Aquí arriba sólo hay calor y sol.
Subir y enfrentar una decisión ya tomada. ¿Irreversible?
Abajo cargan y descargan taxis. Allá, encarando al sol de media tarde, una piscina repleta de chavales, gritos de plenitud, felicidad, chiquilladas. Aquí, al lado, un olor a muerte colapsa las ganas de vivir, olor a despedida, a sentenciar el trayecto, largo el de ellos. Las agallas se quedaron abajo.
Todo se achica. El embudo del pasado, de una certeza no comprobada, engulle dudas, devora preguntas, con interrogantes incluidos, con sus infinitos puntos suspensivos, todo se lo traga, y devuelve una única masa digerida pero indigesta, todo el dolor de un pasado que no alberga futuro, una esperanza exterminada.
Y, sin embargo,… algo falla.
Todo está dispuesto, el plan ha dado sus frutos, ha sido perfecto, ningún contratiempo, nada de imprevistos. Sólo resta la ejecución. Voltear algo que se presenta como una simple barrera física, a la que unas manos congestionadas de tensión se aferran… como a la vida misma. Un corazón se rebela ante un plan elaborado, discutido, meditado y realizado. Músculo que parecía no tener papel, puesto que la decisión se tomó por su bien; ahora se torna furioso contra la muerte, taquicárdico, enérgico, embiste a todo el cuerpo con sangre, con ansias, con vida, rellenando el último rincón con ecos de supervivencia, no le hace falta hablar, porque está diciendo – eh, sigo aquí, no silencies mi voz -.
Burlando el sol justiciero, una mirada se abre al mundo, cara a cara, preguntándose ¿y por qué no? Unos ojos que parecen observar por primera vez lo que les rodea; la incertidumbre, la inquietud, la duda, se instauran de nuevo en el organismo, dándole una oportunidad, una segunda oportunidad.
- Aprovéchala -, susurra una extraña brisa, allá en lo alto, pero ya nadie lo escucha; unos pasos rápidos van bajando infinidad de escalones, con brío y urgencia, hay mucho que hacer, hay que vivir.
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