En una de esas miradas al infinito de mi ventana, dejé caer la mano sobre el papel con la punta del rotulador perdiendo tinta roja, que se filtraba por el compacto entramado de celulosa. Cuando volví la vista a mis letras, vi que por fin había sangrado, aquello ejemplarizaba mejor que todas las frases de dolor, el cómo se sentía mi interior. La brecha por fin se había abierto.
Mirar hacia fuera había permitido sangrar desde dentro.
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