Me fui de casa, y sin haber llegado a ningún lugar, ya estaba plasmando en mi mente la manera de recordarla, de acondicionar allá donde cayera, el lugar para sentirme en casa. Y así, sin llegar a un destino, comprendí que no estaba huyendo de casa. Esa fue la primera y rápida conclusión.
Me fui de casa, y tras un tiempo indeterminado, aún continuaba murmurando fatalidades… y con voluntad de acabar con tal maleducado detalle, comencé a gritarlas. Las palabras se agotaron pronto, y me auxiliaron las lágrimas, que se esforzaban inútilmente en escandalizar,… idiotas, yo las enseñé a ser moderadas y silenciosas. La segunda conclusión vino con aquel silencio; que había callado demasiado, en cuantía, calidad y tiempo.
Me fui de casa, y en ese remanso de paz, escribí la tercera… Estaba vencida. Tomé el trapo más blanco que llevaba encima y lo agité sin miedo a no ser interpretada, pues sólo hay un miedo verdadero, ascendiente de todos los demás, y es el miedo a la muerte; y sin ese temor vital, todo lo que yo deseaba es que acabara aquella guerra, compendio de luchas internas.
Me fui de casa, y la casa se vino tras de mí, temerosa de ser descubierta, a unos metros atrás, la sentía arrastrar sus pesadas dos plantas, deteniendo su paso ante mis paradas, resguardándose tras árboles y farolas si yo hacía por volver la mirada, sin poder esconder la placa de la calle, el número de puerta… nombres y apellidos de quien me perseguía allá donde fuera. De pequeña, no sabía hacer otro tipo de casa que no fuera la mía. Ni pintar un papá sin barriga, o una mamá fea… Todo estaba allí dentro del armatoste que tímidamente pisaba mis huellas hacia… hacia ya no sé dónde… estaba mirando más atrás que hacia delante. Ésa fue la cuarta conclusión, reconciliarme con el hogar.
Me fui de casa, y aún estaba fuera, cuando me sorprendió una tormenta de tonos telefónicos sin descolgar, mensajes sin responder… mi gran S.O.S. sin corresponder. Y así, mojada por la indiferencia de los demás, o por la lluvia mientras escuchaba la respiración de quien estaba detrás de la puerta, se me vino aquella frase que escribíamos de adolescentes al firmar en las carpetas… que el verdadero amigo es quien entra, cuando todos salen. Quinta.
Me fui de casa, y a pesar de escoger un día cerrado me acordé del sol. El frío, físico y psíquico, me incitó a buscar de manera instintiva otro calor. Y así, próxima a la candela, pensé en arrimarme al sol que más calienta, declararme libre, y sonreír a las sonrisas del mendigo… que yo andaba mendigando un poco de lo que él no se atrevía a reclamar en su cartel. Se admiten abrazos. La conclusión número seis.
Me fui de casa, me quedaba una para llegar al siete, pero como dios, me di un descanso… y me fui a casa.
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