De nunca me gustaron las muñecas. Ya no por el típico discurso feminista que relaciona los juegos de muñecas con la modosidad, sumisión y toda limitación a la mujer, invitándola reiteradamente al mundo doméstico y del hogar, en cómo fomenta la dedicación y la abnegación a la familia, sacrificando la creatividad, competitividad e individualidad, roles exclusivamente masculinos.
Antes de que yo conociera estos conceptos y versiones de los rosa y lo azul de los juegos infantiles, ya me creaban repulsión las muñecas. Ya fuera por esos ojos azules germánicos tan inmóviles, fijos, atentos, que en la noche me imaginaba muy vivos (antes también de ver el muñeco diabólico) o por la inutilidad de un bebé en mis brazos; cuando lo que despertaba en mí era un inmenso deseo de descubrir rincones, contruir irrepetibles fortalezas y poner en funcionamiento ranchos en los que convivían jinetes e indios americanos, con soldados de la 2ª guerra mundial, animales de los huevos kinder, y dinosaurios, ratas humanizadas con caballos cojos, y donde circulaban por igual carretas, naves espaciales y coches de rallies.
Antes de que yo conociera estos conceptos y versiones de los rosa y lo azul de los juegos infantiles, ya me creaban repulsión las muñecas. Ya fuera por esos ojos azules germánicos tan inmóviles, fijos, atentos, que en la noche me imaginaba muy vivos (antes también de ver el muñeco diabólico) o por la inutilidad de un bebé en mis brazos; cuando lo que despertaba en mí era un inmenso deseo de descubrir rincones, contruir irrepetibles fortalezas y poner en funcionamiento ranchos en los que convivían jinetes e indios americanos, con soldados de la 2ª guerra mundial, animales de los huevos kinder, y dinosaurios, ratas humanizadas con caballos cojos, y donde circulaban por igual carretas, naves espaciales y coches de rallies.
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