LISBOA
Parecía fácil, y realmente lo fue. Lo de perdernos, digo. Nuestro hotel estaba en Amadora, una zona en la periferia de Lisboa, tan a las afueras, que no aparecía en el mapa que después nos dieron. Imagino que era uno de esos pueblos en las cercanías de la capital y que ha sido absorbido. A pesar de no tener que atravesar la ciudad entera, nos perdimos. Quiero hacer énfasis en lo de perdernos continuamente, en el estrés, y en que yo no lo hubiera hecho mejor.
Después, todo fue encontrar puntos positivos a la situación del hotel (Jardim da Amadora, 25/noche la habitación doble), justo al lado de la estación de ferrocarril de Amadora, con un cercanías que en diez minutos te deja en pleno centro de Lisboa por 1’20€, fácil aparcamiento, un parque justo enfrente, y desayuno buffet libre. Y esto último tenía especial significado para nosotros… buffet libre suena tan delicioso como gratis. Lo de cargar las pilas por las mañanas era como una máxima en nuestra filosofía de esos días. Creo que nos ahorramos dos bocadillos por persona y día con aquel desayuno. El cuarto de baño también es compartido, entre 5 habitaciones, pero la limpieza de éste y de la habitación en sí daba una notoria sensación de tranquilidad, también es verdad que en mi zona sólo estaba yo y el baño era prácticamente para mí. Bueno, la última mañana allí vinieron unos nuevos vecinos, creo que alemanes, que… nunca he olido peor olor corporal, en mi vida. De hecho, supera al pestilente hedor de un absceso peritoneal roto en pleno quirófano. Nauseabundo.
La entrada al Castelo de S. Jorge cuesta 2’5€ a estudiantes, la entrada normal sin descuento son 5. La panorámica una vez ya en su interior, por los alrededores, es muy bonita y amplia, ya que está asentado en una de las colinas de la ciudad primitiva. Se avista estuario, el puente mapfre, ribera, y todo Lisboa antiguo, hasta los grandes hoteles de nueva construcción en la zona norte, los continuos aviones hacia el aeropuerto, avenidas que se distinguen por su espesa arboleda, torretas de iglesias, monasterio en ruinas por el terremoto del 1755, la zona Baixa y Chiado, no tan antiguos como el resto, porque también sufrieron la forzosa renovación de las casas destruidas. Todo esto lo explican bien en la cámara oscura del castillo. Yo no sabía nada de la existencia de estas cámaras. Resulta que se piensa que hay una de ellas en cada país europeo, la de España está en Cádiz, deduzco que de la estratégica posición de cada ciudad, ya que era un método usado para avistar enemigos. Está dotada de un mecanismo ideado por Leonardo Da Vinci, un periscopio que juega con la refracción de la imagen por espejos, y así el reflejo del exterior penetra al interior de la cámara como luz, se proyecta en una circunferencia, se enfoca según la distancia de lo que se quiere observar, y se obtiene una visión en 360º del exterior en directo. Hay varios pases según el idioma en que lo explican, sería interesante acudir nada más llegado al castillo y hacer la visita al resto conforme al pase elegido. Para quien no va con guía, como nosotros, y sin información adicional ni librillos, pues está muy bien, a mí me fascinó como un juego de magia.
Tomamos un tren hacia Belem, y allí vimos desde fuera el monasterio dos Jerónimos, atardecía y queríamos aprovechar el sol, así que no visitamos nada, solo los exteriores. Sin saber muy bien si era un paseo marítimo o la ribera del río, fuimos andando agotando la luz. Impresionante el monumento a los descubridores, el contraste de su color sepia, con el rojo del puente, el azul del cielo, el verde del otro lado de la ribera. Me gustó mucho la tranquilidad del lugar. Me pasaría allí muchas tardes. Finalizamos con la Torre de Belem, y el sol también dio por finalizado el día. De vuelta, nos alegró que los de seguridad de la estación de trenes nos dieran por gratis el trayecto de vuelta a la ciudad. ¡Gratis!
Con toda la intención de colmar la jornada, buscamos la zona de restaurantes con fados en directo, muy típicos de Lisboa, una clavada para lo que nos estábamos gastando en comida durante el viaje, pero un punto ineludible. Son numerosos en el barrio de Chiado, tras tantear la carta de varios (más o menos puede salir entre 20-30e/persona), nos convenció el ambiente del Adega Mesquita, con decoración que nos recordaba a Andalucía, nos tomaron nota, se apagó la luz, y comenzó a sonar las guitarras, y la voz de la cantante, de silueta recia, toda de negro, con un mantón cuyos flecos enredaba en sus dedos y apretaba según la intensidad del cante, ojos cerrados, letras tristes, sílabas a veces forzadas, a veces suaves. Con ese sabor agridulce que tiene la vida.
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