Rutinas Coixetianas III (la vida secreta y sin palabras)

Enmudeces mis intentos por saludarte, se me hace cuesta arriba cuando me enfrento a tu expresión. Y caigo en el detalle de que no es hola lo que quisiera decirte, sino un millón de cosas por contarte. Abrir la boca para invitarte a no callarnos nuestras historias sin epígrafes, y saber cómo sonríes, y descubrir que hay inseguridad en ti, que un temblor puede desviar tu tono sereno, que un comentario gracioso pueda violar la línea recta incrustada en la junta de tus labios, y que de ti puede surgir el fuego.






Meses después me he encontrado con el papelito, vaya, que al final no me lo fumé… lo he pegado con cariño en mi libreta de guardas gastadas.
Lo último con lo que me dejaste fue con tu espalda. Fue un día de exámenes, pasé dándole gas al coche y a Michael. No quise mirarte ni el bulto que pudieras hacer en mi visión periférica, a pesar de que mi estómago se estrujaba en honor a ti, como reverencias internas. No es que te tuviera coraje y por eso ni te mirara, sino que pensé que podrías tener retrovisores en la cara… paranoias mías, cómo me vas a ver de espalda… Pero quizá fue el remate para acabar el NUNCA JAMÁS de nuestro NO-Contacto. El deslizamiento perfecto de un universo sobre otro, sin rozamientos ni injerencias ni alteraciones, tu cosmos quedó intacto, el mío sonríe si piensa en tu seicento.
No cruzamos palabra. Así lo supe desde el primer día en que te vi. Pero el papelito sigue teniendo vigencia, en él hay escondido un Gracias subliminal…
y punto y final.

jueves, 1 de julio de 2010 a las 10:17 a. m.

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