Ha llovido… ¡ha llovido!
Y he sentido que este invierno no estaba del todo cicatrizado, como un mal recuerdo interno en una pesadilla que hice por enterrar, pero la tromba de agua… La lluvia de anoche caía con el mismo repiquetear aleatorio del pasado invierno, que despertó sensaciones profundas de desazón que dormitaban en el subsconciente. El calor me había liberado de tanto abrigo y pelusa, con el cortisol en plena ebullición, y parecía que al llover todo se venía al traste.
Tuve miedo y acogí a la perra, también temerosa; ella, porque todas las tormentas se le advienen como intensas sensaciones que se nos escapan a nosotros, y la hace sentir más inmunda; yo, porque no sé si la lluvia traerá la acidez de un pasado que quedó acantonado.
En un abrazo perruno y cojonudo, perdón, acojonado (que se me va la lengua por asonante), me dí cuenta de que le hacía falta un lavado, y que despedía un calor sofocante de la tensión que abortaba en la quietud de su temor.
Traté de calmar su ansiedad con caricias lentas y una retahíla de palabras tranquilas. Entre sus jadeos y el bombeo rápido de su taquicardia, percibí cuánto de veloz transcurrían sus vivencias. Intuí que mis palabras debieran ir siete veces más aceleradas, para que el animal no sintiera que se le escurre la vida en la lentitud de los humanos… Ellos, los perros, no poseen ochenta años para perder tanto tiempo en calmarse. En realidad, calmarse, en sí, es ya un despilfarro de energía para quien observa una película que se come fotogramas.
En este berenjenal metafísico estaba enfangada, cuando hacía ya un rato que no le hablaba, ella se mantenía en la parálisis de no saber cómo conducir todas las señales de la tormenta. Pero al poco, se disolvió la inestabilidad, los ronquidos volvieron a ser su sonido natural; el problema no era tal si no se dispone de tiempo ni cerebro para pensar en ello, al día siguiente, ella no recuerda ni el instante previo, y yo sigo con los pies empantanados con esa cosa del “tiempo”.
Como si las experiencias fueran las que nos restan ímpetu... De hecho, al igual que la elasticidad de los tejidos, es algo que se va yendo con el paso del tiempo. Nos suele pesar más lo negativo, que alzar lo positivo.
Filosofía para perros y/o humanos. Sólo es cuestión de pelos, y a veces, ni eso :)
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2 Comments to "El tiempo está loco"