Llevaba el discurso ensayado, frente al espejo, frente a mi sombra, frente a la hastiada expresión de mi perra. Al poco de hablar, ya me di cuenta de que no funcionaría. La defensiva metralla que escupía con mis palabras se la llevaban mis ganas de callar y besar.
No sé en qué momento me tragué, una a una, mis palabras memorizadas, pero sí que cuando su lengua ya exploraba mi boca, no quedaban ni ecos de ellas en mi mente, por no hablar de que mis labios se deshacían en besos… en ellos enmudecieron mis intenciones, y a duras penas callé los gemidos, los míos, porque los suyos aún resuenan en mis fantasías…
- ¿No me estabas escuchando?
- Eh… perdona, estaba abstraída
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