Prudencia, o familiarmente Pruden, es una tía mía solterona, que siempre me acompaña cuando tú y yo nos encontramos. No la ves, pero yo la siento en el banco de al lado, en el asiento trasero del coche, a unos pasos tras los nuestros. Su mirada reprobatoria me taladra la nuca, y penetran en mis sus consejos. Me habla de Tiempo, de detener mis movimientos, de medir mis palabras, de pensar. Y lo único en que no manda es en mi mirada, y así, mirarte mucho se ha convertido en un vicio, porque mirarte poco sería un delito.
Y aún así, disimuladamente, cuando paseamos me vuelvo más torpe, y tropiezo contigo, y mi mano se encuentra tontamente con la tuya más de lo que la casualidad dicta.
Y te miro, aun sabiendo que te puedo gastar de tanto mirarte, te miro.
Y me preguntas que adónde vamos, y a mí sólo se me ocurre un lugar, pero Prudencia habla y yo enmudezco. Sí, sí, Prudencia, ya lo sé, tiempo, las manos quietecitas y calladita mejor. – No te enfades, niña, que yo sólo lo hago por ti, por tu bien, que luego vienen los palos, y me llamas a mí para decirme que no me hiciste caso -.
Y, sin embargo, cuando sé que estando tan cerca sólo puede avecinarse el beso, miro de reojo atrás, y Prudencia ya no mira. Un día le escuché decir que en esos momentos gira la cara por pudor, que no se hace a las cosas modernas de hoy día, eso de que tú y yo nos besemos. Yo me río, y le digo que es verdad, que el mundo está un poco loco para llegar a estos extremos.
Reconozco que Prudencia supone una barrera, a veces me angustia estar atada de manos, y justo cuando decido romper cadenas, noto la calidez de la tuya sobre la mía. Describirte lo que siento en ese momento es desafiar a mi vocabulario. Pensar que tú puedas sentir lo mismo es retar a la probabilidad.
Echarte de menos hoy es mi realidad.
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