Dos de cada tres días se convencía de que no debía darse por vencida. Que podía seguir esperando y alimentando la ilusión mientras soñaba despierta.
Pero sus acercamientos eran torpes y equívocos, reflejando una falsa independencia que sólo enmascaraba su temor a ponerse en ridículo. Miedo a declararse cautiva de su mirada y de esa frialdad que a ella le abrasaba las entrañas, como un trozo de hielo quema la piel.
El le había confesado que jamás antes dio el primer paso y ella, desconfiada, creyó oir a su ego hambriento por una nueva rendición.
Que terrible pasar al recuerdo como otra más de la larga lista. Que patético demostrar interés por alguien a quien apenas le quedaban sensaciones nuevas por sentir. Seguro que no quedaba un lugar en su corazón ni en su piel que ella pudiese satisfacer!
Aún así soñaba que algún día gris, de momentáneo vacío emocional, también él decidiría deshojar una margarita pensando en ella.
Y quizá... si tan sólo él se atreviese.
Acertaste en todo... Salvo un par de detalles, nada, variables dicotómicas que, como el "me quiere/no me quiere", son caprichosas, aunque no dejadas de la mano del azar...
Comprendí que probar suerte con otra margarita no me daría más que otro esqueleto de rígida verdad, el de otra constatación, una flor que me espetaba la realidad.
Sin palabras de por medio, yo sabía demasiado.
Cuando deshojara margaritas por mí, yo ya estaría plantando mi propio jardín de probabilidades, que no me gusta dejar al azar mis verdades.
Besitos :) y gracias por pasarte.
2 Comments to "Estúpida y rencorosa margarita"