Disecciones: Verdad Publicado por innuendo
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Siempre he pensado, y así se me ha ido manifestando con diversos discos, que toda música buena tiene su momento. Quito lo de “buena”, toda música tiene su momento. Me pasó con la clásica, con el jazz en general, con el flamenco. Que no los tragaba, o me ponía alguna pieza pero no me convencía y me pasaba el tiempo sin volverla a escuchar. Me sucedió con artistas como los Doors, Love of Lesbian, Sabina, y muchos más, y ahora con Miles. Podían ser todo lo buenos que quisieran, me los recomendaron a rabiar, yo misma los probé, pero no era mi momento, no captaba lo que tenían que decirme.
Decían de Miles Davis que fue un revolucionario del jazz. Toma ya. Pero a mí me patinaba todo lo que hizo. Sin ir más lejos, el sonido de la trompeta ya de entrada no me gusta. Reconozco que no empecé bien con su Bitches Brew, estratosférica oda al caos y desorden rítmico, una obra que no hay por dónde cogerla. Pero como era un delito no tener su Kind of Blue, el disco más vendido en la historia del jazz, el mejor valorado, el más importante, un antes y un después… Total, que me lo compré (muy raro en mí eso de comprar discos…), me lo puse, y… me quedé como estaba. Nada, no me aportaba nada. Cada vez que lo escuchaba, iba entrando mejor, pero no penetró en mí hasta anoche, porque fue anoche cuando se convirtió en necesario, especial. Estaba en tal estado de susceptibilidad que más que beber, absorbí el disco entero. Y no fue mi disco legalmente adquirido reproduciéndose, sino el que me llegaba por las ondas del Bulevar del Jazz, y solté una carcajada cuando mi buen amigo Javier Domínguez dijo eso de – qué hijo de puta -, y en su voz, con su experiencia jazzística, ese calificativo sonó a un – qué grande eres – que colmaba la boca. Sí, señor, qué grandísimo hijo de puta el Miles Davis, por hacer lo que hizo. Una bestial reproducción de lo que puede ser la vida en un día cualquiera, tanto para el día fatigoso, decepcionante, para el mierda de día que nada sale bien, para calmar los ánimos, para escucharse dentro, o para no pensar. Y también para ese día normal, simplemente para despejar. Y para querer, para anhelar… para soñar. Es el cajón de sastre de los sonidos, pues en realidad no puede describirse ni concretarse, una trompeta muy vaga en All blues, un estimulante So what, la compañía del Flamenco sketches, triste es Blue in green, y el swing del bajo en Freddie Freeloader. Y por supuesto, no es exclusivamente su logro, de hecho, sus acompañantes (Julian Cannonball Adderley al saxo alto, Paul Chambers al bajo, Jimmy Cobb con la batería, el saxo tenor de John Coltrane, Bill Evans y Wynton Kelly al piano) hicieron distinto el sonido de Davis, marcaron la diferencia con los otros trabajos del maestro, por eso me gusta este disco y no otros.
En realidad, no es nada extraordinario, pero se viste de especial cuando se hace necesario. Sigo sin comprender cómo pudo vender más que otros, quizá por distinto, o porque dentro de su ritmo débil e inseguro, suena muy redondo; y que hay algo bello e inexplicable, que lo inexplicable es bello…
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Me dijo en la USSR, y volviendo al antiguo mapamundi me perdí en su inmensidad. Pensé que era improbable que tanta gente estuviera de acuerdo bajo un mismo signo, a no ser que… fuera por la fuerza, claro.
Dijo que haría frío y calor, y comprendí que habría de todo en tal extensión de territorio. Pensé que pasarían kilómetros sin ver un árbol, y que la línea que separa el cielo y la tierra sería tragada por una eterna pradera. Luego habría una elevación, y de nuevo, la vasta estepa, con tantas margaritas que alguna repetiría información genética con otra, las posibilidades se agotaban antes que las flores en la llana meseta.
- ¿Y allí fue lo del romanticismo ruso?
- No, eso fue antes de la USSR.
La decepción salió en mi cara en forma de puchero. Intentó consolarme con Khatchaturian, Stravinsky, y los últimos coletazos de Rachmaninov.
De repente, yo tenía pocos años, menos dientes, y no sabía pronunciar Tchaikovsky. Por eso no le repliqué. Era rubita, los mismos ojos y piel clara. Pasaría inadvertida.
La visita era una revisión sobre los tópicos que tenía en mi mente, validando prejuicios. Me divertía imaginar retorcer aquellos grandes y congelados bigotes estalinistas, a menudo me veía con ellos en la mano. Y frío, dios, qué frío. No me figuraba los tormentosos adagios, livianos allegros con aquel clima. Cavilaba sobre la fluidez de la sangre a aquellas temperaturas. De qué manera vivirían el amor mis adorados compositores, quizá como lo único que abrigara la vida en el devastador paisaje helado. Una de las veces que cenamos en el vagón restaurante, el camarero nos ofreció de manera natural unos tragos de vodka. Mi compañero me animó; yo, escandalizada, balbuceé que era una niña, y él parecía no comprender. Que ya fuera mayor de edad no había que comprenderlo, era una realidad, el pelo que me caía por la cara era un castaño veteado, además de un par de evidencias añadidas. El primero quemó y arrastró a su paso la sensibilidad, de los demás chupitos sólo me quedaba un calor profundo. Dijo que se perdería un rato. Intercambié algunas palabras en inglés con el camarero, el idioma fluía mejor que mi sangre. En sueños siempre me defiendo bien en inglés. Con el vodka como único combustible, trataba de regresar al habitáculo. Iba tan ebria que de haberme fumado un cigarro habría prendido mi cuerpo entero. De todos los pasajeros cuantos me crucé, fue en quien menos me fijé. Amablemente, decliné su fuego. Creo que le dí lástima por llevar un cigarro apagado entre dos dedos cianóticos. Lo que no se veía era lo azulado de mi corazón. Para eso no había fósforos. Por gestos, sin intentar pronunciar una palabra, le ofrecí un trago.
Tardamos mucho tiempo en darnos cuenta de que hablábamos el mismo idioma. Tal vez dimos por hecho que pertenecíamos a la USSR que estaba soñando, o que después de aquel mundo onírico no habría más. Su sílaba me dio taquicardia. Para entonces ya nos habíamos mirado, y supe que había llegado a mi destino… pero que era hora de despertar.
Y como tras una pesadilla, me seguía latiendo rápido el corazón. Pero la pesadilla era haber despertado.
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Ver un cuerpo y adivinar sus formas curvilíneas bajo las ropas. El deseo. EL DESEO. Por destriparte los principios. Saber lo que eres y piensas, y observar cómo se caen como fichas de dominó, uno a uno, todos los pilares de tu castidad, cómo te chorrea el deseo por la comisura, desbordarte de besos en la boca, boca como herida abierta que rezuma necesidad.
Parecen los últimos momentos de mi alianza con el mal, sabrosa, ardiente acidez, rojo y negro unidos. Velocidad e inconsciencia. Placer y necesidad observados sin recelos. Disposición y ganas por inventar. Hedonismo como principio y fin de mis objetivos. De patadas con los miedos, y bienvenidas sugerencias. Actitudes renovadas y ganas de dar qué hablar.
Escuchar eso de “no te reconozco” me produce una corriente de satisfacción enorme. Tu dolor no me interesa, tu felicidad menos aún. Descubrí que no hacer nada es más que suficiente para joderte. Gracias por darme tanto placer.Y pensar que todo está en mi mente enferma, y que de lo que hablo es sólo la mitad de la mentira, inclina aún más mi cursiva, y me regodeo en bucles fantasmas, tan ajenos a mí. Si tanto te escandalizan mis maneras de pasarlo bien, cámbiate de religión, o continúa siendo el borrego más aleatorio del rebaño. Y si no te gustan mis principios… tengo otros.
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Creo que salió del coche pensando que soy una de las tantas personas que la toman por una chiflada. Y ahora, en este momento, no hay nada de lo que me arrepienta más que no haberle contestado acertadamente, lo justo para que se diera cuenta de que entendí las reminiscencias de sus escasas expresiones, que hablo en su mismo idioma. Porque ahora soy una más de los que la evitaron, o que callaron, que no se opusieron, que no le replicaron. Que ese minuto de trayecto sólo fue para soltarme retazos de su infelicidad, intentó quitarme esperanzas por la vida, y sé que lo hizo sin maldad, sólo habló de su experiencia. Unas palabras como abreviaturas de un lamento, leves, quejosas; colmaron mi concepto de dramatismo con la veracidad del tono con que las pronunciaba. En un minuto me habló de desencanto, de frustración, rendición. Nada, muy breve todo. Se despidió con un Felices fiestas sin sentido ni credibilidad, vacío de estructura, como los ajos vanos; se lo devolví, aun sabiendo su respuesta, la cortesía pudo a la comprensión.
Su soledad era mucho más que la nula compañía que la rodeaba en su caminar solitario, a la hora en que el sol más fuerte daba, en un día en que el frío desestimaba al sol; y con eso bastaba para no hacer lo que hice, asentir a sus quejidos y tomarla por una autostopista más.
No le vi el rostro, llevaba unas gafas oscurecidas por el tímido sol de diciembre, y un pañuelo a la tradición musulmana. Y un bastón.
Por un instante, he imaginado que era yo dentro de bastantes años, y que todo fue fruto de cruzar su presente con el mío en una curva imposible de traducir en las coordenadas del continuo espacio-tiempo. Que todo lo que me dijo sólo eran advertencias, y que ella, o yo, o quien fuera, tenía la certeza de que sólo las escucharía, y que no las tendría en cuenta. Lógicamente, debe ser así, puesto que entonces ni siquiera escribiría estas líneas, y habría abocado su presente a la inexistencia.
Y sin embargo, dijo que Todo es mentira, y yo la creí.
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Llegar fue lo de menos. En algún momento, la niebla se quedó atrás, pero amaba tanto lo que tenía, que ni me di cuenta cuándo, dónde ni cómo fue que se esclareció todo.
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Reflexiones aparte, la precisión con que debía de acomodarse para observar tal prodigio sí que me resultó familiar. Me recordó al concreto momento que interrumpió una mirada perdida de una pesada tarde tirada en la cama; en aquella posición arbitraria se sumaron varios factores, mi cabeza a los pies de la cama, la persiana plenamente alzada, los huecos de la abarrotada estantería perfectamente coincidentes, el edificio de enfrente en su justa altura. Todos los elementos interpuestos entre mis ojos y el objeto se conjugaban en un sudoku en que todo encajaba para regalarme un callejón de visión, permitiéndome ver muchos metros allá los últimos centímetros de una muy elevada torre de repetidores, en que se alojaba el fruto del trabajo y del amor: el nido y los arrumacos de una pareja de cigüeñas.
Ese descubrimiento me devolvió mi sensibilidad por las cosas pequeñas, mi pasión por el miope mundo de las miniaturas; pero también me abofeteó una soledad vestida de Gilda, con el guante blanco de las ausencias, y mi cara enrojeció, no de ira o vergüenza, sino por las terribles ganas de encontrar una pizca de lo que las cigüeñas me restregaban sin importarles quien las viera.
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VI. Médico-paciente.
Dicen que durante la carrera se produce un cambio en la visión del alumno, pues todos hemos sido pacientes alguna vez, o familiar de paciente; para convertirnos en el médico debemos revertir ese punto de vista, para sentarnos al otro lado de la mesa hemos de sentirnos al otro lado de la mesa. Con todas las consecuencias, deberes y derechos, a todos los efectos.
Después de todo, y a pesar de estar culminando mi escalada, sigo sintiéndome más paciente que médico. Sé que aún no he rodeado la mesa, pues en ellos veo menos virtudes que defectos. Aún no me ha llegado la empatía.
Quizás el buen médico es el que no depara en estas conclusiones, y de un modo eficiente da salida a todos los problemas que se le presentan, sin más cuestiones personales o sociales. Problemas con un historial médico, una cifra que representa a cada paciente, mucho más tratable que a la persona misma. Sí, ese médico que se plantea cada caso como un misterio por resolver ¿qué le sucede al paciente? Y una vez diagnosticado, pensar el tratamiento protocolizado, el más adecuado, el más barato, el más cómodo, el menos perjudicial, con menos efectos adversos, mejor controlado… Y siendo así este médico, ya sería un gran profesional. Pero yo no he dicho, en este supuesto, nada de naturalidad, ni de calidez, no nombré la humanidad o calidad humana del licenciado, nada sobre su respeto y tolerancia, del trato, de la confianza. Y sin nombrar todo eso, ya era un buen médico. Médico. Pero nada dije de persona. Cualidades que no son exigibles, pero que se agradecen enormemente. Le da otro cariz a las relaciones médico-paciente, un ambiente tranquilo y que fomenta la fluidez de información… Resuena en mi cabeza la voz del catedrático, el profesor asociado: el paciente siempre miente. Y mientras lo pronunciaba, yo pensaba: yo también mentiría, si es usted el que me pregunta.
Por otro lado, comprendo la apatía en la que caen muchos compañeros; el contacto personal desgasta el ánimo con que se inicia el camino. Ese empuje se va desinflando, los roces y tensiones cansan, las superficies pierden lubricante y ya no se deslizan como antes, aparecen asperezas, y finalmente se decide por esconder el lado humano que todos llevamos, poner cara de máquina expendedora de medicamentos, y que la jornada acabe lo antes posible. Totalmente plausible.
Es un tema delicado, puesto que es un hecho que los pacientes de hoy no tienen el mismo respeto que antaño. Hacerse respetar no es autoritarismo. Respeto no es dejarse dominar. Pero sí acatar el criterio del profesional, y confiar en su buen hacer. Hoy los enfermos discuten todas las medidas a tomar, todo está abierto a debate, y la voz del médico es simplemente portadora de opciones. Es el enfermo quien decide. Aunque por otra parte, muchos médicos se han dejado llevar por esta corriente, y hoy lo ven ventajoso… menos decisiones, menos peso, pero también menos responsabilidad. Y así pues, se amparan bajo protocolos y guías clínicas, la ley como un paraguas, y la medicina como burocracia.
Todo ha cambiado. Y yo insisto en que todo puede mejorar.
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Después de todo, no deja de ser un trabajo. En mis veintidós días allí sólo pude ver lo más palpable, por lo tanto, el médico gracioso me hacía gracia, el psiquiatra me cayó gordo, al facha lo calé enseguida, la huidiza sólo me huyó, y el inútil no llegó a explicarme nada, como yo esperaba. Las enfermeras me parecían todas la misma, pelo arreglado de peluquería, el mismo color rubio tostado con mechas casuales, amables conmigo, relativamente amables con los pacientes. No, no juzgo, yo no trabajo allí. Sólo observé. Era la sala de observación. Auxiliares, celadores, policías nacionales, limpiadoras, técnicos informáticos, representantes de las farmacéuticas, los de la morgue… vendedores varios. Sólo lo más superficial, apenas unas pinceladas de lo que allí se cuece cada día. Ha pasado un año. Nadie se aprendió mi nombre, yo ya no me acuerdo de los suyos. Pero no deja de intrigarme la sombra literaria que se desprende al fijar la vista, como un foco de luz, sobre cada bulto, en aquellas camas. Y sin constancia, puedo ver los adornos navideños de este año, las cartulinas de abetos pendiendo de un hilo, dando vueltas con las corrientes de aire, materializando los vaivenes de la muerte y el fino hilo que sustenta la vida.
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V. La cama treinta y uno.
La cama treinta y uno está aparte, es como una habitación independiente, un cubículo relativamente amplio dentro de la sala común, a la que se accede desde la misma. Fue tras algunos días ya de prácticas cuando la visité por primera vez, para entonces ya me recomía la curiosidad por saber qué la hacía diferente, a quién alojaba, qué requisitos habría que reunir para tal lujo, una habitación para un solo paciente. Me encontré a un hombre que no parecía ser consciente del privilegio que yo le dotaba por tener tanta intimidad, además de estar acompañado de un familiar todo el día. Por el contrario, era su mirada la más perdida de todas, la menos necesitada de compañía, desvalijada de vida, con una intimidad implícita, incrustada, imposible de arrebatar. Como si le diera igual estar o no en tal habitación, acompañado o solo… vivo o muerto. No, eso último no le daba igual, de hecho, tras observar mejor su mirada, reconocí algo familiar… tremendamente familiar. Sin hablar ni conocerlo, supe de su abulia, desesperanza, desarraigo. Algo se me encogió dentro. Y… a pesar de no requerir de aquel detalle para confirmar la honda verdad que sentía como mía, miré sus muñecas atadas a los laterales de la cama. No, no le daba igual estar vivo o muerto. Es más, era lo único que le importaba.
Sólo le hacíamos el seguimiento, una mera observación, todo bien, el antídoto haría su trabajo, más tarde pasaría el encantador psiquiatra para evaluarlo, darle el alta y citarlo al par de días en consulta de la unidad ambulatoria. Protocolo. Con el paso de las jornadas, me daría cuenta de a qué hacían referencia con Intoxicación Medicamentosa, y la historia, siempre con reminiscencias amorosas y/o sociales, contada en sesión conjunta por el médico que le tocó escribir la primera exploración en la historia clínica de la cama treinta y uno. Historias de desengaños, sorpresas desagradables, enfermedades incurables, vacíos interiores, infelicidad constante, tristezas vitales, soledades, infiernos familiares… motivos todos, sólidamente validados, razonables, lógicos… pero nunca suficientes, o al menos eso mantiene la medicina, la sociedad, la vida.
Pero la sala de observación es una estación de paso, y su nombre se perdió al día siguiente, sustituido por otra historia de desencanto con la vida. O con la mente. Como alguien me dijo… desajustes con el mundo™. Y los demás nos dedicamos, unos a criticarlo, otros a solucionarlo.
Me sorprendió que fuera la cama más renovada, cada día era alguien distinto quien la ocupaba. Y aunque casi todos eran intentos autolíticos, alguno se colaba por un brote psicótico adornado de atraco a mano armada… la mente trastornada jugando con delitos, rompiendo las reglas, policía en la puerta. La locura y sus consecuencias. Dentro, algún personaje iracundo adormecido por benzodiacepinas, incapaz de construir una frase inteligible, murmullo lejano de estados agitados, adormecido, adormilado. Balbuceos, sin poder contar su verdad. Los polis no nos saben decir mucho, algún navajazo de por medio, frases extrañas; ansiedades descubiertas y en la mano un arma blanca.
El que le pegó a su mujer; la que avisó justo antes de tomar aquella tableta de tranquilizantes; la que avisó justo después; el hombre abandonado; el mendigo del centro emborrachado de vino; la despechada; el cornudo; el chico empastillado; el yonqui cronificado.
Con tanta “miseria humana” que rodaba en aquellas sábanas, me pregunto el verdadero motivo de tenerlos aparte, si por ellos mismos, para darles la tranquilidad que necesitaban en su alma; o por los demás en sano juicio, para evitarnos la hiriente verdad de ver una persona que realmente no está.
Todo queda por juzgar.
Desajustes con el mundo… cama treinta y uno.
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... cuando la pena cae sobre mí, quiero encontrar aquello que fui, miro hacia atrás y busco entre mis recuerdos...
Para quien la tenía olvidada, o para quien nunca la escuchó. Para quien la necesite. Me sirvió y la devuelvo.
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IV. Punto de No Retorno.
Hay un punto, en el vasto campo de posibles estados intermedios entre vida y muerte, un punto en la sección de la enfermedad, ése que aquí decimos “está más allá que pa´cá”, es el punto de no retorno.
En su delgada línea de separación con la esperanza se tambalean muchos enfermos, equilibristas experimentados, personas mayores cargadas con las talegas de medicinas, múltiples patologías conjugándose en su organismo, subastándose cachos de su cuerpo, comiéndose la vitalidad. Pastillas aniquilándose unas a otras, compitiendo por una misma ruta de metabolización, friendo al estómago, acorchando al hígado, aletargando, perdón, alargando su vida… un poco más. Y súbitamente, esa estabilidad frágil, disfrazada de milagro, se derrumba cual castillo de naipes por una leve brisa, una brisa como lo puede ser una fibrilación auricular rápida, FAR. Cae todo. Se descompensa la insuficiencia cardíaca, ICD, empeora la insuficiencia renal, IRC, cae en insuficiencia respiratoria, IRA, se obnubila, y un puñetero émbolo se forma en el corazón, con destino directo al cerebro, donde impactará en un pequeño vasito que quedará obstruido… isquemia cerebral, accidente cerebrovascular agudo… ACVA o ictus… abuelictus.
Cronología de la decadencia, múltiples caminos posibles, y todos llevan a la descompensación del sistema, fallo multiorgánico, sinónimo de No retorno. Como caer en un estanque, y destapar el desagüe, la vida fugándose, final pronosticado, remolino convergente, embudo hacia la muerte, vueltas y vueltas, pedir más pruebas, y La Verdad no se esconde tras ninguna de ellas, todo es hacer tiempo, lanzarnos al aire y describir volteretas, quitar los líquidos y poner diuréticos, quitar la comida, sondar el cuerpo, concebido como un tubo, todo es meter y sacar, alteración de los estados fisiológicos, numerosos ojos, manos palpando, corazón escuchado, cifras de creatinina aumentando, agitación del organismo, y un alma despegando. […]
La Verdad es que nada se puede hacer. La Verdad es que la muerte se presenta, nosotros queremos escalonarla, desmenuzar cada momento en que ella avanza algo más, luchar por cada posición en el tiempo. Dame un minuto más, sólo un minuto más. Pero La Verdad es que nada se puede hacer.
La impotencia es resultado de no haber asimilado antes. Pero dejarse ganar es querer perder. Y toda lucha es humana, y más que humana, muy animal.
Y en medio de todo, el familiar. He deducido que es muy chungo cuando un médico te hace llamar, cuando el horario de visitas todavía no ha llegado. Es indescriptible el juego de miradas, comunicación mucho más intensa que la retahíla de palabras, diminutivos de lo que no se puede achicar, sutilidad extrema, parsimonia en palabras Grave o Severa, adjetivos ambiguos de este vasto idioma que es el nuestro. Palabras dichas por el médico, recibidas por nadie, porque el familiar o acompañante sólo ve una verdad impresa en las pupilas del bata blanca, lo demás son adornos, ruidos insonorizados frente a la muerte, campana extractora de humos superfluos.
Unas lágrimas se insinúan en la vertiente más próxima del llorar, enjugadas antes de dejarse vencer por la debilidad. Yo no sabía dónde esconderme en aquel momento tan íntimo, pero tan frío, y también me emocioné. Y justo en aquel instante pedí encontrarme en su pellejo mucho, mucho, mucho tiempo después.
Se terminó la conversación y la médico y yo echamos unos pasos juntas, con suspiros que querían espirar más que aire, y en todo caso, consternación, de no ser dios, de no tener solución. No le hice preguntas, no cabían las dudas.
El No Retorno lo simplifica todo.
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III. Minimalismo en el sentimiento.
Más que en la decoración, o en la música de Erik Satie o Ludovico Einaudi, hallé la acepción más acertada de minimalismo en la sala de observación, el que envolvía los sentimientos que deambulaban por las calles que formaban las camas, a través de la corriente de abrir una puerta y abrir otra, comunicación de espacios, el fluir de afectos inherentes a cada individuo circulante. Como un sistema sujeto al orden… y sin embargo, siempre está el calor como explosión, exponente del desorden, pequeñas partículas adquiriendo energía, y por tanto, movimiento, mayor temperatura y volumen en un cuerpo. Entropía. Así, como entropía, los sentimientos alteraban la organización ideal de la sala. Pero no eran explosivas muestras de cariño, sólo gestos. Minimalismo en el sentimiento. Algo sutil y puro en las sonrisas, pequeñas charlas de ánimo, conversaciones cargadas de emoción retenida, las ganas de aparentar y no manifestar desfallecimiento, la caricia ansiosa de la virgencita que cuelga del cuello, rezos silenciados, lágrimas contenidas. Incertidumbre temblorosa en el labio inferior de un familiar. Intensidad disfrazada de serenidad, en el último apretón de manos entre una madre y una hija.
No es sentimentalismo barato. Es el ser humano asustado.
Susto de no poder controlar algo, perder el timón sobre lo que nos afecta. La desazón de esperar cualquier final. Todo nos hace menguar en nuestra soberbia. Que no somos nadie. Ni familiares, ni profesionales. Pero de esto ya hablaré otro día.
Me he ido dando cuenta de que la amabilidad rebota de distinta manera conforme pasa el tiempo por la persona. Al principio, de niños, basta con una sonrisa para crear otra sonrisa; para ellos, eso y tener el detalle de calentar el fonendo antes de auscultarlos, ya es otra dimensión. Transcurridos unos años, de adultos, la cara de buena gente no es suficiente, y debe acompañarse de otros artilugios, como gestos, una mano en el hombro, en el brazo, o en la mano, también calma en las palabras, calidez en la mirada, un tono natural en las formas, una pizca de buen humor, uno poco de allí, otro tanto de allá… Todo es mucho más complejo. ¿Y qué tiene un adulto que lo distinga de un niño? Experiencia. La experiencia mata la inocencia, la creencia pura de que con sólo una sonrisa sale a la luz el alma de la persona. Los abuelillos regresan un poco a esos años de infancia, tal vez porque llegado un momento nos conformamos con lo mínimo, aunque también lo más bonito y sencillo. Para ellos, una sonrisa del exterior no es un minuto más de vida, sino un minuto vivido. En la coyuntura con la muerte, no interesa la cantidad de tiempo, sino su calidad. Y creo que podríamos aprender a darle toques de calidad a nuestro tiempo, darle vida a los minutos vividos, y no minutos a la vida.
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II. Adaptación al blanco nuclear.
Debido al corto periodo de permanencia, y que en una sola sala se hacinan 31 camas; cuando toda la intimidad es una cortina blanca, cuando toda evasión es rodearse frente a la pared, de espalda al mundo…, no hay hueco para personalizar el reducido espacio habitable, no hay hueco para un familiar de cabecera, ni de compañía, no teléfonos, no zumitos ni donuts a escondidas, no televisor.
Debido a ese limitado tiempo, una identidad sirve de poco, mañana ese bulto será otro. Tiempo… sólo para observar el incipiente camino que tomará la enfermedad, con qué cualidad se instaura en la persona, un leve brote con el que clasificar el caso. Lo justo para derivarlo a otra especialidad, lo suficiente para quitárnoslo del medio… Y al siguiente día, una lista nueva de nombres, ventipico nuevas historias, sexo, edad, nombre y apellido seguidos de unos acrónimos que en el enfermo se traduce en malestar, en pronóstico, en triste mirada, en dolor, en angustia, incertidumbre, descalabro familiar, pérdida económica, un consumidor menos, una cita perdida, una entrega retrasada, un beso sin dar.
Se agarra algo al alma, cuando unos ojos desorientados atrapan la mirada de una joven bata blanca. ¿Qué buscan, qué piden? Un vaso de agua, una información, un analgésico, otro pañal, un pronóstico, su familiar, una respuesta, la verdad… o más frecuentemente, una verdad que se pueda escuchar. – Espere un momento, que voy a llamar al médico -. ¿Y usted? – No, yo sólo soy estudiante -. Los primeros días no miraba a nadie, pensé que todos estaban locos, o al menos algo trastornados, y que sería incapaz de resolver nada que me pidieran. Pero fui descubriendo, por miradas esquivas y a hurtadillas, en el gran arte de observar, el letargo impotente del no saber, del no poder. El trastorno como adaptación a una situación impuesta. Estar anclado a una cama, sin más contacto que el de la auxiliar a primera hora de la mañana, en un rápido aseo… sin más personalidad que la que llevamos dentro, despojados de su fuerza, revestidos por un camisón sin ajustar, templanza estandarizada, ánimo circulando en o bajo su línea basal, valium al que habla demasiado,… sin más conversación que la del escueto médico acompañado por caras jóvenes, mentes susceptibles, corazones ignorantes. No preguntes, mejor no preguntar. Quizá no queramos saber la respuesta. Todo terriblemente higienizado. Blanco nuclear (verdades insultando). Olor hospitalario, de hospital, no de hospitalidad. Así, yo también giraría la mirada hacia la claridad, y daría gracias por tener ventana y no pasillo. Y que el viaje dure lo menos posible.
A esa ruptura con la normalidad que supone una enfermedad, en su empeoramiento, recidiva, o súbita aparición, se añade el extravío de estar en otro entorno, desconocido, raro, ajeno a la rutina de la que tanto nos quejamos. Se revelan distintas maneras de manifestar el miedo e inconformidad por los continuos cambios. De esta guisa, unos se quejan por todo, o piden lo imposible… hay quien aún se atreve a pedir un cigarro, y en ocasiones estuve tentada a indicarles el cuartucho del que los profesionales de la medicina y enfermería hacen de cenicero comunitario en un hospital de tercer nivel, pero… sólo soy estudiante, y cuando sea médico, seré residente, y para cuando sea adjunta, quizás yo también fume. A veces, esa inseguridad de encontrarse en un lugar inexplorado, se suple con taparse hasta las cejas. Sin embargo, la mayoría optan por no hacer nada, y callar. Silencio apenas roto por débiles quejidos, o un nombre muy repetido, pueden estar horas llamando a alguien que quizás esté muerto. La desorientación es profunda, cuando nada es lo familiar, perdidos y sin referencias. Lo que antes era su vida guardado en una bolsa blanca camuflada en la omnipresente blancura. Comportamientos extraños, tics emergentes, descompensación del caprichoso equilibrio de las deficiencias a edades ancianas. Energía fugándose como adaptación geriátrica.
Cuando todo esto está arrugado por el paso del tiempo, cubierto por cabello canoso, pronunciado en voz áspera, gestos torpes, sólo ademanes, nada de acciones… cuando la vejez es la que se expresa, si algo no era agradable, directamente es indiferente. Ésa es nuestra adaptación a ellos, nuestros viejos.
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Es realmente asqueroso el sucio espectáculo que dieron los del Sálvame en Telecinco en prime time, carnaza pútrida de la miseria humana. Mis preguntas son ¿hay que acostar a las 21:30 a un niño un viernes noche? ¿Hay que ponerle un televisor aparte, y fomentar desde tan pequeño la segunda tele? ¿Dejamos que el niño escuche y vea la porquería, y se insensibilice sobre el sexo? ¿Es esa la imagen certera del sexo que debe captar el niño? ¿Se puede hacer televisión sin usar pornográficamente el sexo? ¿Se puede hacer televisión sin usar la imagen vaginista de la mujer, copuladora y reproductora? Después de asistir a tal clase de sociología ¿sirve la mujer para algo más que para joder y contarlo después? Y por meter más la pata, ¿no se manifiesta la iglesia, autoridad moral, en las calles por el deterioro en las relaciones que se muestra en la televisión? ¿Un gobierno progresista va a cancelar webs por compartir música y demás arte; y no cierra esta cadena de televisión por proporcionar imágenes explícitamente machistas y dominantes de las relaciones sexuales? ¿El próximo reality show de Telecinco será “Las 120 jornadas en Sodoma”? ¿La campaña doce meses/doce causas es un lavado de conciencia de la propia cadena para salvar estos errores insalvables?
Disecciones: Política , Religión , televisión Publicado por innuendo
a las 1:21 p. m. , 2 Comments
Escuchaba su nombre y pensaba en esa cara decrépita, consumida, precozmente vieja, la tantas veces estampada como logo, al estilo del Ché. Alrededor suyo, estigmatizados gitanos, ladroneo y drogas. Y de su boca, salía un arte que no entendía, y consecuentemente, no conseguía razonar su éxito, ni el mito, ni el dios que representaba. Políticamente incorrecta mi visión, lo sé, pero era así.
Camarón nunca fue de mi gusto y pensé que jamás llegaría a aportarme algo. Que no sería admitido en mi selecto club de artistas americanos… afortunadamente, esa visión añeja y fundamentalista de la música cambió. Lo que no cambia es el concepto que tengo de los artistas. No son dioses, tienen vida, son mortales y potencialmente imperfectos, como los demás. Por lo tanto, nunca he investigado las cuestiones meramente personales de alguno de ellos. Pero sí lo que concierne al contexto de cuando surge un fenómeno en forma de disco, que rompe con lo anterior, que abre mundos.
Desde hace muchos años, la única canción de Camarón que había logrado colarse en mi vida, por puro empeño de tenerla, fue La leyenda del tiempo. Y cada vez que sonaba, no podía ubicarla en esa imagen racial y drogadicta del artista, ni en el flamenco, en nada de antes, en nada posterior. Después supe que la letra era de Federico García Lorca, otro que nunca he podido entender. Yo no sé cuánto de flamenco tenía la canción, ni logré encuadrarla en un estilo. Pero con disfrutarla me bastaba, era evasión, como un viaje a lomos de un caballo veloz, como volar durante un sueño, como vivir rápido.
Hace poco se cumplieron los treinta años del lanzamiento del disco homónimo, La leyenda del tiempo. Dejo por aquí el enlace del reportaje que documenta la coincidencia de grandes artistas en aquel proyecto, la rareza de una idea rompedora en el tradicional mundo gitano, con el intocable flamenco, curiosidades, y todo respecto a la grabación en el estudio. La historia de un álbum que, como muchos, fue trascendental conforme pasó el tiempo, y la gente pudo ir paladeando todo lo que significaba. Los cambios se valoran mejor desde la distancia que proporciona hablar en pasado.
No soy muy aficionada al flamenco, pero he escuchado lo suficiente para saber que no todo es igual, y que este disco es distinto. Camarón lo hizo así, valiente, por no tener miedo a incorporar instrumentos antes incompatibles, y por crear un ambiente de trabajo en que muchas versiones cabían. Hoy, muchos de los acompañantes (Tomatito, Jorge Pardo) están adosados a la fusión del jazz con el flamenco, ahora comprendo de dónde nacieron sus caminos.
Dejo aquí la canción que más me sobrecoge del disco, es la que menos instrumentación tiene, la voz suena como un eco, y… no sé porqué me gusta, pero eso es lo más bello.
I. Navidad en una estación de paso.
Creo que a nadie alegraba aquellos adornos navideños. Sólo la ilusión de quien los puso, un par de enfermeras que resistían a fundirse en el magma rutinario de aquella amplia sala de camas amontonadas. Casi la misma luz la que había de día o de noche, como única ley real la claridad (que no luz) traspasando unos cristales traslúcidos, lo suficientemente natural como para que los pacientes de las camas 8, 10 y algunos pares sucesivos tomaran una sola postura durante su estancia, que por definición no era mayor de 48 horas. O mejoras, o ingresas, o mueres. Tú eliges.
La sala de observación es una estación de paso, y el curso de la enfermedad es el vehículo que nos lleva por el camino de protocolos, hojas de consulta, te ve el cardiólogo, el digestivo, el cirujano cardiovascular, el endocrino, el autodefinido como español-conservador-heterosexual-rico de casta-católico del psiquiatra, el neurólogo… y sobre todas las cosas, el internista, señor/señora de amplios conocimientos, poseedor de concentrados manuales, ediciones bolsillo-de-bata de grandes tratados de medicina, y múltiples reglillas, tablas y algoritmos entremezclados entre sus numerosos bolígrafos, y en medio de todo, el fonendo. Si dijéramos de pesar su uniforme completo, de los cinco kilos no bajaba.
Estación de paso, para profesionales y pacientes.
No. Nadie miraba los adornos. La mayoría de los abuelillos permanecían durmiendo el día, al atardecer se espabilaban, empezaban a inquietarse, preguntaban por sus hijas, nombraban al difunto de su marido, o… en gran parte de las ocasiones, a su madre. Yo ponía en duda que, con los 80 años que calzaban muchos, su madre les viviera; y si la pobre vivía, cómo es que no estaba allí, en la cama de al lado también, con alguna probable hipoglucemia, o insuficiencia cardíaca descompensada, o un ictus. Llegados a una edad, todos tendremos algo. No sanos. Eso es la vejez, consecuencias amontonadas paulatinamente, efecto directo de no haber muerto antes, con sus efectos indirectos de un final inexorable, por todo eso que dicen de los radicales libres, demasiado libres, demasiado radicales.
Los que no dormitaban, en un estado de sopor diurno, enfocaban su mirada a algún lugar del techo, y allí la dejaban todo el día, como el que deja al niño en la guardería y lo recoge al finalizar la jornada. Inalterable continuidad de 48 horas. Pero nadie se fijaba en los adornos navideños. La navidad era un espíritu que muchos llevaban dentro, como un vago recuerdo, porque allí era lo de menos. De hecho, para mí aquella navidad pasaría inadvertida, sin catar sus dulces y cócteles variados, por unos calamitosos cuadros gastrointestinales.
Allí no había navidad. ¿Cómo va a haberla? En un sitio en que no se sabe si es noche o día, jueves o domingo, invierno o verano. En esa línea homogénea que era el tiempo en aquel lugar, comprendo la necesidad de colgar abetos, estrellas y guirnaldas, fotocopias del billete de lotería por el que apostaban, cestitas con mantecados, y unos vasitos de plástico pequeños del que cantaba un olor sospechosamente anisado. Son esos pequeños detalles los que orientan a los que allí trabajan, pero también lo que atormenta al que pasa allí un día y medio, recordándole que son días de fiesta y no los está disfrutando como los demás. Navidad robada, atraco a nuestra normalidad, disconformidad, situación de estrés, y posterior adaptación.
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adoro esta canción. Me comería todos los kilómetros nocturnos del mundo con ella de fondo. Es prestada, o heredada, como lo que pasa de hermano a hermano.
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no se me ven las lágrimas, pero es muy triste... nadie me pisoteó los pies, ningún dedo de los que ahí aparecen se me coló en el ojo, no me quedé afónica, ni trasnoché en el autobús de vuelta... es muy triste, es un drama, que no fui. En fin, la próxima vez será.
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http://www.goear.com/listen/1af16ea/Moderato-rachmaninov
Ya he encontrado la suficiente saturación de gris en el cielo como para poder hablar abiertamente de Rachmaninov. Ni de noche ni de día, sólo al 50% de negro y blanco. El frío que me invadió al quitarme la mortaja de mantas al levantarme, en mi cerebro se continuó rápidamente por sinapsis entre dendritas y axones cubiertos por polvo y telarañas, hasta ese lugar pobremente visitado, sistema límbico o dícese del ente estructural de las emociones. Y no me detuve en escuchar las noticias, el mundo me daba igual; fui directa hacia Lang Lang y el Concierto para piano nº2, aunque he de decir que me pone más la versión de Leif Ove Andsnes. [Y me sonrío, porque pienso en cierta persona y en su – joder, navarro, qué repelente eres -. Qué razón tienes, pero es que no puedo evitarlo; así me va, socia, la mariconería no me deja vivir.]
Frío. Sintetiza, resuelve, estabiliza, conserva, conserva demasiado… Mata… En una operación a corazón abierto, para poder maniobrar con tranquilidad, hacen circulación extracorpórea (pasan la sangre de los grandes vasos a una máquina que lo suple temporalmente) y paran al corazón, inyectándole potasio con suero muy muy frío. Prácticamente le inducen una congelación. Y dicen que se ve morir al corazón poco a poco. Cardioplejia. Otro supuesto es cuando un corazón sufre un infarto, por obstrucción de los vasitos que lo riegan y alimentan, como músculo que es, se ve afectado; hay un concepto, corazón hibernado, cuando esa parte de corazón no muere del todo por falta de oxígeno, sino que queda latente, herido pero disponible en caso de restablecer la circulación. De nuevo, el frío y sus consecuencias, la hibernación.
En un intento por confirmar en qué estado de congelación me latía el corazón, me fondeé el aletargado sonido que producen los ciclos sístole-diástole… latidos… Qué sensación tan extraña escribir esto: Auscultación Cardíaca: rítmico a 75 lpm, sin roces ni soplos ni extratonos audibles. Y como una psicofonía, mi respiración de fondo ambiental… miré el Littman y me asusté de tener conciencia de mí misma, y me retiré veloz los cuernos del fonendoscopio.
Frío… No me llevó a Rachmaninov por buscar calor. Sólo quería romperme las partes congeladas, y apuesto que no sangraría. Y como en sueños, como Picolo, por gemación surgirían las nuevas.
- Romperme por sensibilidad externa, por la caricia de sus tranquilos Adagios, olvidarme del mundo, de sus noticias, de mis ansiedades, de objetivos, de mis subjuntivos, de sus imperativos, del pluscuamperfecto que me tienta a mirar atrás… del condicional que domina mi futuro inminente, de predicados sin sujeto, de sujetos sin género…
- Romperme en un final llamado Allegro scherzando, resumen y recuento de pedazos esparcidos, conminuta de lo que antes fue unidad. Rota. Como por acción de los ultrasonidos del profesor Tornasol, como el Habbib en las resecciones hepáticas, como destruir sin escucharlo caer.
- Romperme por intensidad, a tropecientos ohmnios (¿o eran amperios? La física nunca fue lo mío), nunca un Moderato fue tan excitante, rocambolesco en su complejidad rítmica, asaltante de la diligencia donde viaja la Indiferencia, desvalijada de todo su soslayo e ignorancia enmascarada, un gran ¡DESPIERTA! en un día muy perro de sábanas pegadas a primera hora de la mañana, Morse en las ventanas™, en un corazón auscultado, sencillos toques de atención: ¡VIVE! Miles de señales fulgurantes, electrizantes… púas en un estado de hipersensibilidad, números expuestos al infinito exponente escritos en la piel por dermografismo… cómo decir… Grande, Enorme, Descomunal (con un acento catalán que lo magnifique aún más). Sí, señor, qué grande eres, Sergei.
//
Eres la bofetada que necesitaba por tener esta cara de niñata, no consentida, ni egoísta, pero sí molto soberbia, con un orgullo in crescendo. Pero… que sepas que ya no caeré al fondo, me quedo en un escalón intermedio que me he construido mientras dormía, me descarnaba del sueño compartido con mi inconsciencia, y con toda premeditación y alevosía, me hice este reservorio de Ego, para tiempos de prolongada decadencia, un búnker de armazón ególatra a prueba de ataques nucleares, de críticas de personajes estelares, del peor de los días más autolíticos.
Aquí me tienes, pues, riéndome de los trozos, que sin sangrados ni quejas, se me desprenden de un cuerpo mordido e infecto, séptico y con púrpura que tatúa un epitafio que comenzaba por Réquiem, y terminaba con un Esto-aún-no-ha-acabado. Se me han caído todos los dedos, ya no sé si previamente fracturados, luxados, desplazados… la trauma me está volviendo loca, la oftalmo me desquicia, mi mente enferma se resiente, y yo sólo quería decir que sin dedos he podido escribir esto… lloro con Rachmaninov, en una emoción pura donde se proyecta lo más profundo, sin influencias contemporáneas, sin letras que alteren un mensaje, en forma de papel en blanco donde el receptor vuelca su desazón. En sus notas no hay mensaje. El contenido lo enfoca el que escucha, como sucede con las manchas de Rocha.
Soy lo que al compositor le dio la gana hace ya tanto tiempo, durante los evacuativos minutos de sus piano concertos. Y… rememorando lo que es El Amor, montaña rusa de sentimientos… en sus rusos movimientos me dejo llevar, de arriba abajo, despedazar, comprimir y estirar, al antojo de bruscos cambios de ritmo, retorcida por bucles de emociones, como la emoción de verse involucrada en una ruleta rusa, a punto de morir, sin saberlo, pero intuyéndolo. En la verticalidad, con un doble tirabuzón, caigo, y como mosquitos en un viaje al descubierto, las notas me acribillan la cara, se me incrustan en terminaciones nerviosas, tengo que… Hay un momento en que debo cerrar los ojos, pues nada reciente es comparable al extático mundo de sus intensas precipitaciones, qué digo precipitaciones… ¡temporales! Tormentosos pasajes de pasión y melancolía… qué unidas ambas con el paso del tiempo en una misma historia… que todo lo que empieza con pasión, acaba con melancolía. Arrecia el envite, como miura, cornea en mi costado, el vendaval de fuertes aires blasfemando en gerundio; aúlla por los entresijos, él, viento, o Rachmaninov, y yo también, de dolor.
Lo sé, se me va la olla, estoy en época de exámenes, y en mis ratos libres me dedico a escribir en modo Moderato. Si tu deseo más ferviente es que no cuelgue más paridas, no lo dudes, envía “Muerte a la del brote psicótico por abuso de estimulantes” y yo prolongaré mi Réquiem. Suerte a los suicidas de los diciembres-última-oportunidad.
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Observo por el retrovisor las volteretas que deja el remolino de viento por el paso de coche sobre un manto de hojas caídas. Y tanto tiempo permanezco mirando el pasado, que en el chispeante presente, a muchos kilómetros/hora, me como oportunidades, la valla, la cuneta, el campo, árboles, animales… se me va el presente, o yo me voy de él, y todo por mirar por el retrovisor largo tiempo, a través del tiempo. Ya lo decía Machado… lo precioso es el instante que se va.
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No, no me importa quién te acompañaba. Hoy sólo me preocupa saber cómo se conjugan tus músculos en una sonrisa sin dudas, una contracción sin contradicciones, y… [venga, díselo] y en la más absoluta intimidad, mirando pero sin mirar, mordiéndome el labio con reprobación, en el más huidizo de los actos, en la caricia menos sentida, menos segura, más descafeinada, la pantalla me da un chispazo en un intento por rozarte las dos escasas dimensiones de tus labios.
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sorprendí con la leve brisa,
en esa noche que era especial,
en que el vampiro prisionero
encontraba su libertad
en las alas del murciélago.
La Luna, harta de ser mirada
sólo cuando luz rebosaba…
Yo, cansada de que miraran
sólo lo que el foco alumbraba.
Que ellos nunca se preguntaran
por qué esto de descubrirme,
dónde nace esa necesidad…
Qué lejano me queda aquello
que yo llamaba “visceral”.
Qué noche, en que me topé
con su superficialidad.
Decepción, qué seco su pozo,
qué efímero el viaje a su fondo
qué próximo al mundo normal.
Qué manía la mía, de escribirlo
[todo.
Disecciones: retorcimientos Publicado por innuendo
… Qué pronto les instigan a necesitar, a sentirse vacíos, como si por sí mismos no valieran nada. ¿Qué puede requerir de dios un chiquillo de cuatro años? Afortunadamente, si de cuentos se tratase, ya escribieron los suyos los hermanos Grimm, o Hans Christian Andersen; de ahí, que fábulas e leyendas ya hay para reponer la devoradora imaginación de un niño. La vida misma es la historia más maravillosa que puede observar un chavalín, la naturaleza, la evolución de un cachorro día a día, aprender a perdonar las trastadas de su hermano pequeño, la magia que chisporrotea en los relámpagos de una tormenta… Sólo debemos tener nosotros mismos la ilusión de mostrarle el mundo así, flipando con cada detalle; y que vale, jesús es el superhéroe más famoso con sotana, pero su padre o su madre son los héroes anónimos de cada día, y esos no salen en ningunos cromos, ni en ningún santo libro.
Hay tantas enseñanzas que pueden fascinar a una mente joven, que es muy triste que comiencen a sentir miedo (de que todo es pecado) y necesidad desde tan pequeños. Porque enseñarles a necesitar de alguien es empujarlos a la soledad.
Disecciones: Cosas sencillas , ilusiones , Infancia , Religión , Soledad Publicado por innuendo
a las 5:16 p. m. , 0 Comments
Disecciones: Felicidad Publicado por innuendo
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.
- Antonio Machado -
a las 11:55 a. m. , 0 Comments
teorías sobre la felicidad... La veo más que aceptable. Punset es enorme.
Creo que el reportaje dura una media hora. Da qué pensar.
Disecciones: Felicidad Publicado por innuendo
Disecciones: música Publicado por innuendo
aguas, vuestro limpio espejo
para que yo al fin me vea,
que he vivido siempre huyendo
de mí mismo, y ya no sé
lo que soy ni lo que quiero…
Ayudad a que me encuentre,
que me he perdido, disperso
en la vida de los otros,
sin vivir… Dadme mi cuerpo,
que gasté en brazos de tantas
que no amé. Mis pobres nervios,
al placer y los dolores
de los demás siempre tensos…
Mis manos, que acariciaron
con afán todo lo bello,
sin hacer jamás su presa…
Mis pies, que al azar corrieron
por travesías sin rumbo
y callejas de un momento…
Pero dadme antes mi alma,
que hasta aquí fue sólo un eco
de otras almas, ebria siempre
de músicas y de besos. […
- Manuel Machado – Ars Moriendi (1921)
Disecciones: Decadencia , Machado , Poesía Publicado por innuendo
a las 3:49 p. m. , 0 Comments
© Uderzo & Goscinny - Asterix y los laureles del César
Disecciones: retorcimientos Publicado por innuendo
Disecciones: Comedia , retorcimientos Publicado por innuendo
a las 12:18 p. m. , 0 Comments
¡Qué ira! La que padezco de contemplarte y no poseerte. Sólo de lejos, mirarte en la lejanía, en la distancia que suponen los setenta centímetros mínimos de máximo acercamiento en este salón del Guardar las Formas. Vente al ropero, mi vida, que yo quisiera acortar ese espacio en un impulso, y después alegaría Enajenación Mental Transitoria. Tres palabras maravillosas, concepción protectora en que nos amparamos los delincuentes. Y en esa locura temporal, mmm, perdóname el romanticismo, pero es romanticismo vivir como el último de los míos, el momento de poder hacerte lo que me exigen las entrañas, en un vil movimiento forzarte a lo que tú también ansías, trascender más allá de lo importante, dotar de todo mi cariño a un solo gesto, hacerlo fuerte, único e irrepetible, Romanticismo, porque… qué somos, tú y yo, nada en mitad de la ausencia, si nada es lo que sentimos; sólo quedará de Nos el detalle que nace y muere mientras nos amamos, eso que recordaremos, que podremos contar; qué somos tú y yo sin eso, si eso es lo que somos.
Disculpa este lenguaje arcaico, pero estoy perdida en el espacio atemporal de no saber cuándo eso sucederá, que el tiempo se detiene cuando provocas un silencio en la maldad de esta puñetera vida, sí, cuando te ríes, y del mundo se evaporan las tinieblas, se rompe la continuidad del cielo nublado, y por una brecha se cuela la luz de la alegría, rayos de tu vitalidad, o sole mío.
Disecciones: Deseo , ilusiones , música Publicado por innuendo
a las 12:13 p. m. , 0 Comments
http://www.goear.com/listen/c0fcddb/Encontros-gato-barbieri
Tras una introducción en la que se van añadiendo uno a uno, todos los instrumentos, bailándole como homenaje al último que hace su entrada. Y ahí, casi en el olvido de que falta alguien más, entra él. Como una bestia sin contener la furia, loco, plenamente loco, como un chorro de ácido que todo lo corroe, enmarañando la mente, dándose patadas con todos los objetos de la habitación, proyectándose con ira contra todos, exhalando su sonido sucio y desgarrado a los cuatro vientos, manchando de esencia sudamericana al jazz. Ahí queda, para los restos, sus manchas de agresividad latina, de emoción servida a la fusión, al mal denominado género World.
Cuando lo latinoamericano era ignorado, o como mucho, olía mal a los impecables productores musicales estadounidenses, él se lanzó a la piscina. Y sin cambiar un ápice, logró que esos individuos supiesen que el mundo no se acababa en sus pies, en la frontera con Méjico, que América tenía un sur, intenso, rabiosamente intenso.
… Es la otra cara del sonido del saxo tenor. Uno, Getz, confinado en la suavidad y tersura; otro, Barbieri, tremendamente complicado, rabioso, sucio, escandaloso, desgarrador. Dos maneras de sacarle lo mejor a tal armatoste como el tenor.
Disecciones: música Publicado por innuendo
a las 12:07 p. m. , 0 Comments
Disecciones: Cosas sencillas , ilusiones , otoño , Resurgir Publicado por innuendo
a las 11:49 a. m. , 0 Comments
Imagino que, como el que reconoce la exquisitez en un buen plato, o el que saborea un licor bien madurado, ese suspiro que se le escapa al que se siente colapsado por el placer de probar algo sale también de mí cuando vuelvo a Stan Getz. Pone el punto de clase a las, a veces, desordenadas notas del jazz, no formal, sino atractivo y valioso. Y a pesar de ser obras concebidas en el ambiente cargado de un antro, creadas a partir de dedos grasientos, que en el intermedio tontean con el alcohol y tabaco, incluso con el escondrijo de alguna mujer, nace la melodía y si él la interpreta, se limpia por su suave sonido (The Sound)… suavidad extrema, como un ronroneo débil en el cuello durante un baile de los de bailar pegados.
Stan Getz es el tipo que todos quisiéramos al lado, para hacernos sencilla la tarea de traer a nuestro territorio a quien se sienta justo enfrente en la mesa; es el que hace el trueque, una cena corriente por “algo más”, porque él suena, y quien lo escucha ya sabe que en dos besos no se quedará. Hay músicas, en sus distintos estilos e interpretes, que quieren liderar el momento… pero hay momentos que sólo tienen dos protagonistas, lo demás sobra, y en ese pequeño espacio que queda para ambientar, sin perder identidad, se cuela Getz y su pedazo de tenor, de refilón pero bien cómodo en su función. Hay quienes en espacios pequeños se hacen grandes.
Disecciones: emoción , música , Noche Publicado por innuendo
quisiera yo tejerte letras
que sólo tú entendieras,
que provoquen tu invisible sonrisa.
No, las sílabas no empieces a contar,
que la métrica me aprisiona
para describirte la boca
labios, comisura, lengua, ¡y ya no más!
Palabras tontas, insultantemente
escasas e incompletas, sosas,
en las que entretengo el coma,
sopor de estar inerte, por no tenerte.
Que cómo transcurren mis días…
los invierto en adivinarte,
abracadabra, y es martes.
Viernes, vienen tus letras, esencia mía.
¿Lo ves? Amoldarme a la consonancia
rebaja todo lo que quería decir
limita lo que sale para ti,
se queda dentro, y tú en la ignorancia.
Que de saltar de verso a estrofa
se me escapa el empuje
por decirte lo que huye
y… ¡voilá! voltereta caprichosa,
de un brinco, de estrofa a párrafo,
se estira el bucle
la magia se diluye
como ilusión, como en un ocaso
se desvanece la tarde, en la levedad,
donde se deshilacha
lo que yo creo y mata
el sentido común; lo que la realidad
niega, reprime, maltrata… que de noche
estás demasiado ausente,
y aunque nunca presente,
de noche la Verdad es un derroche
de franqueza, sí, QUE NO ESTÁS,
mayúsculo tu vacío,
y hace mucho frío
ahí fuera, pero aquí, sin ti, más.
Perdóname este atrevimiento,
de quererte impresionar
sé que ha quedado fatal…
…sshhh sigamos escuchando
[el viento.
Disecciones: atardecer , ilusiones , Poesía Publicado por innuendo
VIOLETTA:
Siempre libre, quiero
retozar de alegría en alegría,
quiero que mi vida discurra
por los senderos del placer.
Nazca o muera el día,
que siempre me encuentre feliz;
a placeres siempre nuevos
debe volar mi pensamiento.
ALFREDO: El amor que es latido…
VIOLETTA: ¡Oh!
ALFREDO: … del universo entero…
VIOLETTA: ¡Oh! ¡Amor!
ALFREDO: Misterioso, altivo,
cruz y delicia para el corazón.
VIOLETTA:
¡Locuras!
¡Divertirme!
Siempre libre, quiero
retozar de alegría en alegría,
quiero que mi vida discurra
por los senderos del placer.
Nazca o muera el día,
que siempre me encuentre feliz;
a placeres siempre nuevos
debe volar mi pensamiento.
Disecciones: música Publicado por innuendo
a las 5:52 p. m. , 0 Comments
Con tanto aroma floral y colores vivos… entonces ¿por qué decrépito? Porque hoy vuelves al sentencioso silencio en que enmudecieron todos los que en ti habitan, la visita se acabó, y la aplastante soledad, con el sol y el aire como únicos visitantes, te devuelven a la rutina. Y las gentes saben que permanecerás en el mismo sitio, impasible, verdadero, hasta que la falsedad pasee de nuevo unos días antes del que hoy corre.
Sigue, pues, blanco e impoluto, donde los vivos guardamos los recuerdos, y más que guardarlos, aprisionarlos tras unas lápidas para que no nos duelan, para rehacer nuestras vidas de vivos, que con el dolor continuo de vuestra pérdida no hay vida que merezca la pena.
Dormid, pues… morid.
Disecciones: Andalucía , muerte , otoño , Pueblo , silencio , tiempo Publicado por innuendo
a las 5:48 p. m. , 0 Comments
Sé que me prefieren débil, pero perdón por no dejarme vencer. Porque pido perdón por el pasado y para el futuro, porque no cambiaré mi forma de ser.
Publicado por innuendo
a las 5:47 p. m. , 0 Comments
El violín, delicado y frágil en su imagen más íntima, se me enfrenta desafiante, y yo más, que le aguanto el pulso, tanto que sus cuerdas terminan por saltar, cuatro latigazos que se me insertan en el costado, como cuatro hojas limpias de cuchillos penetrando en mis carnes.
Sí, confieso. He vuelto a Tchaikovsky.
Y no quiero. Pero otra vez me inundo en su Concierto para violín. Acudo a él como la basura a la destructora, como el muerto ante san pedro a las puertas del cielo (san Pyotr), como el presunto ante su juicio. Para lastimarme, hacer penitencia, dolerme de lo que no me suelo quejar. Confesarme y someterme a su sonido purificador. Esperar veredicto y absolución.
Necesito reciclarme, he llegado hasta aquí cubierta de sanguijuelas, apenas puedo tirar de mí misma, caigo…
Y así, ante el sonido hiriente del violín, lacerándome las esperanzas, yo le animo, aclamo y vitoreo, hiéreme más, destrózame lo más bonito que albergué, que sus trozos rotos se me claven y se me incluyan como espinas, como una parte más de mí.
Hace ya unos minutos que dejé de enfrentarme contra el violín y su séquito de cuerdas mercenarias; hace unos momentos soy yo misma mi peor atacante, y como en un brote de locura, la primera alucinación que al asumirla será delirio, se me dobla en dos el ser que me domina, una, eres tú, el Cuerpo, que soy yo desplomada sobre mis rodillas; y yo soy mi Alma, la que se ha lanzado como objeto arrojadizo, me rompí en… palabras singulares y femeninas, todos aquellos calificativos que a mí me adjudican. Me abofetea la orquesta con sinceridad y realidad, qué estúpida por creer e ilusionarte, mendiga de sentimientos, tú, la que yace desplomada, yo, que no quiero mirarme el reflejo en ti. Tú, tercera persona, no me escuches… no me cures la manera en que soy, porque esto no tiene cura… qué paradoja, habla quien quiere dedicarse a solucionar la vida de los demás. Estúpida. Caes en los mismos errores y te dignas a dar consejos. No, no quieras saber la verdad después de leer esto. Esto es carnaza para los carroñeros. Coman, disfruten de este festín, que hoy invito yo con mis penas en bandeja. Come, cébate más con mi debacle. Mírame, soy lo débil que quisieras encontrarme para pisotearme. Aquí tienes mi cuerpo con hondas cicatrices reventadas de tanto hurgar en ellas, y todo por vender lo más lastimoso de mí, yo que me vendo… por una ilusión.
En esta calma aparente del Segundo Movimiento, me doy cuenta de las cosas, observo el desastre, y me consuelo porque… porque los lánguidos somos así de penosos, nos compadecemos nosotros mismos, nos acurrucamos en un oscuro rincón si tenemos miedo, y nos emborrachamos de romanticismo ruso cuando queremos eludir la lucha final. Así de cobardes e insulsos.
Pero la Canzonetta ya acaba y comienza el Allegro Vivacíssimo, de repente, sin avisar, bruscamente me abofetea el sentido, las lágrimas se desperdigan, que no se vayan, que no quiero perder nada, que ya me disolví demasiado, queda tan poco de mí… Que soy ya la que permanece tendida en el suelo. ¿Y mi Alma, que hicisteis con ella? Ella permanece virgen, pura, pero lo sé… anémica. Estas notas torpedeantes del pizzicato arremeten contra mi alma, tan desprovista de algo, que no le queda nada. NADA… qué es la nada, pues… es mi alma. El violín suena algo más grave. Y estas notas caprichosas y seductoras, se rozan tanto con esto que es mi Nada, que casi se mueven en un vals, se abrazan, y yo desde el suelo, desplomada, rodeada de mi propia vida licuada en líquido rojo vertido de la herida, miro cómo mi Nada se embelesa con la energía de las notas, se enredan las muy zorras, se hipnotiza… Ya lo comprendo. Putas notas antojosas, que la quieren impregnar de vida, que si sufre se retuerza, que insulte, se queje. No… no le hagáis eso, que ella nadaba en el lago de la indiferencia, y si se helaba, patinaba sobre su costra de hielo. Congelada, así, cada vez que no se conformaba, sus quejidos se transformaban en escarcha, y todos contentos. O tú, tercera persona, me vas a decir que no es más cómodo así, teniéndome callada, dímelo ¡hipócrita!
No, mi querida Nada, no vivas, que te dañas; no mires, que duele; no existas, que sientes; no hagas, ni digas, ni pienses… todo es mentira, te equivocas y no me caben más errores de esta vez, no…no no no, dame un respiro, un halo de espacio y tiempo, permite que me recupere.
No… dejadla en paz, que no sabe lo que se hace, que vive y sufre; que no me puedo levantar sin recuperar mi Nada. Dejádmela; que la quiero sin sufrir, yo… Con la boca seca, con una sordera, como metida en una campana, con el sudor frío recorriendo la espalda, ahora veo doble, las líneas me engañan, y se me dobla el cuerpo de nuevo, acaso es esto otra batalla, se me va la cabeza… dios, mi Nada, creo que me desmayo, huye de la emoción, que no te desvirguen la estabilidad, apriétate fuerte contra mí, aléjate del amor, que penetren en ti éstas mis últimas palabras, que… uf, no hagas caso a la ilusión, mantén tu escudo y espada… como yo te enseñé.
Y en esos últimos instantes de lucidez, el espasmo comenzaba de cabeza a pies, el remolino de sensaciones fundía causas y efectos, frente a frente actos y consecuencias; ahora ya sí, Cuerpo y Alma desmayábanse juntos en Una, el cansancio de disputas y encontronazos había podido con el discurso agónico de un Yo siempre callado, de labios sellados, de corazón parado. Que contener la furia pasaba factura. Y después de la tormenta, más allá de la vorágine, terremotos de emociones, mucho más que todo eso…
De nuevo, Pyotr Ilyich Tchaikovsky.
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Levanté demasiado la mirada y me topé con el sol. Por hacerle frente con mi soberbia, me cegué. Ahora no veo nada. Nada.
Eso es lo que veo.
Somos números primos. Sin composición compartida, sin mínimo común múltiplo, como el 11 y el 13; 17 y 19; 29 y 31; 41 y 43… somos dos números sin poderse descomponer, que cuando se rompen no queda nada con sentido, sin origen… y separados por un par.
Eso es lo que somos.
Quizás es hora de que agache la cabeza y prosiga mi camino, ése que recorro con la mirada plantada en el suelo, intentando pisar las baldosas impares, distraída eventualmente con sumar, restar, multiplicar y dividir las cifras de las matrículas de coches. Dejándome decimales en cada operación, el redondeo me ha comido terreno, perdí unidades enteras, y de mis números naturales queda poco. Esto es lo que queda.
Eso es todo.
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no intentes hacerme cambiar...
que no, que no, que no, que no....
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a las 12:00 p. m. , 0 Comments
pequeña,
imperceptible
miniatura
microscópica
insignificante
menuda
liliputiense
mínima
diminuta.
pequeña… muy pequeña
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a las 11:53 a. m. , 0 Comments
Pensé que como alternativa, lo mejor sería quedarme ciega, porque ya todo lo que viera después sería un insulto para lo que mis ojos observaron.
O, en su defecto, otra posibilidad pudiera ser darme un fuerte golpe en la cabeza y provocarme una amnesia anterógrada, que después de aquel momento ya ninguna imagen se instaurara en mi mente, y como único recuerdo aquello último que vi, un magnífico atardecer.
Finalmente, no hice nada de eso, sino que me enamoré (de esa manera en que se enamora la gente, sin quererlo ni beberlo) y consecuentemente, me quedé alelá perdía, perdí mi gusto por lo exquisito y para mí ya TODO era maravilloso.
a las 11:51 a. m. , 0 Comments
Se prolongó lo que no tenía salida, lo que me aprisionaba como espíritu, un engaño para mis sentidos, un placebo ante la soledad, cuando una relación exhala un aliento extraño… sin vida.
Durante un tiempo no quise ver el cadáver. Sé que los buitres comían tras mi espalda porque los podía oír en su afanosa tarea de despedazar, convirtieron en despojos todo lo que alguna vez adoré. Yo, en silencio, les agradecía que aceleraran la fase de descomposición, porque mi único deseo era mirar cuando ya no quedara nada.
Cuando esto sucedió, me encontré huesos desordenados, que no guardaban la configuración de lo que había sido, que no recordaba a nada de lo que fue. A pesar de su carencia de carne que pudiera pensar, sentir o bramar, le espeté todo lo que tenía dentro… sí, a un montón de huesos. Y en esa decrepitud volqué mi crueldad naciente, sintiéndome con todo el derecho del mundo; hueso a hueso (recuerdo a recuerdo) los fui arrojando a la hoguera del olvido; la prematura satisfacción dio paso a la calma. El calor del fuego fue templando la parte de mí que había estado congelada e inerte, dándole vida a lo que ya podía volver a sentir, pero en otra versión algo más oscura. Antes de salir del crematorio, yo ya vivía otra vez, pero sin deberle nada a nadie.
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a las 11:47 a. m. , 0 Comments
Eran desconocidos, extraños. Nombres que no me decían nada, imposibles de pronunciar. Pero a las horas intempestivas de la siesta, con la calidez del sol a través del cristal del bus, un día tras otro, fueron acariciándome el corazón cerrado, con sus suaves voces, exóticos sonidos, en la tranquilidad de esos momentos, en el no-mirar-nada-en-concreto de los desplazamientos con el bus urbano.
Había pasado un año y ya lo había superado. Pero quedaba yo, tenía que solucionarme a mí misma, el intrincado modo de haberlo dispuesto todo, de tal manera que sí había olvidado; pero… quedaba yo, con un interior enrevesado, inhóspito para cualquier sentimiento, hostil hacia cualquier intento de mirar atrás, por el agresivo modo en que prendí fuego a todo, apenas quedaron unos cascotes que llamaba ruinas. Tras las primeras lluvias, creció la avena, cebada y trigo, cubriendo de verde los antiguos cimientos; pero volvió a llover y se inundó todo. Cómo convivir con mi trigal embarrado.
Ellos me allanaron el terreno de la reconciliación conmigo misma, acercaron posturas, relajaron expresiones, suavizaron argumentos puntiagudos, hirientes. Me rozaban de esa forma con la que no se pretende nada, sólo un roce. Al día siguiente, a la misma hora, Ramón Trecet colocaba más canciones de gentes foráneas; y allá, lejos, muy lejos, se vive distinto, pero se siente igual. Estar perdido tiene otras palabras, diferentes fonemas, pero la misma desazón. Estar perdido en el desierto, sin referencias; embarrada en mi trigal me recordaba al desierto en el que nunca estuve, y comparaba el concepto de estar atascada en arenas secas o húmedas, no importa, la consecuencia es no avanzar. Pero en una sensación lejana, la que me traía Haig Yazdjian, intuía algo positivo, y si él había podido encontrar la salida, ¿por qué no yo?
En sus nostálgicos acordes hallé el calor y el temple para lamerme las heridas. Las heridas ya sólo eran cicatrices; éstas hacen que el tiempo se haya llevado la identidad de quien rasgó la piel, sólo consistían en un montón de carne unida para cerrar, amorfa, sin nombre ni apellidos, y pasado más tiempo aún, perderían su fecha de nacimiento, y se disolverían con el resto del cuerpo, quedando una mera señal de que hubo algo que hizo daño, y el recuerdo inolvidable, perenne, protector y eterno, de que el amor puede convertirse en el peor de los puñales. Nada más.
Con la calidez de vientos del desierto, traté de secarme un poco el barro de los pies, y darme toques de autocompasión por las noches, como la que se peina y perfuma para dormir. Pero… con Trecet y todo Radio 3 (José Miguel Domínguez, Carlos Galilea, Diego Manrique, Juan de Pablos, Cifuentes, Carlos Farazo, Antonio Fernández), comenzó la revolución, y el verdadero cambio fue el conceptual, como el descubrimiento de las Américas, o que hay algo más allá del Sistema Solar; y no sólo hacia el exterior, sino que en mi interior tenía todo un mundo por destapar. Hoy, a pesar de ser mucho más inmenso mi mundo que el que tenía hace ya unos años, no me siento perdida, echo mano a mi Brújula para encontrar los últimos pasos y empezar a andar de nuevo.
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a las 11:41 a. m. , 0 Comments
Sé que no debería excusarme por escribir así, pero llevo tanto tiempo sin hablar de amor, que no sé si el propio Amor se sentirá ultrajado por atreverme yo a nombrarlo con sus silencios.
Disecciones: silencio Publicado por innuendo
a las 11:39 a. m. , 0 Comments