Ver los tres colores ondeados por manos compañeras me produjo satisfacción. Como cuando gana el equipo favorito, tus números son premiados, o por fin el bueno de la peli sale airoso de sus aventuras. Una corriente de afirmación circula por todo el cuerpo, de confirmación de los principios que tanto he defendido.
Pero aparte del feliz aniversario, en este país polarizado no hay acción sin reacción. Ninguna de las partes piensa en eso. Que nuestro júbilo es su decepción, las sonrisas son recibidas con desagrado, y al ver una bandera responden con otra. Aquí, en España, hay dos versiones de todo; nada compartido, todo regateado.
No seré yo quien mortifique el acto de ayer, un homenaje cualquiera, como los que se han sucedido tras la dictadura, reconocimiento… y que no caiga en el olvido la lucha, ni los nombres de los caídos, porque el olvido se lleva consigo la recompensa. Que un muerto no sirve de nada, pero muchísimos abultan una causa, le dan sentido al hecho de morir, y tal que así se escribirá en los libros de historia.
Me acordé del bando contrario. Empaticé con sus sensaciones, totalmente opuestas a las mías, cuando la bandera tricolor se muestra desafiante en los televisores. Qué tal si fuera al revés, y me alzaran en las narices los brazos, me estamparan simbología de la que chorrea sangre sin necesidad de estrujar, qué tal si ensalzan nombres que me producen repugnancia, ideas aderezadas con principios de superioridad y dominancia. Destaparían en mí el ansia de revancha, venganza, y mis ganas de respuesta no quedarían impasibles.
El círculo vicioso no se romperá jamás así.
Los que no saben me preguntan qué fundamento hay en mis reivindicaciones republicanas. La respuesta es vaga. Queriendo usar un símil con el republicanismo pasado, hoy día no es tan preciso como ayer desechar la monarquía e instaurar el nuevo sistema, porque ha sabido adaptarse a los deseos del pueblo por ser éste el que elija quien lo gobierna. Ayer, un rey lento, falto de contundencia, y sobretodo, aristócrata, vamos, lo que hoy se llamaría “señorito”, no hizo nada con el poder conferido, y el cambio coleteaba en cada frase del ciudadano.
Los derechos sociales colapsaron el primer año de la segunda república, inauditos, tremendamente novedosos, y que arrasaron con el tufillo rancio de la burguesía y apostó por el pueblo, llano y trabajador. Idílico. El problema es que su brusquedad y vehemencia, digamos que colmó la paciencia de quien se vio desprovisto de sus antiguos privilegios, de la hegemonía hasta entonces patente… el poder moral (esa iglesia católica, romana, apostólica) y las manos que sostenían las armas no toleraron más salidas delirantes de la izquierda; y ellos, junto a los desencantados burgueses, el conservadurismo de la derecha, los nostálgicos monárquicos, y todos los que venían enamorados del incipiente nazismo y fascismo europeo… Sólo era necesario que el gobierno tropezara, para que sus detractores se unieran en la tarea de mordisquear un animal herido por el desgaste de la heterogeneidad de su cuerpo, y acabar con los aires de modernidad de una España que terminó su etapa utópica, y comenzó por el principio de los tiempos, por el paleolítico.
Yo no quiero aquello. Prefiero suavizar mis tres colores, redondear mis afilados argumentos, limpiar de sangre los reproches; prefiero encarar los nuevos tiempos, éstos que son los míos, con nuevos objetivos. No el de implantar un sistema diferente al presente, si eso conlleva volver a la inestabilidad anterior. Creámonos la firmeza del suelo en que discurren nuestros pasos. Los tiempos actuales requieren adaptación.
Indagar en las nuevas necesidades de la sociedad actual es la obligación de los legisladores, si no lo realizan así, sencillamente nos están robando, en primer lugar el dinero que cobran, y por otro lado, los derechos/deberes que nos son inherentes y no hacen constar.
Libertad de culto, de aborto, de unión conyugal, de asociación… Apoyo a la educación, ciencia, investigación, empleo, dependientes… Protección de la salud, del producto español, protección de todo lo que somos (costumbres) y tenemos (medio ambiente). ¿No es eso lo que nos concierne ahora?
Costará, y tardará tiempo para que esas fechas sólo sean unas efemérides más que recuerde el locutor de radio. Mientras haya organizaciones juveniles que se alimenten de ideales del pasado, la brecha de nuestra España sólo será cruzada por inestables puentes colgantes, porque el germen de las diferencias hallará en tales asociaciones el cultivo idóneo para crecer, y nunca cicatrizar.
Pero aparte del feliz aniversario, en este país polarizado no hay acción sin reacción. Ninguna de las partes piensa en eso. Que nuestro júbilo es su decepción, las sonrisas son recibidas con desagrado, y al ver una bandera responden con otra. Aquí, en España, hay dos versiones de todo; nada compartido, todo regateado.
No seré yo quien mortifique el acto de ayer, un homenaje cualquiera, como los que se han sucedido tras la dictadura, reconocimiento… y que no caiga en el olvido la lucha, ni los nombres de los caídos, porque el olvido se lleva consigo la recompensa. Que un muerto no sirve de nada, pero muchísimos abultan una causa, le dan sentido al hecho de morir, y tal que así se escribirá en los libros de historia.
Me acordé del bando contrario. Empaticé con sus sensaciones, totalmente opuestas a las mías, cuando la bandera tricolor se muestra desafiante en los televisores. Qué tal si fuera al revés, y me alzaran en las narices los brazos, me estamparan simbología de la que chorrea sangre sin necesidad de estrujar, qué tal si ensalzan nombres que me producen repugnancia, ideas aderezadas con principios de superioridad y dominancia. Destaparían en mí el ansia de revancha, venganza, y mis ganas de respuesta no quedarían impasibles.
El círculo vicioso no se romperá jamás así.
Los que no saben me preguntan qué fundamento hay en mis reivindicaciones republicanas. La respuesta es vaga. Queriendo usar un símil con el republicanismo pasado, hoy día no es tan preciso como ayer desechar la monarquía e instaurar el nuevo sistema, porque ha sabido adaptarse a los deseos del pueblo por ser éste el que elija quien lo gobierna. Ayer, un rey lento, falto de contundencia, y sobretodo, aristócrata, vamos, lo que hoy se llamaría “señorito”, no hizo nada con el poder conferido, y el cambio coleteaba en cada frase del ciudadano.
Los derechos sociales colapsaron el primer año de la segunda república, inauditos, tremendamente novedosos, y que arrasaron con el tufillo rancio de la burguesía y apostó por el pueblo, llano y trabajador. Idílico. El problema es que su brusquedad y vehemencia, digamos que colmó la paciencia de quien se vio desprovisto de sus antiguos privilegios, de la hegemonía hasta entonces patente… el poder moral (esa iglesia católica, romana, apostólica) y las manos que sostenían las armas no toleraron más salidas delirantes de la izquierda; y ellos, junto a los desencantados burgueses, el conservadurismo de la derecha, los nostálgicos monárquicos, y todos los que venían enamorados del incipiente nazismo y fascismo europeo… Sólo era necesario que el gobierno tropezara, para que sus detractores se unieran en la tarea de mordisquear un animal herido por el desgaste de la heterogeneidad de su cuerpo, y acabar con los aires de modernidad de una España que terminó su etapa utópica, y comenzó por el principio de los tiempos, por el paleolítico.
Yo no quiero aquello. Prefiero suavizar mis tres colores, redondear mis afilados argumentos, limpiar de sangre los reproches; prefiero encarar los nuevos tiempos, éstos que son los míos, con nuevos objetivos. No el de implantar un sistema diferente al presente, si eso conlleva volver a la inestabilidad anterior. Creámonos la firmeza del suelo en que discurren nuestros pasos. Los tiempos actuales requieren adaptación.
Indagar en las nuevas necesidades de la sociedad actual es la obligación de los legisladores, si no lo realizan así, sencillamente nos están robando, en primer lugar el dinero que cobran, y por otro lado, los derechos/deberes que nos son inherentes y no hacen constar.
Libertad de culto, de aborto, de unión conyugal, de asociación… Apoyo a la educación, ciencia, investigación, empleo, dependientes… Protección de la salud, del producto español, protección de todo lo que somos (costumbres) y tenemos (medio ambiente). ¿No es eso lo que nos concierne ahora?
Costará, y tardará tiempo para que esas fechas sólo sean unas efemérides más que recuerde el locutor de radio. Mientras haya organizaciones juveniles que se alimenten de ideales del pasado, la brecha de nuestra España sólo será cruzada por inestables puentes colgantes, porque el germen de las diferencias hallará en tales asociaciones el cultivo idóneo para crecer, y nunca cicatrizar.
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