pueblos de España, y ahora me centraré en el apurahorzas procedente de Madrid y Barcelona, que es el que suele pastar por este honorable pueblo que es el mío.
Como he dicho, el apuraorzas aprovecha esas horas matutinas para dejarse ver, con la indumentaria clásica: bermudas de varios bolsillos laterales, para acumular papelajos de toda índole, camiseta informal, a veces la de su equipo de fútbol (aunque este año, no sé porqué, se lleva más la de la roja), bolsito pequeño cruzado, o en su defecto, la riñonera, gorra, y chancletas.
Acuden al puesto de prensa, arrasan con los periódicos y una revista del famoseo para la parienta. Colman las terrazas de desayuno, e inicia así la tortuosa travesía por los titulares del día, con una sola consumición agotan todo el tiempo y paciencia de camareros, que sólo hacen caja una vez a la mañana. Mientras, algún parroquiano que no encuentra mesa en su bar habitual, lanza un murmullo, del que sólo se intuye “malditos apuraorzas”.
Cuando ya han dado cuenta de la ferviente actualidad económica y política de estos días veraniegos (y de la actualidad rosa, a escondidas, con la revista camuflada entre las páginas del periódico), se disponen a hacer ronda por algunos escaparates de la avenida, estorbando todo lo que un bulto inútil puede estorbar. Esto es, porque desesperan con la investigación minuciosa que llevan a cabo por todos los detalles del etiquetado, homologación, garantías, tamaños, y compatibilidades de enchufes en general. Y por supuesto, no compran.
[Amigo comerciante: si observa la entrada sutil en su establecimiento de un sujeto con las características anteriormente mencionadas, haga uso de su derecho de admisión, caiga en la cuenta de que en ese bolsito negro con múltiples bolsillos, adquirido en los chinos de algún paseo marítimo, no cabe mucho, pero lo que desde luego no acoge es dinero, estos individuos sólo llevan lo justo para la prensa y el desayuno].
En esa ronda por las tiendas, para más información de cara a identificarlos, adquieren una postura típica de inspección casual, manos cogidas a la altura de las lumbares; si van por la calle, además llevarán la visera ligeramente levantada, y mirando a todos lados, como siguiendo el cableado eléctrico; y si, sin remedio, han entrado en la tienda, adoptan una posición variable de deambular por los pasillos, y cuando fijan su atención en el artículo más estrafalario, ése cuya caja está descolorida, lo sostienen con una mano, volteándolo para localizar su etiqueta, y con la otra se levantan las gafas de sol, o en su defecto, las de vista, echando la barriga hacia delante; y si el comerciante ha leído en su horóscopo que “Júpiter y Venus le harán la puñeta en el día de hoy”, observará con desconsuelo cómo una mano se levanta, acompañada de un tono tocapelotas diciendo: - chico, ¿puedes venir un momento? -, y sustituya “un momento” por “toda la mañana”, porque entonces el probetico del tendero irá desempolvando catálogos y tarjetas de proveedores antiguos, porque el Apuraorzas no se detendrá ante ningún etiquetado incompleto ni otros contratiempos, porque su misión es averiguar el lote, procedencia y características del tornillo que sujeta la tapa de las pilas de cualquier aparato electrónico.
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