El azul de los ojos se le corrió como rímel, el rímel se le inyectó como sangre y surgía por el hilillo que le resbalaba desde la comisura como tinta negra, y buscando color de contraste, encontró un cuerpo rubicundo, y en esa plétora viva, de rojo lo vistió por fuera de sangre vertida de heridas que manaban al antojo de sus manos asesinas, sin necesidad de grimosas cuchillas, se valía de la tinta oscura que se derramaba desde la punta de sus dedos, que recorrían en una escritura hiriente la piel sana dejando rastros de mensajes malditos, que penetraban carne adentro, hasta que brotaba como fuente la vida de quien moría.
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