Ya no recuerdo exactamente, si era anaranjado sobre negro, o el negro sobre una areola naranjada. Pero exactamente puedo decir que ni es el negro ni el naranja que nosotros concebimos, no son las tonalidades que puedas imaginar. Hablo del cielo. O de mi infierno, ese estampado que me inspira. La lluvia ha hecho un descanso, y todo el suelo está salpicado por ese destello que refleja las luces en lo mojado. Nadie en la carretera, nadie en las calles. Sólo yo y el silencio. El silencio también se hace notar reflejando su brillo aplastante sobre el suelo. Tan aplastante como el tiempo, que hace un remanso en ese momento y me regala una ilusión, se para mi reloj. No importa, sé que los demás relojes del mundo siguen su ritmo constante, sin perdón. Aunque después tenga que ajustarlo, no cambio este fallo de la tecnología por nada. Me está ofreciendo un rato, un trozo de tiempo, un pedazo, un momento.
No hay nadie, no hay nada que me diga qué momento es según un Casio, ni nadie ni nada podría acertar sobre el color que tiene el cielo esta noche, ni siquiera asegurar que lo que tengo encima es cielo, y no infierno, porque el color del fuego es muy parecido. Ningún ruido puede hacerme creer que no estoy sorda, y mi boca se niega a emitir sonido alguno. Sin sorpresa compruebo que acabo de quedarme muda, y que el barro bajo mis pies me ha anclado a este sitio, a este color indefinible, a este desconcertante silencio, a este momento.
Presentía que esta situación llegaría alguna vez. Quizá debía ser así de drástica para detener el chorro de arena en el que se había convertido mi vida en los últimos tiempos. Alguna vez tendría que ocurrir, que la arena de mi tiempo se mezclara con las lágrimas de las circunstancias, y ese barro interrumpiera esta locura de no querer parar, de no querer mirar adentro, de huir tras cada tropiezo con mi soledad. Necesitaba este atasco tan físico, para pensar en lo más metafísico.
Todo de lo que he estado hablando, miedo, dolor, traición, coraje, amor, deseo, melancolía, la cárcel, la solitude…no son más que pisadas en un trigal embarrado, donde me atasco, por el que quiero cruzar sin detenerme a limpiarme de barro, a liberarme de todas esas sensaciones que van quedando…que se van enganchando a mis pies, extendiéndose, cubriendo mis tobillos, entorpeciendo mi camino, difuminando mis pisadas, y voy dejando un rastro de huellas que no me identifica, que no dice nada de mí, que engaña a todo aquél que quiere leer entrelíneas, entre huellas, a todo el que juega a ser Sherlock conmigo.
El trayecto se va haciendo más pesado y angosto. Y hay veces en las que tengo que estar más pendiente del barro que voy acumulando, de no tropezar, que del camino en sí.
Y es así, de esa manera tan estúpida, como me he estancado en un remanso del tiempo, en un descanso del ruido, en un intermedio. Y por un instante que no pertenece a ningún reloj, he perdido el norte que no pertenece a ninguna brújula, y me he desorientado en un camino que creía que me pertenecía…
No hay nadie, no hay nada que me diga qué momento es según un Casio, ni nadie ni nada podría acertar sobre el color que tiene el cielo esta noche, ni siquiera asegurar que lo que tengo encima es cielo, y no infierno, porque el color del fuego es muy parecido. Ningún ruido puede hacerme creer que no estoy sorda, y mi boca se niega a emitir sonido alguno. Sin sorpresa compruebo que acabo de quedarme muda, y que el barro bajo mis pies me ha anclado a este sitio, a este color indefinible, a este desconcertante silencio, a este momento.
Presentía que esta situación llegaría alguna vez. Quizá debía ser así de drástica para detener el chorro de arena en el que se había convertido mi vida en los últimos tiempos. Alguna vez tendría que ocurrir, que la arena de mi tiempo se mezclara con las lágrimas de las circunstancias, y ese barro interrumpiera esta locura de no querer parar, de no querer mirar adentro, de huir tras cada tropiezo con mi soledad. Necesitaba este atasco tan físico, para pensar en lo más metafísico.
Todo de lo que he estado hablando, miedo, dolor, traición, coraje, amor, deseo, melancolía, la cárcel, la solitude…no son más que pisadas en un trigal embarrado, donde me atasco, por el que quiero cruzar sin detenerme a limpiarme de barro, a liberarme de todas esas sensaciones que van quedando…que se van enganchando a mis pies, extendiéndose, cubriendo mis tobillos, entorpeciendo mi camino, difuminando mis pisadas, y voy dejando un rastro de huellas que no me identifica, que no dice nada de mí, que engaña a todo aquél que quiere leer entrelíneas, entre huellas, a todo el que juega a ser Sherlock conmigo.
El trayecto se va haciendo más pesado y angosto. Y hay veces en las que tengo que estar más pendiente del barro que voy acumulando, de no tropezar, que del camino en sí.
Y es así, de esa manera tan estúpida, como me he estancado en un remanso del tiempo, en un descanso del ruido, en un intermedio. Y por un instante que no pertenece a ningún reloj, he perdido el norte que no pertenece a ninguna brújula, y me he desorientado en un camino que creía que me pertenecía…
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