Una campana sellaba el entorno. Opaca o trasparente, no importaba, no miraba afuera.
Se repetía su escudo preferido… usar el pretérito imperfecto, cuando todo era presente. Hablar en tercera persona, cuando era primera. Alejando los hechos y sentimientos, así era más fácil fustigarse, salirse del propio cuerpo para lastimarlo con más ahínco y ensañamiento. El latido le impactaba en los oídos, como un dolor lancinante que todo lo ensordecía. Quizá era esa la campana, de luz y de sonido, barrera ante lo externo, para no ver los errores, ni escuchar soluciones. Un sudor frío empezó a recorrerle desde el comienzo de la raíz del pelo, surco abajo, trasudando miedo. Se habría arrancado la piel de la espalda, por tal cobertura helada, como el abrazo del enemigo, como un lobo con piel de borrego, como la mentira, así de gélida. La taquicardia le mentía. Aquello no era vida, sino la antesala de la agonía. Se tronchaba en torno a su cuerpo, doblado en su eje, sin vueltas, ya había bailado el último vals, y aquello era una danza maldita sin elegancia ni vida. Espasmos que desfiguraban su expresión, gestos anómalos, sensación de deterioro, un punto de no retorno.
Quería acordarse de algo bonito, pero su reproductor estaba roto, o puesto en el aleatorio, que las imágenes no eran las de una concienzuda despedida, sin sentido ni decoro, desprovistas de cronología, importancia, incluso de veracidad; recuerdos mezclados, incoherentes, de escenas inconclusas, cóctel en el resumen de finales para despedir su final… qué cruel para quien sólo le queda esperar visualizar la película de los mejores momentos de su vida.
No añoraba no haber creído en algo como dios, ni en doctrinas que soliviaran su espíritu, una esperanza predicada en otros instantes, ni una pizca de las bienaventuranzas… Fuera de aquel cortejo del más allá, sentía como un límite y sentencia aquella situación… la única gran Verdad.
Pero… prefería la Mentira.
Entonces supo (en pretérito perfecto simple) que su hora no había llegado aún, e hizo por recoger la sangre que se le salía, tapar deshonrosas heridas, sonarse los mocos, y poner cara de que comenzaba un nuevo día.
Se repetía su escudo preferido… usar el pretérito imperfecto, cuando todo era presente. Hablar en tercera persona, cuando era primera. Alejando los hechos y sentimientos, así era más fácil fustigarse, salirse del propio cuerpo para lastimarlo con más ahínco y ensañamiento. El latido le impactaba en los oídos, como un dolor lancinante que todo lo ensordecía. Quizá era esa la campana, de luz y de sonido, barrera ante lo externo, para no ver los errores, ni escuchar soluciones. Un sudor frío empezó a recorrerle desde el comienzo de la raíz del pelo, surco abajo, trasudando miedo. Se habría arrancado la piel de la espalda, por tal cobertura helada, como el abrazo del enemigo, como un lobo con piel de borrego, como la mentira, así de gélida. La taquicardia le mentía. Aquello no era vida, sino la antesala de la agonía. Se tronchaba en torno a su cuerpo, doblado en su eje, sin vueltas, ya había bailado el último vals, y aquello era una danza maldita sin elegancia ni vida. Espasmos que desfiguraban su expresión, gestos anómalos, sensación de deterioro, un punto de no retorno.
Quería acordarse de algo bonito, pero su reproductor estaba roto, o puesto en el aleatorio, que las imágenes no eran las de una concienzuda despedida, sin sentido ni decoro, desprovistas de cronología, importancia, incluso de veracidad; recuerdos mezclados, incoherentes, de escenas inconclusas, cóctel en el resumen de finales para despedir su final… qué cruel para quien sólo le queda esperar visualizar la película de los mejores momentos de su vida.
No añoraba no haber creído en algo como dios, ni en doctrinas que soliviaran su espíritu, una esperanza predicada en otros instantes, ni una pizca de las bienaventuranzas… Fuera de aquel cortejo del más allá, sentía como un límite y sentencia aquella situación… la única gran Verdad.
Pero… prefería la Mentira.
Entonces supo (en pretérito perfecto simple) que su hora no había llegado aún, e hizo por recoger la sangre que se le salía, tapar deshonrosas heridas, sonarse los mocos, y poner cara de que comenzaba un nuevo día.
0 Comments to "Cobardía del bienaventurado... Bienvenido"