Contigo he soñado.
No había palabras, o no las recuerdo. Sólo me he quedado, al despertar, con la efímera sensación de haberte abrazado.
Suave, sencilla, firme, blanca. Todo lo que tocaba era tu piel.
No había más dimensiones. Sólo el tiempo, corto, escaso, breve. Realidad de inmediato. Y la vaga impresión de haberte tenido cerca. Tan vaga como en las profundidades del almacén de los recuerdos, como si en poco tiempo hubieran caído rocas inamovibles, como las diferencias, como la indiferencia.
Me gusta soñarte así, de esa manera tranquila; todo lo que no fue en verdad, todos los abrazos que por las ansias no nos dimos. Todos los puntos intermedios que nos saltamos, los preliminares que obviamos, todos los instantes dulces que nos comimos, lo superfluo de dar tiempo a algo que parecía destinado a fracasar.
Ahora tenemos todo el tiempo del mundo para pensar.
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